La procedencia de Jesús (85-03)

Hoy escribe Antonio Piñero


Comento algunos pocos aspectos más del libro de David Flusser, “Jesús en sus palabras y en su tiempo”. En su capítulo 2, “La procedencia” (de Jesús) ofrece el autor algunas perspectivas curiosas que son interesantes para el recuerdo, aunque es posible que algún lector no esté del todo de acuerdo con ellas.

La primera es que el nombre de “Jesús” (Jeshúa), muy frecuente en la época” (recordemos a propósito de la discusión con Simcha Jacobovici y su interpretación del osario descubierto en Talpiot, Jerusalén, que en los epígrafes funerarios de tales osarios los nombres de Jesús y María copan casi un 25 o 30% de todos los nombres registrados), es el mismo que Josué, el lugarteniente y sucesor de Moisés (Josue es el nombre latino, de la Vulgata, que transcribe así la versión de los Setenta. Ésta, a suvez, transcribe en griego Iesous).

Es posible que la popularidad del nombre de Jesús en el siglo I se debiera no sólo a su significado, “Yahvé salva”, que era muy oportuno en tiempos de alta temperatura mesiánica, sino también a que era un sustituto popular del nombre de Moisés. Por respeto al legislador, según Flusser, Josué/Jesús se utilizaba como alternativa del nombre de Moisés.

Segundo: señala Flusser que en las dos genealogías de Jesús (Mt 1,2-16 y Lc 3,23-38) es José el descendiente de David, no María, pero que los evangelistas no vieron dificultad ni oposición ninguna entre la descendencia davídica de Jesús y el nacimiento virginal, probablemente porque la adopción por parte de José bastaba para que fuera legalmente hijo suyo.

Señala además, y esto es interesante, que aparte de las dificultades internas que muestran estas genealogías, no se conoce a nadie de la época de Jesús –fuera de él mismo- cuya familia fuese considerada como davídica.

“Es verdad que siempre que surgió un hombre en el que se habían puesto esperanzas mesiánicas, fue legitimado luego por sus seguidores como ‘hijo de David’. Tal fue el caso del pretendiente mesiánico Bar Kokba (muerto en el 135 d.C.) y, según parece, tb el caso del mismo Jesús. Aunque es muy posible que en la familia de Jesús existiese una tradición de su descendencia davídica, no es nada probable, sin embargo, que ésta determinase la conciencia que tuvo Jesús de sí mismo. Sería absurdo pensar que Jesús de Nazaret fue un príncipe enmascarado” (p. 30).


Creo que tiene razón Flusser que -a partir de Jn 7,41-42 (“Acaso va a venir el mesías de Galilea? ¿No dice la Escritura que el mesías vendrá de la descendencia de David y de Belén el pueblo de donde era David?”)-, se deduce claramente que el cuarto evangelista ignoraba la tradición de la descendencia davídica de Jesús y su nacimiento en Belén. Y que éste es uno de los argumentos que hacen sospechar que el nacimiento de Jesús en la ciudad de David fue más una conclusión teológica que una realidad. Además, y sobre todo, el pasaje del Evangelio de Juan prueba que la gente solía exigir esas dos condiciones como legitimación del mesías. Por tanto, no es extraño que, o bien porque así lo pretendía la familia, o bien por adscripción teológica muchos judíos consideraran a Jesús, "hijo de David" durante su vida pública.

Tercero: es interesante y curioso el comentario de Flusser, a propósito de la anécdota narrada por Lc 2,41-51: el niño Jesús perdido y hallado en el Templo. Mientras que la inmensa mayoría de los comentaristas dudan mucho de la historicidad del evento, Flusser rompe una lanza por él. Sus argumentos son:

• En época de Jesús es probable que se considerara que un niño era ya maduro, un adulto, a los doce años (sólo posteriormente fue a los trece). Por tanto, los rabinos podían discutir con él, si sabía.

• Lo mismo que cuenta Lucas ha ocurrido otras veces. En concreto, a otros niños precoces en sabiduría dentro del judaísmo. La viuda del sabio judío A. Aptowizer contaba que lo mismo le había pasado a su marido (el niño se pierde en una feria y lo encuentran sus padres posteriormente discutiendo con los rabinos en una sinagoga de emas difíciles de interpretación bíblica). El filósofo hindú Gupta cuenta algo parecido de sí mismo en su autobiografía.

Jesús no era un inculto, ni mucho menos (ni sus discípulos tampoco, aunque así lo afirma Hch 4,13 para engrandecer la obra del Espíritu en ellos) a pesar de que lo insinúe el comentario recogido en Jn 7,15 (Jesús era un hombre sin cultura ya que “no había estudiado”). Era evidente que Jesús sabía mucho de las Escrituras; de lo contrario las gentes jamás le hubieran otorgado el título de rab/rabbí, “grande-maestro/ mi maestro”.

Los hijos de los carpinteros pasaban por ser en época de Jesús las personas más cultas. Escribe Flusser:

“Si se discutía un problema, solía decirse: ‘¿No hay aquí un carpintero o un hijo de carpintero, que nos solucione la cuestión? Y Jesús era carpintero o hijo de carpintero; probablemente ambas cosas” (p. 35)


Realmente curioso.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

“Las razones de una ausencia. ültimos pasos de la valoración de 'Dios como Padre' en Jesús”

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