"Maestro en limar asperezas y unir opuestos" Roger Etchegaray, el cardenal de las "misiones imposibles"

Roger Etchegaray
Roger Etchegaray

"Maestro del diálogo, Etchegaray siempre apostó por la reconciliación y la búsqueda del entendimiento social. Por pura cuestión de fidelidad a los principios evangélicos"

"Profundamente vasco (siempre se tocaba con chapela) pero con un corazón universal, donde realmente demostró sus dotes de mediador, conjugadas con su amor a la tierra, fue en el País Vasco, donde desempeñó un papel activo en los intentos por alcanzar una solución dialogada al terrorismo de ETA"

"Profundo conocedor de la realidad vasca, siempre mantuvo una perfecta sintonía con eclesiásticos y obispos de todos los sectores"

"Como reconoce el propio Papa Francisco, en su telegrama de pésame, 'fue un pastor celoso y amado por el pueblo al que había sido llamado a servir'"

Juan Pablo II le llamaba "mi enviado especial" o "el cardenal de las misiones imposibles". Roger Etchegaray (Ezpeleta, 1922) conjugó tres pasiones en su vida, que le llevaron a la cúpula de la Curia vaticana y del escenario político mundial: la Iglesia, País Vasco y la política. Esta última entendida a la manera vaticana, como mediación entre partes y construcción de puentes. Tres amores a los que fue fiel hasta su muerte este jueves a la edad de 96 años.

Alto, delgado, musculoso y pura fibra, poseía un magnetismo especial y, quizás por eso, pronto destacó en el universo eclesiástico francés. Ordenado sacerdote en 1947, el Papa Pablo VI le nombró, a los 47 años, obispo auxiliar de París y un año después, en 1970, arzobispo de Marsella.

 Transcurridos tan solo cinco años, en 1975, fue elegido por sus pares presidente del Episcopado francés. Ante carrera tan fulgurante, Juan Pablo II le creó cardenal en 1979 y el 8 de abril de 1984 le nombró presidente del Pontificio Consejo de Justicia y Paz y presidente del Pontificio Consejo Cor Unum. El segundo cargo lo mantuvo hasta 1995 y el primero hasta 1998, cuando renunció por límite de edad.

En ambos puestos se desempeñó con su elegancia natural y su inteligencia privilegiada de hombre de mundo con costumbres muy sencillas, así como maestro en limar asperezas y unir opuestos.

Quizás por eso, Juan Pablo II lo utilizó, durante décadas, como el toque progresista y comprometido de su gobierno curial y como su embajador plenipotenciario.

Sus misiones imposibles fueron incontables. Organizó el histórico Encuentro de Paz de Asís en 1986 entre representantes de las principales religiones, cuando algunas voces cardenalicias más rigoristas hablaban de "sincretismo" y cuando en el mundo, dividido en bloques, sonaban los tambores de una eventual guerra nuclear. También apoyó a fondo la iniciativa de Wojtyla de pedir perdón por las culpas de la Iglesia en le jubileo del año 2000.

Etchegaray

Realizó importantes misiones diplomáticas para la Santa Sede: en mayo de 2002 estuvo en Jerusalén para pedir la paz en Oriente Medio y en febrero de 2003, en Bagdad para llevar el mensaje de reconciliación del Papa y tratar de evitar la segunda guerra del Golfo.

También fue el artífice de la visita del Papa Wojtyla a Cuba en 1998, acudió a apagar el fuego del ex sacerdote Bertrand Aristide en Haití o a intentar aplacar los ánimos tras el genocidio de Ruanda. En varias ocasiones ejerció sus buenos oficios entre palestinos y judíos e, incluso, en la China comunista, que perseguía a la Iglesia y miraba con recelo al Vaticano o en el Chiapas del subcomandante Marcos.

Apostó por la mediación para solucionar el terrorismo de ETA

Profundamente vasco (siempre se tocaba con chapela) pero con un corazón universal, donde realmente demostró sus dotes de mediador, conjugadas con su amor a la tierra, fue en el País Vasco, donde desempeñó un papel activo en los intentos por alcanzar una solución dialogada al terrorismo de ETA.

Maestro del diálogo, Etchegaray siempre apostó por la reconciliación y la búsqueda del entendimiento social. Por pura cuestión de fidelidad a los principios evangélicos. Y con mayor razón si se trata de un conflicto entre cristianos en su amada tierra vasca.

Etchegaray

Ya el 2 de octubre del año 2000, la diplomacia vaticana se ofreció a los gobiernos español y vasco para "contribuir a lograr una solución pacífica" en el País Vasco. Una contribución que Roma encarga, unos años después, precisamente al cardenal Roger Etchegaray, el negociador "tapado". Ese del que ninguna de las partes habla, para preservar sus buenos oficios.

Profundo conocedor de la realidad vasca, siempre mantuvo una perfecta sintonía con eclesiásticos y obispos de todos los sectores. Era amigo de monseñor Setién y de monseñor Uriarte, pero también se llevaba muy bien con monseñor Blázquez o con el mismísimo cardenal Rouco Varela.

Dado que cumplía a la perfección las tres condiciones de un buen mediador (conocer a fondo el tema, tener prestigio y gozar de la confianza de todas las partes implicadas) desempeñó, en diversas ocasiones, el papel de "notario" en los encuentros entre los representantes de Moncloa y los dirigentes etarras. El mismo que ya ejerciera su amigo, el obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, en las negociaciones que entablaron, en 1999, el Ejecutivo de Aznar y la banda armada.

Buen alpinista, estaba acostumbrado a contentarse con pocas cosas, pero siempre mantuvo la vista puesta en horizontes amplios y de futuro. Solía decir que "ninguna paz establecida por un acuerdo podrá mantenerse, si no va acompañada de la paz del corazón". Y remachaba, con una frase en la que le salía su vena mística o de contemplativo en la acción: "Pero sólo Dios puede endulzar los corazones endurecidos". Por todo ello, la Iglesia y el pueblo le lloran. Porque, como reconoce el propio Papa Francisco, en su telegrama de pésame, "fue un pastor celoso y amado por el pueblo al que había sido llamado a servir".

Etchegaray y Putin

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