Los apóstoles, coprotagonistas del Nuevo Testamento



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Los Apóstoles, discípulos y amigos de Jesús

Los discípulos, siempre los discípulos. El mismo Jesús parecía poner atención especial al grupo cuando llamaba aparte a los doce para hablarles del secreto de su futura pasión (Mt 20,17). En una ocasión la madre de los hijos de Zebedeo reclamaba para sus hijos los primeros lugares en el reino. Los otros diez con una sola voz se indignaron contra los dos hermanos (Mt 20,20). Y todos vieron con admiración el caso de la higuera maldita y estéril (Mt 21,18ss). A todos se dirigía Jesús para advertirles sobre el peligro de los fariseos (Mt 23,1ss), anunciarles la ruina del templo (Mt 24,1ss), avisarles de la inminencia de la pascua (Mt 26,2). Ellos fueron los que se enojaron al ver el derroche de la mujer que ungió a Jesús con costoso perfume. Jesús hizo entonces las funciones de abogado en favor de la mujer (Mt 26,6ss).

Luego llegó la cena, en la que el Maestro con sus discípulos compartieron ritos y sentimientos, temores y esperanzas, promesas y desencantos. Pensando en los preparativos, “los discípulos se acercaron a Jesús” para saber dónde tenían que disponer la cena. “Los discípulos hicieron lo que Jesús les ordenó”. Luego, “llegada la tarde, se puso a la mesa con los doce discípulos” (Mt 26,17ss), y “a los discípulos dio el pan que había partido y bendecido” (Mt 26,26). Eran los mismos discípulos que acompañaron a Jesús en la agonía de Getsemaní, los que “le abandonaron todos y huyeron” (Mt 26,56).

Pasados los dolorosos acontecimientos del prendimiento, condena y crucifixión, llegó el gozo de la resurrección, de la que fueron las mujeres las primeras testigos. El ángel se ocupó de que las mujeres llevaran la nueva a los huidos: “Id y decid a sus discípulos que ha resucitado”. Ellas “fueron corriendo a comunicárselo a los discípulos” (Mt 28,7-8). “Los once discípulos marcharon a Galilea al monte que Jesús les había indicado” (Mt 28,16).

Hemos seguido a los discípulos a lo largo del texto de Mateo, como representante de los evangelios sinópticos. Pero el evangelio de Juan es todavía más insistente, si cabe, que el de Mateo en le mención de los discípulos como actores coprotagonistas de los acontecimientos. Desde las bodas de Caná a las que asistió Jesús invitado junto con sus discípulos (Jn 2,2). Los detalles de las bodas fueron la ocasión para que los discípulos creyeran en Jesús. Bajaron luego con él a Cafarnaúm y fueron descubriendo aspectos decisivos que eran fruto de la convivencia y el trato.

Cuando Jesús vino a la tierra de Judea, viajaban con él sus discípulos (Jn 3,22), los que le siguieron cuando volvió a Galilea. “Jesús subió al monte, y allí se sentó en compañía de sus discípulos” (Jn 6,3). Después cuenta Juan de la actividad de Jesús al que acompañan “sus discípulos” como su sombra. Ellos fueron testigos del largo y polémico discurso que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm. El viaje a Betania con ocasión de la enfermedad y la muerte de Lázaro estuvo precedido de un debate de Jesús con sus discípulos sobre la conveniencia de viajar a Judea, donde los judíos lo buscaban para apedrearlo. Ante las reticencias de los apóstoles, tuvo Tomás un arranque de valor y generosidad: “Vayamos también nosotros para morir con él” (Jn 11,16).

Los discípulos acompañaron a Jesús en su entrada en Jerusalén y vieron, sin entender, la escena de su Señor a lomos de un pollino. La cena de pascua fue la ocasión de confidencias y secretos que el Maestro compartió con sus amigos. A continuación, “salió Jesús con sus discípulos para el torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entró Jesús con sus discípulos. Judas, el que le traicionaba conocía el lugar porque muchas veces acudía Jesús allí con sus discípulos” (Jn 18,1-2).

Después de la resurrección fue María Magdalena a comunicar la noticia a los discípulos. Éstos “estaban reunidos la tarde del primer día de la semana con las puertas cerradas por temor a los judíos”. Llegó Jesús y los saludó diciendo: “La paz sea con vosotros”. Y “los discípulos se alegraron cuando vieron al Señor” (Jn 20,19-20). “Jesús hizo otras muchas señales en presencia de sus discípulos” (Jn 20,30). Porque aquellos elegidos habían sido llamados para poder ser testigos de todo lo que Jesús hiciera. El magisterio de Jesús había tenido dos clases de lecciones: la palabra y las obras. Para los textos palabras de vida y obras de poder. Jesús se había marchado al cielo, como contaba Lucas (Lc 24,51 y Hch 1,9). Pero no se había ido del todo desde el momento en que detrás de su marcha dejó una gran promesa, dedicada –cómo no- a sus discípulos: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo” (Mt 28,20).

Antes de seguir adelante con el estudio de los apóstoles en su identidad personal, quiero dejar claro que no deseo moverme ni desde los postulados de la historia ni desde los de la teología. Parto para mis reflexiones y deducciones únicamente de los textos. Al debate sobre la diferencia entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe, podemos añadir el concepto del Cristo de los textos. Lo mismo cabe decir sobre los apóstoles de Jesús. Los historiadores discutirán sobre la verdad de las afirmaciones de la literatura bíblica o de la apócrifa. Los teólogos sacarán conclusiones de la reflexión sobre la doctrina oficial en la definición de los dogmas. Nosotros seguiremos la letra de los textos, discutibles seguramente para un historiador y matizables desde luego para un teólogo. Pero los textos están ahí como producto descarnado de una mentalidad que dejó su espíritu detrás de la letra. Damos por supuesto que los autores de los Hechos Apócrifos no son cronistas, como no lo son tampoco los autores de los libros de la Biblia. Sus obras son más bien panegíricos encaminados a ensalzar la figura de sus héroes. Con ello creen cumplir un deber de gratitud hacia sus maestros y prestar un servicio de edificación a la piedad cristiana.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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