"¿Por qué no tomamos el Evangelio más en serio?" Castillo: "En Andalucía, en cuanto se ha puesto a mandar la derecha, se ha vuelto a promover la clase de Religión"

Clase de religión en un colegio de Córdoba
Clase de religión en un colegio de Córdoba

"Yo me pregunto de qué han servido las clases de Religión en esta España nuestra, tan cainita y tan corrupta. ¿Nos han hecho más honestos y más buenas personas?"

"Los primeros, que tienen que enseñar la Religión, son los obispos. Y para eso, lo primero que tendrían que hacer es irse de sus palacios. Y ponerse a vivir como y donde vive la gente de condición media; o más bien, humilde"

En Andalucía, en cuanto se ha puesto a mandar la derecha política, se ha vuelto a promover la clase de Religión. Como es lógico, quienes han tomado esta decisión, sin duda alguna, están persuadidos de que “la fe cristiana” se transmite por medio de “enseñanzas”. Y no han caído en la cuenta de que, según el Evangelio, el instrumento indispensable para transmitir la fe en Jesucristo no son nuestras enseñanzas, sino nuestras conductas.

Esto es tan cierto y tan seguro que, sin miedo a exagerar o a equivocarse, se puede (y se debe) afirmar que la fe entra por los sentidos. Es decir, la fe se transmite por lo que la gente “ve”, “toca”, “siente”, “palpa”. Jesús lo dijo con toda claridad: “Vosotros sois la luz del mundo…, que la gente vea vuestras buenas obras y glorifique a vuestro Padre del cielo” (Mt 5, 13-16). Justamente lo mismo que le pasó al apóstol Tomás (Jn 20, 24-29): cuando sus compañeros le dijeron que habían “visto” al Señor Resucitado, su respuesta fue tajante: “si no veo en sus manos las cicatrices de los clavos y si, además, no toco en su costado la señal se los clavos, no creo”.

Sin duda alguna, la fe en Jesús depende de lo que “vemos” y “tocamos”. Exactamente lo mismo que le pasó al ciego de nacimiento: “vio y creyó” (Jn 9, 37-38). Así se lo había dicho Jesús a quienes se negaban a creer en él: “Si no creéis en mí, creed en mis obras” (cf. Jn 5, 36; 10, 25).

Bondad y honradez

Pero, ¿qué “obras” (erga) eran las que identificaban a Jesús? ¿Los argumentos y explicaciones que daban los “profesores de religión” que esparció Jesús por toda Galilea? No. Jesús hablaba de “lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les da la buena noticia” (Mt 11, 3-5).

La clase de Religión, a juicio de Jesús, era (y tiene que seguir siendo) la bondad y la honradez incansable, que no soporta ver a la gente sufrir.

Y si es que no tenemos bastante con el Evangelio, echemos mano de la experiencia. Yo me pregunto de qué han servido las clases de Religión en esta España nuestra, tan cainita y tan corrupta. ¿Nos han hecho más honestos y más buenas personas? Hace poco, me ha impresionado la lectura del libro de Thomas Ruster, El Dios falsificado. Este profesor de la universidad de Dortmund dice con razón:

“El holocausto se produjo dentro de una cultura conformada por el cristianismo. No solo los campos de concentración estaban ubicados cerca de museos, auditorios y bibliotecas, no solo quienes planearon y ejecutaron el exterminio leían a Goethe y a Schiller, sino que la mayoría de aquellos facinerosos habían recibido durante años clases de religión cristiana, asistían con frecuencia al culto divino y escuchaban sermones e instrucciones morales. Existió un cristianismo que hizo posible Auschwitz, o al menos no lo impidió” (o. c., pg. 32).

Tiene toda la razón del mundo el mismo profesor Ruster cuando advierte: “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar, porque nos remite a la falsa religión” (o. c., pg. 228).

¿Qué hacer, entonces? Organicemos la enseñanza de la Religión de otra manera. Los primeros, que tienen que enseñar la Religión, son los obispos. Y para eso, lo primero que tendrían que hacer es irse de sus palacios. Y ponerse a vivir como y donde vive la gente de condición media; o más bien, humilde. Los presbíteros deberían de administrar los sacramentos sin cobrar un céntimo. Y a mí me parece que lo mejor sería que, en cualquier caso, el sacerdocio (en el cristianismo) no debería ser nunca una “carrera”, para ganarse la vida. Como les dijo san Pablo a los presbíteros de Éfeso, en la playa de Mileto: “Sabéis por experiencia que estas manos han atendido a mis necesidades y a las de mis compañeros; os hice ver en todo que hay que trabajar así, para socorrer a los necesitados” (Hech 20, 34-35).

Cómo gestionar la religión

Pero, ¿y cómo gestionar las parroquias? La solución normal tendría que ser organizar las cosas de manera que, en cada parroquia, se organizara un grupo de personas (mujeres y hombres), coordinadas por el párroco, que fueran los responsables de los diversos servicios que una parroquia tiene que gestionar, desde la liturgia y la enseñanza, hasta la atención a enfermos, ancianos, necesitados, etc. 

Por supuesto, no se ve la necesidad de que los párrocos tengan que ser “hombres solteros”. Ni necesariamente hombres (¿por qué no mujeres?) Ni necesariamente solteros. Mal asunto es “hacer teología” basándose en determinados “hechos históricos”. Si este criterio se tomara en serio y hasta el fondo, sin duda alguna, llegaríamos a deducir las conclusiones más disparatadas.

¿Por qué no tomamos el Evangelio más en serio y, sobre todo, lo vivimos con plena coherencia? Si hiciéramos esto de verdad, seguro que no haría falta poner una clase de Religión en la escuela.   

Religión en la escuela
Religión en la escuela

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