“La lavadora de los pecados” (y II) (79-08-M)

Hoy escribe Antonio Piñero

Continúo con la precisión de mi pensamiento acerca del sentido del bautismo, tanto en Juan Bautista como en Jesús.

En mi opinión, la “vuelta” o conversión que Juan Bautista predicaba no era propiamente hacia un “nuevo modo de pensar” o un “cambio de mente”, sino “volverse a la Ley de Moisés”. Por tanto, en la mentalidad del Israel del siglo I sólo debe entenderse como una decisión interna de retornar a cumplir la ley de Moisés, que era la voluntad divina. Es decir, el cambio de mente era decidirse a cumplir de nuevo con el espíritu y las normas de la Ley, en gentes -supondría Juan Bautista- que o bien habían abandonado ese "camino", o bien lo recorrían tibiamente.

Intento decir también que el espíritu del sistema sacrificial judío impregnaba toda la vida de una cierta necesidad de confirmar con un signo externo, el sacrificio en el Templo, la ablución con agua viva, en el caso de una impureza ritual, lo que en el fondo había sido ya eliminado por medio del arrepentimiento interior. La originalidad de Juan Bautista fue afirmar que un bautismo impartido por él -un profeta, el heraldo del arrepentimiento para evitar la ira divina venidera, el proclamador de algún modo de la inminente visita divina, que era, con otras palabras, el futuro reino de Dios- era el signo externo de que Dios confirmaba el perdón previo de los pecados, ya obtenido por el arrepentimiento interior.

Esta mentalidad de “necesidad de un signo externo” es la que subyace en mi opinión al pasaje de Hch 2,38

“Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu
Santo”,


Donde, por cierto, Lucas pone en boca de Pedro la afirmación criticada como “escolástica” por alguno de los lectores “bautismo para remisión de vuestros pecados”. Es más, el bautismo, según la mentalidad del autor del texto, actúa como “sacramento”: una vez ejecutado y presupuestos todos los condicionantes internos, etc., sobreviene automáticamente el Espíritu Santo sobre el creyente en Jesús.

Vistas las cosas así, opino que no deben aplicarse a Juan Bautista, con el intento de aclarar su mentalidad, pasajes que pertenecen a la especulación teológica cristiana muy posterior. Así Jn 3,1-6:

Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. 2 Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.» 3 Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.» 4 Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» 5 Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. 6 Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu.


En primer lugar el que habla aquí no es Juan Bautista, sino Jesús. Por tanto en todo caso habría que hablar de “pensamiento de Jesús”, no de Juan Bautista. Pero ni siquiera eso: creo que es un resultado adquirido de la ciencia histórica que quien habla aquí no es Jesús, sino el Evangelista. Quien quiera que sea el autor del Evangelio pone en boca de Jesús su propia teología, quizá 60 años posterior; su reinterpretación en profundidad de lo que fue –según él- el pensamiento profundo, verdadero de Jesús, que nadie, ni siquiera los otros evangelistas, habían entendido como él.

La misma exégesis debemos hacer de otros pasajes del Nuevo Testamento que suelen aducirse. Textos como Rom 6,3-14, 1 Cor 3,16s Col 2,8-15 expresan el pensamiento teológico cristiano, postpascual, sobre el bautismo y aledaños, no el de Jesús, y mucho menos el de Juan Bautista.

El concepto de metánoia, “cambio de mente”, aunque con raíces en el judaísmo, sin duda, es desarrollado en el pensamiento cristiano posterior a Juan Bautista y a Jesús.

Por último, la concepción del bautismo en Pablo de Tarso, sobre todo en Romanos (probablemente Colosenses no es de Pablo, sino de un discípulo) está moldeada voluntariamente sobre el modelo de las "religiones de misterios" -para atraer a los gentiles a la conversión- de “sufrir la peripecia del dios que muere y resucita”: sumergirse totalmente (por inmersión, el cuerpo entero) en el agua = morir con Cristo; salir del agua, volver a respirar = resucitar con Cristo. Éste es el esquema de las religiones mistéricas, empezando probablemente -no lo sabemos con total seguridad- desde los misterios de Eleusis.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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