No esconder las llagas de la Iglesia



En el encuentro con el clero chileno el Papa indica el camino para evitar la autorreferencialidad y comprender las heridas del mundo ·

Y en la cárcel femenina recuerda que una pena sin futuro no es una condena sino una tortura

L´Osservatore Romano / Solo una Iglesia que no esconde sus llagas puede ser «capaz de comprender las llagas del mundo de hoy y hacerlas suyas, sufrirlas, acompañarlas y buscar sanarlas». Porque la conciencia de las propias heridas abre los horizontes de la solidaridad y libera de la tentación de «volvernos autorreferenciales, de creernos superiores», explicó el Papa Francisco a los sacerdotes y a los religiosos de Chile durante el encuentro del martes por la tarde, 16 de enero, en la catedral de Santiago.

Un encuentro — marcado por una larga y apremiante reflexión sobre Pedro y la primera comunidad de discípulos — que ha ofrecido al Pontífice la ocasión para volver sobre la cuestión de los abusos a menores por parte de ministros de la Iglesia, renovando la petición de perdón pero compartiendo también el dolor de la comunidad eclesial a causa de las sospechas que han «introducido la duda, el miedo y la desconfianza» en lo referente al clero. Y poco antes, al finalizar la misa celebrada en el parque O’Higgins en presencia de muchísimos fieles, Francisco se había reunido en la nunciatura con un pequeño grupo de víctimas y había escuchado sus historias de sufrimiento, en un clima de gran conmoción y recogimiento.

La jornada del Pontífice en Santiago, abierta por un nuevo llamamiento a la reconciliación nacional lanzado durante la celebración eucarística, vivió otro momento conmovedor en la cárcel femenina de la capital, donde se desarrolló el encuentro con más de seiscientas mujeres reclusas en el penitenciario. Al saludarlas el Papa las exhortó a no «perder la esperanza» y a no «dejar de soñar», porque la vida, recordó, «se construye para delante y no hacia atrás». Toda pena, por tanto, «debe tener un horizonte». Y «una condena sin futuro — recalcó — no es una condena humana, es una tortura».

En la conclusión de la jornada el Pontífice saludó en la catedral a los obispos del país y se detuvo en el santuario dedicado a san Alberto Hurtado, reuniéndose con la comunidad de jesuitas y un grupo de personas asistidas por la obra Hogar de Cristo.
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