150 Aniversario de la Diócesis de Vitoria. Con la palabra UNIDAD

El comienzo del Adviento de este 2011 marca en esta ocasión también los preludios de la celebración del 150 Aniversario de la Diócesis de Vitoria. Y lo hace el obispo, Miguel José Asurmendi, con el envío de varios materiales, entre ellos una carta pastoral que será objeto de una síntesis y un pequeño comentario personal en este blog.

El título de esta Carta, “Identidad cristiana, Comunión eclesial y Misión Evangelizadora en nuestra Iglesia Diocesana”, está tomado de las palabras que el mismo Asurmendi dijo al comienzo del curso pasado evocando la inminente efemérides: “de lo que se trata es de que la conmemoración del 150º aniversario de la diócesis no sea únicamente una efemérides de calendario, sino una ocasión para renovar la vocación cristiana, la comunión eclesial y la misión evangelizadora del Pueblo de Dios en esta diócesis”.

La estructura de esta carta pastoral está planteada “desde una triple mirada: la primera, dirigida a nuestro “pasado”, destacando algunos jalones de la historia de nuestra diócesis; luego, mirando hacia “dentro” de ella, resaltando los elementos constitutivos de una diócesis que hacen de ella la presencia viva de la “Iglesia de Dios en un lugar determinado”; y, en tercer lugar, mirando “hacia delante”, reiteraré algunas prioridades pastorales a las que habría que atender, vistos los desafíos que se abren a la misión de nuestra diócesis en el “hoy de Dios”, en la Iglesia y en la sociedad.

No cabe duda que el pasado encierra claves para entender en muchas ocasiones el presente, por eso, una mirada a la génesis y a la historia de esta diócesis desvelan hechos anecdóticos y datos que ayudan a entender los “Cuándo, cómo y por qué” de la creación de la Diócesis de Vitoria.

Entre otros datos la carta recoge los siguientes: Así, el 28 de abril de 1862 quedaba formalmente erigida la Diócesis de Vitoria; y con el solemne Te Deum, que condensaba el sentimiento religioso de aquella decisiva celebración (acompañado, según los cronistas de la época, por el repique de las campanas de mil cuatrocientas iglesias y santuarios) se expresaba, en palabras del delegado pontificio, “la dicha tan anhelada por nuestros padres, dicha que no les fue dado conocer a pesar de sus esfuerzos en una larga serie de años, y que nos estaba reservada a nosotros por la benéfica Providencia de Dios”.

Al día siguiente (29 de abril) hacía su entrada solemne en Vitoria y tomaba posesión de su Cátedra e Iglesia diocesana el primer obispo, D. Diego Mariano Alguacil (a la sazón, obispo de Badajoz), siendo recibido por las representaciones de las tres Diputaciones vascas, el clero de las tres Provincias y numerosos fieles. El obispo de la nueva diócesis preparó y realizó la consagración, como catedral, de la antigua colegiata de Santa María, lo que tuvo lugar en la festividad de Todos los Santos del año siguiente; y un decreto pontificio (21 de mayo 1863) declaraba copatronos de la diócesis a San Prudencio de Armentia y San Ignacio de Loyola.”

Según parece la historia de la actual Diócesis de Vitoria se remonta al siglo XVI “cuando el entonces cardenal de Utrech (preceptor de Carlos V y Regente de España), que se encontraba de paso por la ciudad de Vitoria, recibió la notificación de su elección para la Sede de Roma (el 23 de enero de 1522), lo que le convertiría en el papa Adriano VI”. Según parece tras la elección prometió erigir a Vitoria en Ciudad Episcopal. Un deseo que venía siendo reiterado, durante largo tiempo y ante diversas instancias, tanto por los fieles como por las autoridades de las tres Provincias vascas; la promesa no pudo ser cumplida por su corto pontificado. “Con todo, y a lo largo de más de tres siglos, no dejaron de sucederse intentos e iniciativas de eclesiásticos y autoridades civiles para que las esperanzas despertadas en aquel remoto pasado pudieran llevarse a efecto” señala Asurmendi.

Al final fue la confluencia de otras circunstancias la que desembocó en la creación de la Diócesis en el s. XIX: “La coyuntura que hizo posible su realización fue la aplicación del concordato entre la Santa Sede y el gobierno de España (1851), mirando a una reorganización de la “geografía eclesiástica” española; y aquí es de retener algo que la misma Bula pontificia de erección de la Diócesis ya destacaba: que si bien, en aquel momento estaban por realizarse las disposiciones concordatarias para el resto del Reino, sin embargo se quiso dar prioridad a la creación de la Diócesis de Vitoria, atendiendo “a los deseos de los Diputados de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya” reiterados ante la Corona, “para que se estableciese ya felizmente la Silla Episcopal de Vitoria”. Y así, “con preferencia a otros pueblos de la Península”, el papa Pío IX dirigía su mirada hacia éste, considerando las ventajas que habría de reportar el establecimiento de una sede episcopal “en medio de este país de proverbial piedad y honradez”.

La Carta sigue relatando: “En este sentido, merece la pena recordar las razones aducidas para justificar la creación de la nueva diócesis, tal como las explicó en su Carta pastoral el obispo delegado para la ejecución de la Bula pontificia: “cuando se establece una nueva iglesia no debéis pensar que se crea una iglesia aparte o separada de las otras, que se quita un rayo de aquella luz a la iglesia eminentemente apostólica para darlo a la nueva: lo que se hace es sólo “extender, propagar esa luz, pero sin dividirla” (…). Por eso, “todas las iglesias en este sentido son apostólicas, porque descienden de la Iglesia apostólica romana, porque todas juntas no son más que aquella única y primera que fundaron los Apóstoles (…) y porque todas están asociadas a la misma paz, a la misma unidad y al mismo principio”.

Pero en esa “otra carta” se hacía mención expresa a la UNIDAD entre las tres provincias que se estrechaba más si cabe ahora con la nueva demarcación eclesiástica: “Ligadas ya desde remotos tiempos con los más estrechos vínculos que las hacen mirar y darse mutuamente el nombre de hermanas, hoy desde este día se ligan con un nuevo lazo, pero lazo de un orden superior, como espiritual, que no podrá menos de unirlas más y más, y de afirmar esa hermandad de una manera más íntima, más fuerte y más segura. Unas hasta ahora por razón de los intereses del tiempo, por razón de una administración común, o al menos basada en unos mismos principios, desde hoy son ya más unas, más hermanas, como que las tres forman una sola Diócesis, una iglesia particular entre las muchas que constituyen la Iglesia universal”.

Y precisaba que, “aunque para estas tres Provincias y sus pueblos es de sumo interés” el beneficio que así reciben, con todo, “no puede dudarse tampoco que la más favorecida, la más privilegiada entre todos, la que alcanza mayor ventura es vuestra capital, esta ciudad de Vitoria. Esclarecida ya por tantos títulos como la enaltecen, y de que con razón se gloría, ha conseguido hoy uno que excede a los otros en dignidad e importancia. Sublimada al alto rango de Ciudad Episcopal comienza a disfrutar desde este día de todos los honores, prerrogativas y preeminencias de que gozan las demás Ciudades episcopales en los dominios de España, como también de todas las ventajas consiguientes a tan insigne distinción”

No cabe duda que las provincias vascas vivieron un esplendor religioso sin parangón y que Asurmendi lo recoge citando, quizá, las dos realidades más emblemáticas: el nuevo Seminario Diocesano y la experiencia de las Misiones Diocesanas. A esto suma también una relación de santos haciendo referencia también a aquellos que aun no reconocidos su ejemplo de vida cristiana dejó un poso en esta tierra. Hombres y mujeres que hicieron posible “diversas iniciativas, tales como la creación y desarrollo de la Obra de la Propagación de la fe, la Asociación misional de Seminaristas o la Unión Misional del Clero, entre otras; así como la implantación, a nivel nacional, de las Obras misionales pontificias, institución en gran medida deudora de la sensibilidad católica alimentada en nuestro Seminario.”

En 1950 esta UNIDAD se vería alterada, o transformada, con la creación de las diócesis de Bilbao y San Sebastián: “Los motivos del mejor y más cercano servicio a las necesidades espirituales de los fieles fueron los esgrimidos para justificar esta desmembración, no descartada por la misma Bula In celsissima de Pío IX de la que nació nuestra diócesis: allí ya se hacía notar que, con su creación, no quedaba disminuida la libre facultad del Papa y de sus sucesores de “desmembrar en parte y señalar una nueva demarcación de la misma Diócesis, si y cuando pareciere convenir en el Señor, por las circunstancias de aquellos lugares, para repartirlos mejor . Es lo que se actuó en este momento, quedando reducida nuestra diócesis de Vitoria a la provincia de Álava, más el territorio del condado de Treviño y Lapuebla de Arganzón (segregados de la diócesis de Calahorra) y el enclave vizcaíno de Orduña, en total con un territorio de 3.283 kilómetros cuadrados y (entonces) unas 400 parroquias.”

En el discurso cronológico aborda algunos datos de la celebración del centenario en 1962: “La celebración del primer centenario de la Diócesis fue presentada a los fieles por mi predecesor D. Francisco Peralta, en una cuidada carta pastoral. En ella, tras recoger algunos datos de historia, indicaba el significado teológico de lo que es una Diócesis y llamaba a los fieles a la comunión estrecha con su pastor, invitándoles a participar en las actividades que se habían programado para esta conmemoración. Éstas iban a desarrollarse en torno a dos fechas significativas: la del 28 de abril, festividad de San Prudencio y día del Centenario, y la fiesta de Pentecostés, “verdadero aniversario fundacional de la Iglesia universal, fundada por Cristo”.”

Asurmendi escoge algunos de los actos más destacados de aquella celebración jubilar: “En la primera parte de ese Año jubilar tuvieron lugar las Misiones populares, primero en Vitoria y las parroquias vecinas a la capital, y luego en los diversos Arciprestazgos; y como un “preludio” de las mismas, se instó a que en la predicación y en otros ámbitos formativos se desarrollasen los principales contenidos de la última encíclica de Juan XXIII. Con vistas a ello, el Secretariado social diocesano (dirigido por D. Carlos Abaitua) elaboró unas “catequesis sociales” especialmente orientadoras, vista la emergencia de la cuestión social en aquellos años y entre nosotros.”

El Pro-Nuncio de su Santidad, el Cardenal Antoniutti fue el encargado de trasladar las palabras del Papa con ocasión de este aniversario: “Juan XXIII se congratulaba “por la prosperidad alcanzada en esta Diócesis durante los cien años transcurridos desde su fundación”, así como por “el fecundo desarrollo que distingue su vida cristiana”, como lo demuestra “entre otras cosas, el gran número de vocaciones sacerdotales y religiosas que florecieron y florecen en la región”. El Papa destacaba también “el hecho de que de esa región han marchado numerosos misioneros”. Y reconocía igualmente cuanto, “de acuerdo con las necesidades de hoy, se trabaja en el campo social, principalmente la atención asidua que se presta al sector obrero, en particular con la creación de las Escuelas Profesionales.”
Continuando con su discurso cronológico el obispo habla de la Facultad de Teología: “la creación de nuestra Facultad de Teología (1967), la segunda erigida en la Iglesia universal tras la conclusión del Concilio: lo que venía a suponer un reconocimiento de la actividad académica desarrollada durante decenios en nuestro Seminario. En continuidad con la encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI, a la llamada Facultad teológica del Norte de España (con doble sede, en Burgos y Vitoria) se le instaba a realizar sus actividades de investigación y docencia desde la actitud de “diálogo”, y en sus Estatutos, actualizados tras la promulgación de la Sapientia cristiana (1983), se indica como su “finalidad primaria, la de colaborar en el ministerio de la evangelización confiado por Cristo a su Iglesia”. Desde estas claves, y entre las muchas actividades que ha desarrollado (en la investigación y en los diversos ciclos formativos, para candidatos al ministerio sacerdotal, para religiosos y laicos), quiero valorar su contribución a la formación permanente de sacerdotes y religiosos de Euskal-Herría, con los cursos de actualización teológico-pastoral que se realizaron en nuestro Seminario a partir del año 1978: esta fue, sin duda, una experiencia de vanguardia, anticipando lo que, sobre la formación permanente, indicaría más tarde Juan Pablo II, en la Pastores dabo vobis (1992).”

La influencia del Concilio Vaticano II se fue plasmando en varios frentes de la vida diocesana, uno de ellos en su aspecto organizativo y de participación de la comunidad diocesana: “Fue decisiva para nuestra vida diocesana la actuación de las estructuras de corresponsabilidad previstas por el Concilio: poco después de su conclusión, la creación del Consejo Presbiteral; y siendo ya obispo D. José María Larrauri, la del Consejo Pastoral, ambos organismos no desconectados de las Delegaciones y Secretariados diocesanos. Todos ellos habrían de implicarse en la elaboración de las primeras Lineas pastorales diocesanas (1983-1986), así como en la preparación y realización de nuestra Asamblea diocesana, “para abrir nuevos caminos” (1987-1991).”

Las décadas de los 60 y 70, convulsas socialmente también lo fueron en la vida diocesana incardinada en la vida social, y así lo recoge Asurmendi: “Baste recordar que en aquellos años Vitoria fue la ciudad con mayor crecimiento poblacional de todo el Estado, como consecuencia de la transformación industrial y de las estructuras agrarias en la Provincia, generándose una primera gran inmigración interior. Vinieron después los años del tardo-franquismo, con repercusiones especialmente graves entre nosotros (tales como los sucesos del 3 de marzo de 1976), los años de la transición democrática y de la configuración del Estado de las autonomías; acompañado todo ello, entre nosotros, por un clima de tensa efervescencia política y por la violencia y el terrorismo (especialmente de ETA). A la vez eran los años en que la Iglesia española buscaba liberarse de las hipotecas del “nacional-catolicismo” para que, siendo más libre, pudiese ser más creíble en su misión “religiosa y a la vez profundamente humana” (GS 40; 42). Pero, sobre todo, fueron los años en los que, desde el espíritu de la modernidad y otras dinámicas culturales, se iba modificando progresivamente la visión del mundo y se iba desacralizando la existencia, acentuándose un vivir “como si Dios no existiese”: lo que se agravaba entre los mismos creyentes, con una creciente desidentificación eclesial y con las polarizaciones internas que tensionaban a la Iglesia post-conciliar.”

Esta primera parte de la Carta Pastoral concluye con una exposición de una nueva realidad religiosa y eclesial gestada paulatinamente y en evolución continua hasta nuestros días: “no sería exagerado decir que en nuestras Iglesias, se estaba ya produciendo una “travesía del desierto”, bajo el signo del debilitamiento progresivo: un éxodo doloroso que llega hasta nuestros días y cuyos signos más llamativos conocemos (así, entre otros el descenso de la práctica religiosa, la crisis de vocaciones o las dificultades en la transmisión de la fe a las nuevas generaciones). Precisamente, la dureza de todo este éxodo (como el del antiguo pueblo de Dios, en camino hacia la libertad de la Alianza) nos urge a poner en Dios una esperanza fiable, renovándose nuestras comunidades desde lo esencial; y ello, dentro del mundo en que vivimos y que amamos, como también lo ama Dios: es el mundo en que ha entrado nuestra Iglesia del tercer milenio, caracterizado, entre otros rasgos, por la secularización creciente, por el pluralismo cultural y por la globalización.”

Concluye con una síntesis del siguiente paso la “mirada hacia dentro”: “Por mi parte, y desde mi responsabilidad con esta diócesis de Vitoria, he considerado necesario en este Año jubilar contribuir a la reafirmación de nuestro “sentido de Iglesia”, llamando vuestra atención sobre lo que, según el magisterio conciliar y postconciliar, es una “diócesis”, una Iglesia local. Es lo que quiero tratar en las páginas que siguen, con una mirada “hacia dentro” de la diócesis: a lo que le define e identifica como la real expresión de “la Iglesia entre nosotros”.

Non Solum sed Etiam.

Tras condensar los 12 primeros folios en solo 5, una sucinta reflexión al hilo de esta primera parte.

A lo largo de las referencias históricas sobre la génesis, constitución y caminar de la Diócesis de Vitoria se aprecia una singular presencia de la palabra UNIDAD, de múltiples formas y maneras: UNIDAD con la Iglesia Universal (Católica); UNIDAD de las Provincias Vascas; UNIDAD en la gestión; UNIDAD en la Pastoral; UNIDAD en la diversidad. UNIDAD como comunión eclesial; UNIDAD en una historia común. Una UNIDAD que ha sido efectiva y que tiene entre sus demandas pendientes la revisión del mapa eclesiástico y su reordenación en base a la colaboración diocesana llevada a cabo desde … el principio. La Historia de la Diócesis de Vitoria, la Historia de la Iglesia en el País Vasco se sigue escribiendo y entre los capítulos pendientes está el de la Provincia Eclesiástica que agrupe a las diócesis de Vitoria, Bilbao, San Sebastián Y Pamplona-Tudela, y no por motivaciones políticas sino por razón de lo mucho que les une.
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