Luces en la ciudad

El Dios que se halla igualmente en todas las cosas

LUCES EN LA CIUDAD

“Una persona puede ir a través de los campos y hacer su oración y conocer a Dios;  o también puede estar en la iglesia y conocer a Dios; pues bien, si allí conoce mejor a Dios por encontrarse en un sitio más apacible, como suelen ser las iglesias, la causa es su debilidad, y no Dios, pues Dios se halla igualmente en todas las cosas  en todo lugar y, en cuanto depende de Él, está dispuesto a darse igualmente. Así pues, conoce bien a Dios quien lo conoce igualmente en todas las situaciones”.

Lo afirma nada menos que el Mestro Eckhart y su convicción es muy iluminadora para  nosotros, habitantes de grandes ciudades, usuarios del transporte público, clientes esporádicos de ese café en el que recuperar fuerzas, transeúntes anónimos que esperan junto a otros que cambie un semáforo o comparten con ellos la proximidad incómoda de un ascensor. Ir y venir por la ciudad en medio de “partos, medos elamitas, habitantes de Mesopotamia, Media y Capadocia…” es un desafío pentecostal,   una inmersión en esa humanidad  variopinta de la que formamos parte  y a la que estamos invitados a contemplar,  como propone Ignacio de Loyola, con la mirada de la Trinidad : “Ver las personas, las unas y las otras; y primero las de la haz de la tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en gestos, unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos y otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo… (…) Oír lo que hablan las personas sobre la haz de la tierra, es a saber, cómo hablan unos con otros, cómo juran y blasfeman, etc.; asimismo lo que dicen las personas divinas, es a saber: «Hagamos redención del género humano» (EE 106)

Después de muchos años de ciudadana de a pie, la ciudad misma me ha ido revelando  algunos secretos y recursos que quiero compartir aquí:

-Esperar lo inesperado. Un día de hace años desde la ventanilla del autobús, veo a un amigo, sacerdote de El Prado, que  espera en otra parada. Como es habitual en él, tiene abierto su pequeño Nuevo Testamento  de siempre y lo lee bajo la fina lluvia que está cayendo, con una atención concentrada y tranquila.  Otro día, haciendo cola en la estación para sacar un billete, reconozco sobre la mesa de la empleada que atiende un ejemplar diminuto e inconfundible de los Evangelios que reparten los Gedeones.  En otra ocasión, sentada en el metro junto a otros tres pasajeros  absortos en sus móviles,  yo abro el mío y rezo vísperas.

De estas tres anécdotas, saco la conclusión de que hay que esperar lo inesperado y estar seguros de que la Palabra sigue circulando de riguroso incógnito por la ciudad, contactando con oyentes insospechados, susurrando a los oídos de muchos, acariciando más vidas de las que creemos. Y no nos viene mal preguntarnos ante gente que  parece distraída en sus artilugios electrónicos: ¿están jugando a explotar bolitas de colores o  aprendiéndose de memoria las bienaventuranzas…?

-Tener detectado algún “lugar-refugio”.  A veces me sobra tiempo entre dos citas, o entrevistas, o gestiones callejeras: si es verano, un parque puede ser un espacio adecuado para tomarse un respiro, ordenarse por dentro, volver a contactar con el propio corazón y con Aquel que lo habita. Pero en invierno, olvídate del parque, no busques iglesias porque suelen están cerradas y en los cafés vocifera la TV. Pero existen unos “lugares-refugio” llamados bibliotecas públicas y me he sacado gratis  el carnet de tres que me pillan más o menos de camino en trayectos que frecuento. Si necesito pausa,  entro, busco un rincón tranquilo y sigo las rutinas que me ayudan a ir “de mi corazón a mis asuntos”. También los bancos de los extremos de los andenes de metro pueden venir bien: te sientas con cara de estar esperando a alguien (¡y vaya si lo esperas!), y sólo con contemplar los rostros de la gente que baja y sube a los vagones con la mirada de Jesús, ya estás “on line” con él.

- Asociarse con Jacob.  Porque él vio en sueños una escalera apoyada en la tierra por la que sube y baja la comunicación entre Dios y nosotros. Por eso nos viene bien asociarnos a su asombro y repetir con él: “Verdaderamente, el Señor estaba en este lugar (en esta calle, en este andén del metro, en esta cola del mercado…)  y yo no lo sabía…”(Gen 28,16)

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