Sal Terrae-Comillas publica su biografía George Lamaître, el cura del big bang

(José Manuel Caamaño, Comillas).- En 1616 la Congregación del Índice, siguiendo las recomendaciones del Santo Oficio, emitía un decreto que se puede considerar como la primera condena formal del sistema copernicano. En él se suspendían no solo las obras de Copérnico, sino también todas aquellas que divulgaran sus mismas ideas. Las razones, de índole teológica y filosófica, eran que tanto la inmovilidad del sol como el movimiento de la tierra contradecían el sentido literal de las Escrituras.

Este sería uno de los momentos más importantes del posteriormente llamado «caso Galileo», el punto de partida más visible de la futura condena del gran científico italiano seguidor y defensor de las teorías copernicanas, un momento del que ahora se cumplen cuatrocientos años.

Lo cierto es que para la tradición judeocristiana, así como para muchos teólogos y creyentes de distintas tradiciones religiosas, nunca ha resultado fácil articular de forma adecuada lo que los textos revelados narraban con lo que algunas teorías científicas describían -a través de la observación- sobre el desarrollo y funcionamiento de las leyes o modelos que rigen la vida y la totalidad del cosmos. Copérnico y Galileo son solo algunos de los nombres más significativos de esta compleja relación que tiene en Charles Darwin otro de sus momentos simbólicos más recientes, porque además supusieron aquello que Freud llamaba «ofensa al hedonismo humano» y que nos llevaron a la necesidad de un auténtico replanteamiento de nuestro lugar en el conjunto del cosmos.

Pero, probablemente, uno de los mayores problemas surgidos en esa compleja relación entre la ciencia y la fe haya sido en torno al misterio del origen del Universo, sobre todo desde el momento en el que diversos científicos observan que las galaxias se alejan unas de otras en una velocidad proporcional a su distancia, de modo que si proyectáramos ese proceso al revés llegaríamos a un momento inicial conocido como el Big Bang. ¿Dónde está, por tanto, el papel creador de Dios descrito en el Génesis?

¿Dónde el pecado original que la tradición cristiana tan bien ha ido conceptualizando para explicar la propia condición humana? El conflicto entre ciencia y religión era inevitable, y lo era sobre todo por el choque producido entre dos posturas extremas representadas por el literalismo bíblico y por el materialismo científico, y cuyo enfrentamiento sigue siendo actual tanto en ciertos movimientos de corte fundamentalista como también en la mente de algunos creyentes bienintencionados.

Quizá se pueda formular de múltiples formas, pero la pregunta que a muchos les sigue inquietando es, por tanto, ¿cómo hablar de la creación de Dios tan maravillosamente narrada en los primeros capítulos del Génesis, y al mismo tiempo defender un origen material de un Universo en expansión continua?

Por eso resulta de gran interés la reciente publicación en español de la biografía del gran físico y sacerdote del siglo XX George Lemaître, uno de los padres de la cosmología actual y que además fue presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias (Ciencia y fe en el padre del big bang, George Lemaître, Sal Terrae-Upcomillas, 2015).

Pero semejante obra no es solo una biografía al uso, sino una narración de los conflictos internos y externos de un hombre apasionado por la investigación y al mismo tiempo profundamente religioso que a lo largo de su vida personal y académica fue forjando una comprensión articulada de la relación entre la ciencia y la fe.

Por eso, quien se adentre en la lectura de esta obra escrita con rigor y abundante documentación por el físico y filósofo Dominique Lambert, podrá no solo hacerse cargo de los desarrollos de una parte importante de la física y de la teología del siglo XX, o incluso de la relación de Lemaître con Pascal, Teilhard de Chardin, Einstein o Pío XII, sino también, y quizá lo más interesante, adentrarse en la personalidad de alguien en donde la relación entre la ciencia y la religión se hace teoría encarnada en la propia vida, pues, en el fondo, los «dos caminos» señalados por Lemaître no hacen sino conducirnos hacia ese «Dios oculto» en todo cuanto existe.

Además, tras el minucioso estudio de esta gran figura de la ciencia reciente, la obra se cierra con un capítulo que recoge una de las últimas intervenciones escritas por el propio Lemaître titulada «Universo y átomo», y en donde no solo sintetiza parte de sus conceptos cosmológicos, sino que además nos permite comprobar de forma sintética la forma en la que se articulaban en su persona los descubrimientos de la cosmología con sus convicciones teológicas y religiosas.

También en la misma colección de Ciencia y Religión, que desde hace varios años viene editando la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas con la editorial Sal Terrae, acaba de salir publicada la obra editada por el Observatorio Vaticano Explorar el Universo, última de las periferias. Los desafíos de la ciencia a la teología (Sal Terrae-Upcomillas 2016), y que seguramente será de gran ayuda para aquellos interesados en esta compleja relación entre la ciencia y la fe.

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