Los apóstoles de Jesús de Nazaret



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Los Apóstoles de Jesús en nuestra cultura

Los apóstoles de Jesús son unos personajes anclados en nuestra historia y nuestra cultura. En nuestra historia, porque sus nombres y sus misiones en el sentido más genérico han dejado una impronta importante en nuestra geografía y en nuestras tradiciones. Numerosas regiones se disputan la gloria de un origen apostólico. Con razones más o menos fundadas, los pueblos consideran un timbre de orgullo el presumir de un apóstol fundador. El “aquí” encuentra fácil acomodo en lugares dispersos y variados, tan variados como eran los destinos de la misión que está en la base de su denominación. Porque “apóstol” quiere decir “enviado”, apóstolos, derivado del verbo griego apostéllō(enviar).

El texto de la misión, más claro y contundente, es el del evangelio según Marcos: “Id a todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). Todo el mundo, toda criatura, sin excepciones ni locales ni personales. Mateo repite la necesidad de convertir en discípulos a “todas las gentes” (Mt 28,19). Una recomendación que recoge Lucas en su evangelio (Lc 24,7) y especifica en el libro de los Hechos. Porque, recibida la fuerza del Espíritu Santo, dice, “seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).

Como dirán los mismos apóstoles según la tradición apócrifa, se da una misión en la que intervienen tres factores: el que envía, el enviado, el objeto de la misión. Es claro que el que envía es Jesús, al menos, según se desprende de los textos. Los enviados son los apóstoles, que reciben su nombre profesional precisamente de ese gesto. Su convencimiento, confeso expresamente en múltiples ocasiones, les lleva a predicar el Evangelio contra cualquier contratiempo para cumplir su compromiso y su destino. Porque el objeto de su misión es claro y concreto: “Predicar el Evangelio a toda criatura”.

Estos personajes, autores de la evangelización, están presentes también en nuestra cultura. Sus nombres figuran como identificación personal en los documentos de identidad de multitud de personas en las naciones cristianas. “Pedro, Juan, Santiago, etc.” eran los modelos que figuraban en nuestros antiguos catecismos como ejemplos de nuestra eventual denominación. Son también los titulares de numerosos templos a lo largo y a lo ancho de toda la cristiandad. Roma, la capital del mundo cristiano, es la primera que está sembrada de recuerdos de los apóstoles de Jesús de Nazaret. Con la gloria especial de que allí predicaron con su palabra y confirmaron su testimonio con su sangre.

La basílica de San Pedro es un homenaje en piedra y en arte al príncipe de los Apóstoles, cuyo cuerpo fue sepultado según los apócrifos en el lugar del Vaticano, cercano a la Naumaquia, como cuentan los Hechos de los santos apóstoles Pedro y Pablo (s. V /VI), cap. 84, 1, que refieren así su sepultura: “Los fieles tomaron a escondidas el cuerpo de san Pedro y lo depositaron debajo del terebinto, cerca del arsenal en un lugar llamado Vaticano”. El “aquí” de su crucifixión con la cabeza hacia abajo, está ornamentado en la actualidad con el templete del Bramante junto a la iglesia de San Pedro In Montorio sobre el monte Janículo. El mismo apócrifo cuenta del diálogo de Pedro con sus verdugos sobre la postura de su crucifixión, porque no se consideraba digno de morir en la misma postura que su Maestro.

La basílica de San Pablo extramuros fue edificada sobre el sepulcro del apóstol de las gentes en un paraje que la literatura apócrifa identifica como cercano a la Vía Ostiense y a las Aguas Salvias. El texto del apócrifo describe el lugar como situado fuera de la ciudad a unas tres millas de distancia. Concreta el sitio exacto con el detalle de que “fue decapitado en una finca denominada Aguas Salvias en las cercanías de un pino”. La tradición señala el santuario Delle Tre Fontane (De las Tres Fuentes), como el lugar preciso de la decapitación de Pablo, a una distancia prácticamente de acuerdo con los datos del apócrifo. Las tres fuentes habrían manado en los puntos precisos en los que rebotó la cabeza del santo al ser desprendida del tronco.

La de San Juan de Letrán, la llamada “Catedral de Roma”, conserva el recuerdo de otro de los grandes apóstoles, que comparte la titularidad con su homónimo el Bautista. El apóstol amado en un lugar no lejano sufrió la prueba de ser arrojado en una caldera llena de aceite hirviente. La iglesia de San Juan ante portam Latinam es un testimonio vivo del suceso narrado con minuciosos detalles en los relatos apócrifos. El apóstol Juan, como ya conocía el mismo Tertuliano a finales del siglo II, fue arrojado a una caldera de aceite hirviendo, de la que “como fuerte atleta que se unge, salió del recipiente sin ninguna quemadura”. Pero el autor africano cuenta del suceso diciendo que arrojado Juan en una caldera de aceite hirviente nada sufrió. Al contrario, salió de la caldera purior et uegetior (más puro y más lozano: De praescriptione 36, 3.).

Los libros apócrifos ofrecen también testimonios precisos sobre lugares marcados por el paso, el martirio o la sepultura de diversos apóstoles. Gracias a sus datos sabemos de la escena del Quo vadis? y del significado de la iglesia que inmortaliza el suceso. Los Hechos Apócrifos de Pedro, compuestos en los alrededores del año 180, recogen la escena con sus prolegómenos y consecuencias. Pedro tomó la decisión de huir de Roma para evadir el peligro que se cernía sobre su vida en un contexto de persecución. Cuando salía ya fuera de las murallas, se encontró con el mismo Jesús que se dirigía a la ciudad. “¿A dónde vas, Señor?”, le preguntó Pedro. “Entro en Roma para ser crucificado”, respondió Jesús. Pedro comprendió lo que era algo más que una indirecta y regresó a Roma, donde en efecto sufrió el martirio de la manera que las palabras del Señor le anunciaban (HchPe 35 (6), 2-3). La escena está narrada en el texto del martirio de Pedro, en la capítulo 35 de los Actus Uercellenses (AV), correspondiente al cap. 6 del texto griego de los códices A (Atos del siglo XI) y P (Patmos, del siglpo IX). Otros apócrifos recogen la tradición con los datos de los HchPe. Así lo hace el autor de los HchPePl griegos, 82. Igualmente, aparece la escena en el Martirio de Pedro, relato latino del Pseudo Lino, cap. 6, 1-2. De los HchPe pasó la tradición de la escena a otros apócrifos posteriores.

Por los apócrifos sabemos del lugar denominado de las Catacumbas junto a la Vía Apia. Así cuentan el dato los Hechos Apócrifos de Pedro y Pablo: “Unos orientales tomaron los cuerpos de los santos apóstoles con la intención de transportarlos al oriente. Pero hubo un gran terremoto en la ciudad. Muchos de los romanos salieron corriendo y los alcanzaron en un lugar de la Vía Apia, llamado Catacumbas. La distancia de tres millas nos lleva a las catacumbas de San Sebastián. El lugar era denominado locus ad catacumbas. En sus criptas, hay un lugar que fue considerado como el sepulcro temporal de los apóstoles Pedro y Pablo Allí fueron guardados los cuerpos de los santos durante un año y seis meses, hasta que se les edificaron lugares idóneos en los que fueron depositados.

Saaludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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