El valor de las fuentes evangélicas (85-02)

Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con el Jesús de David Flusser. Simultáneamente con Vermes, o quizá antes en el tiempo aunque no con tanto sistematismo, Flusser admite la adscripción de la persona de Jesús al ámbito de los “rabinos carismáticos” del siglo I en Israel. Y opina que para saber algo de este tipo de personas lo mejor es acudir “a las propias palabras (del “carismático”) y a la información de los creyentes (en él), siempre que ésta se lea de una manera crítica” (p. 22). Arguye que esta información es superior a la documentación externa incluso en el caso de que sea abundante.

Con otras palabras, Flusser mantiene una postura absolutamente contraria a la de E. P. Sanders, en su obra Jesús y el judaísmo, para quien lo único seguro para alcanzar al Jesús histórico es partir de algunos hechos seguros de su vida. En el capítulo 4 “Los dichos”, dentro del apartado “El Reino de Dios”, expone Sanders largamente las dificultades de la crítica histórica para acceder a las palabras auténticas de Jesús; sobre todo la imposibilidad, según él, de hacer una retroversión fidedigna al arameo -la lengua en la que fueron pronunciados esos dichos- a través de la versión griega de tales palabras –la que nos ha llegado- que no fue quizá ni la primera ni la segunda… con lo que eso supone de pérdida del original.

Afirma Flusser, por el contrario y sorprendentemente para algunos, que la tradición de los dichos es, en bastantes casos, suficientemente fidedigna y que los primeros relatos sobre Jesús merecen más confianza de la que muchos hoy están dispuestos a darles: los tres primeros evangelios, los Sinópticos, no “sólo presentan con bastante fidelidad a Jesús como un judío de su tiempo, sino que llegan incluso a respetar siempre su estilo de hablar como salvador en tercera persona” (p. 23).

Es cierto que Flusser insiste en que esta pintura de Jesús ofrecida por los Evangelios, en especial los Sinópticos, es más la imagen de un taumaturgo judío que la de un redentor de la humanidad, y que tal pintura evangélica no hace plena justicia al Jesús histórico. Es claro que la comunidad de creyentes en Jesús, el grupo formado después de la Pascua, no pudo formarse esa imagen de Jesús sino solamente “después de la experiencia de la resurrección”. Por tanto es una imagen reinterpretada desde la fe. Sin embargo,

En contra de lo que hacen hoy la mayor parte de los especialistas y teólogos, hay que afirmar que no se puede interpretar toda una serie de relatos de milagros y discursos de Jesús simplemente como ‘predicación kerigmática’ de la fe en el Señor exaltado a los cielos. El único evangelio que presenta una cristología postpascual es el de Juan. Por ello precisamente tiene menos valor histórico que los tres Sinópticos” (p. 23).


Como adivinarán los lectores, no estoy de acuerdo al cien por cien con lo que dice Flusser, pues la cristología genral de Marcos, su interpretación del evento de la cruz; los dos primeros capítulos de Mateo y de Lucas presentan una cristología incompatible con el Jesús de la historia, según opino. Pero me parece una perspectiva interesante la de Flusser: no es tan difícil -opina nuestro autor- alcanzar al Jesús de la historia a través de los tres primeros evangelios, si se aplica la herramienta de la crítica histórica.

Otras ideas de Flusser sobre cómo entender que el Jesús sinóptico no es el “Cristo kerigmático” son más difíciles de admitir hoy día, pues suponen unas precisiones sobre la teoría de las “Dos Fuentes” (Evangelio de Marcos y ‘Q’) para explicar el “problema sinóptico” (¿quién copió de quién entre los evangelistas?) que no admite todo el mundo. En efecto, se basan en una hipótesis de R. Lindsey, “A Modified Two-Document Theory of the Synoptic Interdependence” (“Modificación de la teoría de las dos fuentes acerca de la interdependencia entre los Sinópticos”) publicado en la revista Novum Testamentum 6 (1963) 239-263, que no todo el mundo acepta.

Dejando aparte este punto discutido, podemos sostener con Flusser que es una suerte que los Evangelios Sinópticos se escribieran en un momento –entre los años 71 y 80/85- en los que había remitido ya “la pujante fuerza creadora de las comunidades paulinas”. Me explico: era probablemente un momento de reflexión y maduración, en el que se vuelve al vista a la vida real de Jesús –tan olvidada por Pablo- y, enmendándole la plana a éste, se recogen muchos datos de esa vida, con el convencimiento de que también las peripecias vitales del Redentor son salvadoras y no sólo el acontecimiento de la cruz.

En especial para Lucas, la vida de Jesús fue ejemplar y sirve de modelo al que imitar por parte de los creyentes (“Guía para entender el Nuevo Testamento”, pp. 330 y 362-3). Afirma Flusser: “Si se examina sin prejuicios (mucho de) este material, se descubre por su contenido y estilo que no se trata de afirmaciones kerigmáticas, sino (en todo caso) de tópicos eclesiales”. “No resulta difícil a los especialistas de hoy distinguir en los Evangelios entre el trabajo redaccional y el antiguo material de la tradición”.

Seguiremos en otro momento.

Saludos cordiales de de Antonio Piñero

www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

“Dios como Padre en los escritos de rabinos (y III)”

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