Los 5 mil voluntarios al final quedaron en unos cientos La megamisión se hizo chiquita

La megamisión se hizo chiquita
La megamisión se hizo chiquita

En un video deficiente e impersonal, su Eminencia presentó y agradeció la megamisión en tres líneas con las frases de siempre: salir, ser misioneros, trascender, Iglesia en salida de estructuras dispuestas a la misión, no permanecer en encerrados en las tradicionales formas…

La megamisión se hizo chiquita

Concluyó la megamisión de Carlos Aguiar convocada el 29 de septiembre en Basílica de Guadalupe. Lo que quería ser el gran evento misionero del arzobispo primado, el primer ensayo de la gran misión que posteriormente tuviera réplica a nivel provincial y que atrajera a las provincias circunvecinas a la Ciudad de México, fue poco a poco densinflándose consecuencia de los errores, inexperiencia, improvisaciones, mucho protagonismo y exceso de pragmatismo.

Desde el inicio, la venta de este proyecto quiso convencer al presbiterio a través del mediatismo en medios arquidiocesanos para el reclutamiento de miles de voluntarios para trabajar en cinco ambientes de misión. Se llamó prácticamente a una “conquista” bajo la fachada de la conversión medioambiental y ecológica en paralelo al sínodo amazónico. Fue el principal ingrediente y atractivo para convencer a miles de jóvenes a quienes se quería enrolar en grandes campañas vicariales donde las dirigencias de esas zonas de pastoral estarían obligados a captar mínimo 500 jóvenes para consumar el proyecto.

Sembrar árboles, campañas de limpieza, renovación de los espacios públicos tendrían a la par otros ambientes, como se les llamó, que en su momento fueron secundarios como el de la visita a los enfermos y familiares en hospitales, la atención a los pobres y reclusos. La campaña de “conversión ecológica” fue de las primeras resistencias que afrontaron los organizadores quienes, dicho sea, también tuvieron sus convulsiones internas, derivadas de las suplencias y cambios, que el final recayó en un desconocido sacerdote asociado a los Legionarios de Cristo, Manuel Sánchez quien al último, debería responder a su superior inmediato, el vapuleado y cada vez más cuestionado vicario de pastoral de Carlos Aguiar, el padre Ávaro Lozano Platonoff.

Sánchez y Lozano enfrentaron a un presbiterio que no fue receptivo y francamente escéptico sobre la eficacia de una misión cuestionada en sus objetivos y métodos. Calificada de pagana y panteísta, los tropiezos se dieron cuando las propuestas de la conversión ecológica no serían tan fáciles de aplicar. No era simplemente cosa de ir a sembrar arbolitos… Descoordinada, los organizadores sufrieron sus primeros descalabros cuando las autoridades de las alcaldías y de la Ciudad no dieron jale a las artificiales campañas armadas en el escritorio.

En solo dos meses, desde se anunció, la carrera fue contra el tiempo y a marchas forzadas. Mientras el semanario daba publicidad en números consecutivos para animar a la inscripción en acciones de la megamisión, recoger basura, plantar árboles, promover el reciclaje y reutilización de desperdicios, proteger y cuidar animales, acompañar a personas reclusas, pobres, adultos mayores, enfermos y discapacitados; compartir conocimientos y apoyar en actividades de albergues y refugios, la joya de la corona sería un megarally y concierto en el zócalo de la Ciudad donde se mediría el músculo y poder de convocatoria del arzobispo Aguiar.

Poco a poco los organizadores despertarían a la realidad. Los encantos de la megamisión de ensueño fueron la pesadilla que cimbró a quienes apostaron por una misión a “lo mega” sin prever las consecuencias de la falta de planeación, y de la suficiente coordinación principalmente con decanos y párrocos.

Para octubre la cosa no estaba tan fácil y todo parecía tambalearse. Con Carlos Aguiar ausente de la arquidiócesis, debería motivarse a una población cada vez más lejana. La misión sin pastor comenzó a tambalearse cuando los organizadores supieron que el megarally y magno concierto iban por la borda al toparse con los desfiles por el día de muertos que no cederían ante la demacrada propuesta de misión por más ecológica que fuera.

Poco a poco el discurso en el semanario informativo del cardenal Aguiar mutó. Los grandes objetivos y el anticipado triunfalismo ahora eran justificados con “el ya lo sabíamos”, “estaba previsto”, “es oportunidad interesante” y “ahora es una convivencia familiar”. Efectivamente, la megamisión se estaba desinflando.

Ante la debacle, la accidentada maniobra de Lozano Platonoff urgía las explicaciones para no salir disparados hacia el precipicio. Inventar las cifras alegres. Amparado siempre con el “registro en las plataformas” anunció la inscripción de más de 5 mil voluntarios… todos sin verificar y listos para hacer realidad las acciones de los cinco ambientes.

El último recurso de Sánchez y Lozano fue prácticamente al borde de la desesperación. Conseguir el lugar para cumplir con el compromiso del megarally y el concierto. Sin saber a quién asistir, pedían ayuda a quien fuera para mover ahora el lugar del evento a la Plaza de la República del monumento a la Revolución. Otro proyecto frustrado que no les fue concedido

Las 72 horas intensivas llegaron este 25 de octubre precedidas de un video promocional que poco fue conocido con el tema de la megamisión en una producción muy pobre y poco convincente. Con la bendición virtual del arzobispo Aguiar en Roma, voluntarios y organizadores iban a la recta final de la acción misionera extraordinaria. La apuesta de las redes sociales y hashtags solo alcanzaron a reproducir selfies y a grupos con las playeras negras con pocas evidencias del impacto misionero.

La misa dominical en catedral presidida por el auxiliar, Mons. Salvador González Morales, quiso aglutinar al clero, por lo menos a la cúpula aguiarista, en un signo de comunión. Eran más lo monaguillos en la procesión de entrada que la decena de sacerdotes antecediendo a los dos auxiliares de Carlos Aguiar Retes. La homilía predicada por Mons. Carlos Enrique Samaniego López, fue el intento para justificar el cometido de este día. Todo era producto de las acciones de la arquidiócesis para “redescubrir” los esfuerzos que ya se hacían por años. El concepto megamisión se desmoronaba ante otro ya conocido y acuñado desde el año 2000, el de la arquidiócesis en estado de misión permanente como puente para salvar la incompetencia. Curiosamente, lo de la conversión y la ecología integral fue muy calculado en la homilía de Samaniego, y prácticamente pasó inadvertido.

Pero lo que quizá fue el error más grande y hecho por demás decepcionante fue ver al pastor virtual. La cortesía y buen gesto del obispo Salvador González quiso justificar diciendo que ahí todos, auxiliares, cabildo y vicarios, “hacían presente” al cada vez más ausente arzobispo primado de México. En un video deficiente e impersonal, su Eminencia presentó y agradeció la megamisión en tres líneas con las frases de siempre: salir, ser misioneros, trascender, Iglesia en salida de estructuras dispuestas a la misión, no permanecer en encerrados en las tradicionales formas…

Al final, la foto que hizo ver cómo la megamisión fue reducida de miles a cientos. Algunos voluntarios así lo reconocieron, que el evento del domingo sería particularmente difícil.  Lo que había sido presentado como la “magna obra misionera” quedó en el entusiasmo de cientos; lo que se anunció como el gran despliegue de misión en cinco ambientes, fue reducido a 73 puntos con acciones de buena voluntad; lo que sería un estruendoso megarally en el zócalo, paso a ser un desfile de gritos y porras bajo la pasiva mirada de los millones de ciudadanos ocupados en catrinas y calaveras; un megafestival misionero de la Iglesia en salida, fue discreta algarabía que pronto se disolvió ante la el vaivén de la ciudad que diluye y eclipsa en la tenue lluvia otoñal. Y hay lecciones concretas y responsabilidades que no pueden evadirse. No podemos juzgar y sí agradecer las acciones de los centenares de voluntarios; a ellos nuestro sincero reconocimiento por su labor y encomiable tenacidad, pero sí señalamos los protagonismos y delirios de los organizadores y de un arzobispo cada vez más desacreditado y lejano. Ellos son los responsables de que la megamisión se hiciera muy chiquita.

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