"Con la Iglesia y sus sacramentos, jamás se harán negocios, y menos 'en el nombre de Dios'" Monseñor Asenjo 'alquila' a Sergio Ramos la catedral de Sevilla para su boda

Sergio Ramos y Pilar Rubio
Sergio Ramos y Pilar Rubio

"La Iglesia y sus servidores 'oficiales' –ministros de Dios en sus respectivas competencias y esferas-, se presta una vez más a ser tratada y considerada por el resto del pueblo, como campo de juego"

"¿Cuánto cuesta, sí, 'cuesta', el alquiler de la santa catedral hispalense, ex sede de su arzobispo san Isidoro"

"¿Acaso la catedral está a disposición de todo el pueblo de Dios, o de tan solo unos cuantos, con la infeliz y sempiterna coincidencia de ser estos celebérrimos y ricos?"

"¡Ya está bien¡. Con la Iglesia y sus cosas, es decir, sus sacramentos, jamás se harán negocios, y menos 'en el nombre de Dios'"

No son pocos los que jugaron, y siguen jugando, con y en la Iglesia. Además de negociar, juegan, verbo que en conformidad con las acepciones que registra el diccionario, incluye ideas tales como “hacer algo para divertirse, entretenerse, bromear, apostar, enredar y hasta aprovecharse”. Salta a la vista que ninguna de las susodichas acepciones resulta ser digna de sacralidad y de relacionarse con Dios y con lo que en Cristo Jesús representa, vive y hace perdurar la Iglesia, como signo y sacramento de redención y de vida, que se diga cristiana.

Pero el hecho, triste y pagano por naturaleza, es que, quienes juegan con la Iglesia son muchos, pertenecientes unos a los estamentos jerárquicos y otros a los que no llegaron a tanto, pero que socialmente todavía el clientelismo –“persona que habitualmente utiliza los servicios de un profesional o empresa, en este caso eclesiástico”- le confiere grados de dignidad y decoro sociales.

La noticia que me sirve de base para esta reflexión, en este caso es la referida a la boda de un deportista (Sergio Ramos), correspondiente al estatus de alta consideración y estima social, quien después de estar viviendo en calidad familiar de marido o esposo, con tres hijos ya, decidió regular su situación “ante Dios y ante los hombres”, haciéndolo “por la Iglesia”, mejor que “por lo civil”.

En el colosal marco de la catedral de Sevilla, de la que aseguraron los señores canónigos capitulares que decidieron su construcción, que a consecuencia de de sus grandiosas proporciones y riquezas, las generaciones futuras les tacharían de locos, es obvio referir que la ceremonia casamentera resultara ciertamente espectacular, aparatosa, e impresionante. Única no, dado que, como también en la misma se celebró en su tiempo la ceremonia nupcial de una infanta de España, el acontecimiento del “paletorro” de turno– “rústico y sin refinamiento”- quedará neutralizado “ipso facto”, es decir, automáticamente.

La Iglesia y sus servidores “oficiales” –ministros de Dios en sus respectivas competencias y esferas-, se presta una vez más a ser tratada y considerada por el resto del pueblo, como campo de juego, en este caso a consecuencia, y a tenor, de los goles que se marcan, o no se dejan marcar, porque tal es la función profesional asignada al protagonista de nuestra historia, valorada con generosidad infinita también por empresarios chinos…

Y aquí y ahora, unas preguntas, cuyas respuestas contribuirían a resituar el problema desde perspectivas y proporciones realmente religiosas. Constando la condición de no bautizado del novio, que lo hizo días antes más o menos en secreto, se supone que con las correspondientes sesiones de catequesis exigida, en la madrileña parroquia de Nuestra Señora de La Moraleja, ¿Cuánto cuesta, sí, “cuesta”, el alquiler de la santa catedral hispalense, ex sede de su arzobispo san Isidoro, con todo lo que ella representa y significa, también en el ámbito de los posibles escándalos “religiosos”? ¿Acaso la catedral está a disposición de todo el pueblo de Dios, o de tan solo unos cuantos, con la infeliz y sempiterna coincidencia de ser estos celebérrimos y ricos?. ¿Cuáles y cuantos fueron los gestos y gastos litúrgicos, por los que, con IVA o sin IVA, se pasaron las facturas, con alegación de razones concordatarias o de los pactos pendientes?

Catedral de Sevilla

Una vez más, los hombres de la Iglesia dejan de serlo, por y para convertirse en burócratas, funcionarios o en simples comerciantes, negociadores o tratantes. Al igual que a otros templos, al de la catedral hispalense se la profana, con dedicación a ritos y a ceremonias, poco o nada religiosas.

Los tiempos eclesiásticos y eclesiales en los que vivimos, con documentos y sin alevosías anticlericales, no están para estos nuevos escándalos. Ya tenemos bastante con los que los medios de comunicación nos suministran día a día. Los católicos-católicos están ya hartos de que les sea propuesta y testimoniada la fe con actos y hechos tan en contradicción con los santos evangelios.

Los negocios de los Sumos Sacerdotes, y no la fe del pueblo, fueron los artífices de la destrucción del templo de Jerusalén, pese a las prédicas purificadoras en el mismo, por parte de Cristo Jesús.

¡Ya está bien¡. Con la Iglesia y sus cosas, es decir, sus sacramentos, jamás se harán negocios, y menos “en el nombre de Dios”. Por cierto, y a título de curiosidad, ¿por cuánto se alquila una catedral? ¿Resulta más caro el alquiler de un campo de fútbol, de las características del madrileño, en el que “juega” el protagonista de esta historia?

Ramos y Rubio

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