Obispos de México dirigen mensaje a los candidatos a la presidencia de la República



En los trabajos conclusivos de la 105 Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano, los prelados nacionales dirigieron un mensaje a los candidatos a la presidencia de la República. El 1 de julio, México irá a las urnas para renovar más de tres mil cargos de elección popular. Como ha sido costumbre en los procesos electorales, quienes aspiran al máximo cargo público realizan pasarela para responder a las inquietudes de la jerarquía.

En el mensaje destacan los temas que preocupan a la sociedad mexicana a la vez que se hace un llamado para que se levante una "gran reforma política que asegure instituciones de gobierno más estables y creativas frente a los desafíos del mundo, renovando la vida partidista, la valiosa interacción con la sociedad civil, el empresariado, el mundo del trabajo, así como la vida académica y cultural, siendo corresponsables e incluyentes".

A continuación, el mensaje pronunciado por el presidente de la CEM, el arzobispo de Guadalajara, cardenal José Francisco Robles Ortega:

MENSAJE DEL SEÑOR JOSÉ FRANCISCO CARDENAL ROBLES ORTEGA, ARZOBISPO DE GUADALAJARA Y PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO,EN EL ENCUENTRO CON LOS CANDIDATOS A LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA,DENTRO DE LA CV ASAMBLEA GENERAL DEL EPISCOPADO MEXICANO.



I. Saludo y agradecimiento.

De nueva cuenta le saludo y agradezco su mensaje a esta CV Asamblea General del Episcopado Mexicano. Estoy seguro que sus palabras nos llaman a continuar un discernimiento sereno, y a confrontarlo con la realidad histórica que vivimos en nuestras respectivas diócesis, las regiones particulares en las que llevamos a cabo nuestra misión, y por supuesto con el todo de la situación nacional y global.

Ahora, permítame compartir con Usted, a nombre de este Colegio Episcopal, algunas reflexiones que surgen de nuestros intercambios en los últimos tres Consejos Permanentes, de los trabajos de esta semana de encuentro, y de nuestro recién aprobado Proyecto Global Pastoral 2031-2033.

Lo anterior, con el fin de poder compartir dos aspectos concretos sobre nuestro País. En primer lugar nuestros más importantes anhelos –que al mismo tiempo los consideramos compromisos–, y en segundo, algunas reflexiones sobre este momento electoral que estamos viviendo.



II. Sobre nuestros anhelos/compromisos:

Una Nación en la cual se respeten a plenitud todos los derechos humanos fundamentales. Principalmente, la libertad de conciencia y la libertad de religión, lo que implica una relación de colaboración positiva entre las Iglesias y el Estado, enmarcada dentro de la llamada laicidad positiva. Sabemos que de estas libertades se desprende la plenitud de todas las demás, como consecuencia de la capacidad intrínseca de todo ser humano de vivir conscientemente la realidad, a través de juicios de verdad, mismos que no pueden ser impuestos desde el exterior, sino que tienen que ser asumidos a través del proceso del convencimiento. Reconocemos que mucho hemos avanzado en los últimos decenios en esta materia, sin embargo todavía tenemos pasos que dar.
Un México más justo, solidario y participativo. El abatimiento de la pobreza, la generación de oportunidades para todos, el acceso a los servicios elementales, así como la promoción de los más desfavorecidos -entre ellos, muchas mujeres y hermanos indígenas, son tareas prioritarias. Creemos que para alcanzarlos, es necesario promover también auténticos mecanismos de participación social, que los incorporen a ellos mismos en su promoción.

Un sistema económico humano, capaz de impulsar a todos, a través del empleo digno y la promoción humana. El trabajo es la clave de la cuestión social, se afirma explícitamente desde San Juan Pablo II. México está llamado a promover empleos, pero con calidad, promotores de la persona y capaces de ofrecer un salario decoroso. Una economía no centrada en el ser humano concreto, se vicia en el mundo de la especulación, la utilidad y el consumo. El Gobierno y la sociedad mexicana, están interpelados a responder ante las exigencias globales, con su particular cultura y enfoque, que recupera siempre los valores fundamentales de la familia, el encuentro y la comunidad.

4. Un Estado de Derecho fuerte, justo y promotor de la dignidad humana. No podemos concebir un orden social basado en la impunidad, la corrupción, la inseguridad, la violencia, la cultura de la muerte. Todos estamos llamados a rendir cuentas de nuestros actos. Creemos que este es uno de nuestros grandes desafíos nacionales, pues este País, no puede ser “una casa para todos”, cuando se violenta la vida, en cualquiera de sus etapas, se menoscaba su dignidad, o se violenta el espacio más íntimo en el que se experimenta y se aprende a vivir, es decir la familia. Nuestro desafío no sólo es legal, sino principalmente cultural. Estamos llamados a cultivar la vida, a cuidarla y protegerla para todo ser humano, especialmente en aquellas “periferias existenciales” que nos interpelan para promover creativos instrumentos y esfuerzos institucionales de reconciliación, desarrollo y paz.

Educación de calidad, para promover una cultura solidaria. Nuestro sistema educativo no se reduce al ámbito de la escuela, va mucho más allá. Los padres de familia son los principales responsables de la educación de sus hijos. La escuela, por supuesto, es un lugar de gran importancia: gobierno y sociedad, dice el Papa Francisco, están llamados a reconfigurar un pacto educativo para que todo maestro, método pedagógico, instalación y alumno, sean de alta calidad humana y profesional. Por otro lado, es fundamental que esta educación formal, se integre siempre con otros ámbitos de educación no formal que consolidan, integran y delinean las aptitudes y valores trascendentes de la vida, a través del arte, el deporte, el escultismo, la cultura, el sano esparcimiento y la vida en común. Además de ser promotores del bienestar de todo ser humano, lo debemos ser también de nuestra casa común, del entorno natural y cultural que respiramos y compartimos


III. Algunas reflexiones sobre el momento electoral que vivimos en el País.

Es urgente reconocer que la Nación Mexicana es la suma de los esfuerzos cotidianos de todos los habitantes que la integramos. Es resultado de la consistencia de nuestras relaciones y acciones, de las opciones fundamentales que tomamos en lo individual, y colectivamente, en la complejidad de nuestra muy plural sociedad.

Hoy, afirmamos que más que un jefe de gobierno, necesitamos de un jefe de Estado, capaz de orientar con firmeza y suavidad los esfuerzos de la sociedad y el gobierno, con una mirada de largo alcance, en este marco nacional e internacional que nos desafía. Además de estrategias y modelos de gestión, requerimos de la configuración de presupuestos civilizatorios capaces de impulsar un desarrollo humano, sostenible, integral y solidario. Las recientes encíclicas sociales Caritas in veritate del Papa Emérito Benedicto XVI, y Laudato Si’, del Papa Francisco, tienen estos nobles fines.

México es muchas cosas. No puede fragmentarse en juicios parciales, ni viscerales. Es una Nación con un gran pasado, un presente desafiante, y un futuro lleno de oportunidades. México ha sido elegido como una “casita modelo”, desde el Tepeyac, para construir una vida en la relación y el encuentro, que haga posible la unidad en la diversidad, con un sentido trascendente y profundamente humano, respondiendo a las realidades concretas de todas las personas y grupos sociales.

Muchas cosas las hemos hecho bien. En los últimos años hemos logrado conformar avances significativos en materia política, económica y social. Recientemente, en el diálogo obispos-políticos (organizado por el CELAM y promovido a iniciativa directa del Papa Francisco, llevado a cabo en Bogotá, Colombia), muchas autoridades civiles de alto nivel, y otros expertos, me comentaban con admiración de estos avances en nuestro País, especialmente en el manejo macroeconómico; del esfuerzo en la consolidación de instituciones democráticas, y por supuesto en algunos índices de salud, educación, vivienda, entre otros, que nos llaman a mejorar aún más, sin cancelar lo alcanzado.

Hay mucho que hacer todavía. Hay indignación y graves realidades de exclusión que nos sacuden y violentan. Sin embargo, éstos no pueden opacar nuestra mirada sobre el bien conquistado. La crisis ética, hay que decirlo, no es exclusiva del gobierno, ni de nuestra Nación, sino que es un cáncer presente en toda la humanidad, a combatir con audacia, prudencia y sabiduría. No podemos acostumbrarnos, ni dejarnos vencer por el mal, menos aún justificarlo. Sino como dice el gran Apóstol San Pablo, estamos llamados a vencer “el mal con el bien”.

Así como hemos creado un ámbito de instituciones creíbles en el contexto electoral, estamos llamados ahora a levantar una gran reforma política que asegure instituciones de gobierno más estables y creativas frente a los desafíos del mundo, renovando la vida partidista, la valiosa interacción con la sociedad civil, el empresariado, el mundo del trabajo, así como la vida académica y cultural, siendo corresponsables e incluyentes.

Es necesario proponer la corresponsabilidad como un nuevo paradigma civilizatorio. La solidaridad puede reducirse a una acción desvinculada, a una idea filantrópica que no compromete la existencia misma del sujeto frente a la realidad compleja, histórica y real. Recientemente, por ello, en distintos ámbitos de reflexión social se habla de corresponsabilidad[1]. Este término evoca un sentido integral y dinámico, pues no responde solamente a un momento, a una acción o sentimiento, sino a un modo de vivir. Todos usufructuamos un entorno ambiental y cultural, que nos hermana necesariamente.

La gobernabilidad de cualquier sociedad requiere corresponsabilidad. El concepto moderno de “gobernanza” de las ciencias políticas, así como nuestra Doctrina Social, coinciden en afirmar que no hay un gobierno real, sin una sociedad participativa y organizada. Los problemas en que vivimos nos señalan la urgencia de replantear las tareas de una verdadera autoridad: i) marcar senderos, ii) establecer criterios de reflexión y líneas de acción, iii) verificar la licitud de los medios para alcanzar dichos objetivos, tomando en cuenta la realidad concreta de los gobernados, y por supuesto, iv) integrar su convicción y participación. Esto conforma una democracia participativa, real, y no sólo reducida a normas, planes, presupuestos y un marco electoral que gira en torno a una fecha sexenal, o trienal. Nuestra crisis no es de medios, sino de búsqueda conjunta de claros y rectos fines.

Las campañas políticas son una gran oportunidad para cambiar la manera como concebimos nuestra vida. Han de ser entendidas como ejercicios valiosos de reflexión que nos interpelan a pensar bien el futuro que podemos hacer juntos. El verdadero gobernante, y candidato para serlo, debe vivir en una clara disposición de servicio para la gente, y no al revés. Esta capacidad empieza por la escucha, y ello sólo es posible a través del diálogo y el encuentro constante con la gente, capaz de suscitar compromisos bilaterales. Las campañas serán interesantes y útiles si son ricas en ideas, y no en el dispendio excesivo de recursos económicos. Creemos que pueden ser el gran “campanario” para llamar a todos a cumplir su misión histórica más allá de egoísmos, intereses propios, de visiones reducidas o fragmentadas de la realidad. No es tampoco el momento de crear mundos ilusorios, que quizá con el tiempo, puedan generar mayor frustración social.



IV. Conclusión

Finalmente, le comparto que en nuestro Proyecto Global Pastoral 2031-2033, en el numeral 24, hay una reflexión sobre el momento actual, así como el horizonte al que queremos llegar como Iglesia servidora del Pueblo de Dios, para celebrar los 500 años de las apariciones de Santa María de Guadalupe a San Juan Diego, y los 2,000 años del misterio de la Redención.

Cito: “Vemos con alegría y esperanza todo lo bueno y positivo que esta nueva época trae para la humanidad, pero nos preocupa el arribo de esta nueva cultura que desdibuja y mutila la figura humana, y es aquí donde se encuentra el corazón de esta profunda transformación que se está dando y lo que nosotros identificamos y llamamos como el núcleo cultural fundamental: ¡la negación de la primacía del ser humano! (Cfr. EG 55), es decir, nos encontramos ante una profunda crisis antropológica que reclama sanar todas las relaciones básicas de la persona...”.

Nuestras inquietudes son muchas, pero el tiempo se ha agotado. Permítame ofrecerle nuestra oración y constante disposición al diálogo. Le hacemos un llamado para ver, en todo momento, por el bien de todos los mexicanos, sin distinción alguna, pero sobre todo, para aquellos que están “descartados” de las oportunidades de sustento y desarrollo. Estamos en un momento crucial, por lo que la prudencia y la humildad deben ser nuestros mejores consejeros. Cuente con nuestra colaboración, en el marco de una relación Iglesia-Estado moderna, es decir respetuosa y colaborativa.



Muchas gracias.
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