Sentimientos encontrados



Arquidiócesis Primada de México agradece a Rivera Carrera sin Rivera Carrera

Guillermo Gazanini Espinoza / Peregrinar se convierte en caminar sobrenatural para ascender al lugar santo. Es causa de fiesta, gozo y júbilo. En la Ciudad de los contrastes, fieles dieron testimonio de esa variedad de carismas de una Iglesia que se debate entre la fidelidad a su tradición católica y la vorágine del cambio de época. Es la peregrinación anual de la Arquidiócesis Primada de México adornada con banderas, estandartes globos e imágenes de sus santos, el Niñopa y Santa María de Guadalupe, cantos, alabanzas y silencio, murmullos, gritos y plegarias. Caminar para ascender al santuario más querido de la nación mexicana.

A la cabeza, los obispos auxiliares, menos el Primado de México. Todos pensarían que ahí se encontraría como años atrás iniciado el rezo de los misterios del santo rosario, pero no fue así. Un hueco evidente causando comentarios y opiniones al recordar aquel pasaje del Evangelio: “Es necesario que él crezca y yo venga a menos” (Jn 3,30). O menos sobrenaturales, las suposiciones argumentando algo más simple que las razones evangélicas: el sentimiento humano, muy humano, de nostalgia y acedía por ser relevado después de dos décadas a la cabeza de la gran columna arquidiocesana que parecía no tener fin a lo largo de la calzada de Guadalupe.

Llegar al Tepeyac siempre trae al peregrino una recompensa interna como bálsamo sobrenatural para los dolores y heridas del espíritu. Todos los que han caminado en estos 22 años de la era de Norberto Rivera Carrera recordarían cómo se han dado cambios en esta vía al santuario mariano. Años atrás, los enjambres de cables y cuerdas, lonas y plásticos, gritos y vendimia, eran la prueba última del peregrino para conseguir la meta final en el atrio de Las Américas. Hoy el panorama era distinto ante la renovación y cuidado urbano aunque sin acabar con el dolor de los desposeídos y pobres que buscan una moneda o algo qué comer esperando en la misericordia de los creyentes.

Basílica de Guadalupe aparecía imponente acompañada de su compañero, el Templo Expiatorio de Cristo Rey, renovado y rehabilitado gracias al pastor ausente. Al borde del colapso, el viejo santuario compite por el aprecio y cariño de los millones de fieles que encuentran, en la entrada al conjunto mariano, el imponente edificio. En La Plaza de Las Américas, los fieles eran recibidos por una manta en la capilla exterior del moderno recinto: “Gracias padre y pastor”. Peregrinación de sentimientos encontrados, como dijo Mons. Armando Colín Cruz, obispo auxiliar de México, cuando a unos días de pasar el báculo al cardenal Carlos Aguiar Retes, la presencia del Arzobispo emérito y administrador apostólico estaba en una gran imagen dominando también el interior del recinto guadalupano con una sola palabra: ¡Gracias!

Mientras la procesión interminable del clero avanza, los fieles apiñados en bancas y pasillos ven con cándido entusiasmo el ingreso de sus ministros en desfile solemne. En vano un saludo, en otros, correspondido con el gesto amigable. La celebración comienza y los fieles escuchan al rector, Mons. Enrique Glennie Graue, desgranar agradecimientos y enunciar los desafíos y retos que en 22 años afrontó el Arzobispo emérito: “Un enorme sentimiento de gratitud por el pastor que, por 22 años ha presidido en la caridad el caminar de nuestra Iglesia particular… Hombre de equipo, práctico y decidido, cuyas iniciativas de reestructuración arquidiocesana han sido ejemplo para otras iglesias particulares en el mundo, diría el rector de Guadalupe.

Tal vez el punto esencial fue el que tocó el obispo auxiliar Armando Colín quien presidió la celebración eucarística. Porque en el “ambiente” se podían palpar estos “sentimientos encontrados” por la ausencia del pastor e incertidumbre por el futuro. “Cariño, amistad y respeto del hermano, padre y pastor” Norberto Rivera Carrera sin insinuar la palabra “nostalgia”. Sentimientos encontrados porque hay “alegría que abre una alborada de esperanza y anhelos, por la llegada la de nuestro nuevo Pastor, el Eminentísimo Señor Cardenal Don Carlos Aguiar Retes, a quien recibimos con los brazos abiertos manifestándole nuestro respeto, reconocimiento y apoyo, a quien esperamos con alegría y quien sin duda continuará el proceso evangelizador misionero para que caminemos juntos hacia el encuentro definitivo con Dios”.

Mons. Colín Cruz, al fin y al cabo experto en Biblia, supo aplicar la exégesis perfecta en esta transición de la Iglesia de la capital del país, siempre pendiente ante los signos de los tiempos que se manifiestan implorando la bendición de Dios en esta peregrinación para seres queridos, gobernantes y especialmente por “los tiempos que se avecinan que ya estamos viviendo, en el año de las elecciones de nuestros gobernantes en la convicción de que nuestro pueblo no participará en acciones corruptas, sino que podrá discernir para elegir a quien pueda gobernar con justicia y transparencia, en el contemplar nuestras realidades contrastantes, tanto de inseguridad como de pobreza que día con día se manifiestan en nuestra Ciudad”-

Esa Ciudad de México pastoreó Rivera Carrera ante los cambios profundos y la incertidumbre de la historia. Ciudad Arquidiócesis a la cual fue llamado como Mateo, según el relato evangélico y ungido como los reyes de Israel “para proyectar la evangelización de las nuevas generaciones”.

Armando Colín sólo podía concluir su mensaje con la gratitud del hermano porque él también, gracias a la confianza del Arzobispo Primado de México, fue tomado del clero de la Arquidiócesis para ser ungido en el episcopado y colaborar cercanamente al pastor emérito: “Gracias Eminencia, por su testimonio, gracias Eminencia por su firmeza en los problemas, gracias por sus enseñanzas, gracias por su amistad. Que Dios le bendiga hoy y siempre”.

Mientras la celebración de los misterios transcurría uno no podía dejar de pensar en esta era de un pontificado largo que abarcó poco más de dos décadas. Una joven generación de católicos no ha visto a otro Arzobispo de México. Muy lejano está 1995 cuando, el obispo de Tehuacán, de apenas 53 años de edad, llegó para apacentar una Ciudad a la cual le tenía temor. Como afirmó Colín Cruz, era una época de cambios y de cambio de época. De cuestionamientos sociales que se asomaban a la esperanza del nuevo milenio. En 1977, el cardenal Corripio Ahumada recibía una Arquidiócesis con todos sus desafíos y en 1995 esos retos tuvieron un rostro diferente. La Ciudad de México en 2018 arroja una radiografía de un territorio agobiado y de “sentimientos encontrados”. “Conviene que yo disminuya para que él crezca” porque el nuevo pastor dará un impulso distinto a los lineamientos claros entregados por su sucesor para una sociedad cada vez más crítica e interpelante, irreligiosa y agnóstica, mundana y orgullosa de su secular autosuficiencia.

Mientras los peregrinos abandonan el recinto mariano, atrás queda la imagen de Rivera Carrera que parece agradecer y despedirlos como hubieran querido. En el rostro de los fieles hay sonrisas y sobriedad, esperanza renovada o indiferencia humana. En el fondo, su compromiso de fe no depende de una sucesión episcopal sino de la respuesta enraizada en la misma existencia a la manera de Leví o del rey Saúl. En los ojos de los peregrinos que han soportado el frío de esta mañana de enero invernal, se transparenta la filial confianza para afrontar los sinsabores de la vida en adhesión a Cristo con alegría, valentía, firmeza y fortaleza. Esto es algo superior a cualquier Arzobispo del presente o del futuro.

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