Pedro, príncipe de los apóstoles



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pedro, principe de los apóstoles

Pedro es el apóstol que figura en el primer lugar de todas las listas canónicas. En los tres sinópticos se especifica que su nombre era Simón, pero que recibió de Jesús el sobrenombre de Pedro. El cambio de nombre suele tener algún significado especial en la historia bíblica. Lo tiene también en el caso de Pedro de acuerdo con la exégesis que hizo el mismo Jesús tras la confesión del apóstol sobre la identidad de “Cristo, el hijo de Dios vivo”: “Dichoso eres, Simón hijo de Juan, porque ni la carne ni la sangre te lo han revelado, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del infierno no la dominarán” (Mt 16, 17-18). Luego el nombre de Pedro se debe al hecho de que será él quien dará a la iglesia la estabilidad propia de la piedra.

Es evidente que su nombre propio era Simón (Simeón), nombre relativamente corriente en aquella época, por lo que era necesario añadir algún apelativo que facilitara su identificación. Lo normal es que se hiciera mediante algún dato de orden familiar o social. Así era la mención del padre, como sucede en el caso de Bartolomé, dado que bar es un término arameo que significa “hijo”. Lo mismo sucede en el caso de Pedro. Cuando Jesús lo tuvo delante, le dirigió estas palabras: “Tú eres Simón, el hijo de Juan, tú te llamarás Kefas (que quiere decir Pedro)”. En efecto, Kefas es un término arameo que significaba y sigue significando “piedra”. El pequeño pueblo de Maalula en Siria, a 50 kilómetros al Norte de Damasco, ha conservado un resto del antiguo idioma arameo, en el que efectivamente ese término se usa con el significado de “roca”. Así me lo certificó un amable habitante de la localidad.

De Pedro añaden los textos otros detalles identificativos. Informan de que era natural de Betsaida, población situada a las orillas del lago de Tiberíades, ya que su nombre en arameo significa “Casa de pesca”. También eran de Betsaida los apóstoles Andrés, hermano de Pedro, y Felipe. Del trato que reciben los miembros del grupo apostólico en los textos bíblicos se desprende la absoluta superioridad de Pedro. Cuando los demás son mencionados casi únicamente en las listas de la elección o en muy escasas circunstancias, el nombre de Pedro aparece no menos de ciento treinta veces con todas sus denominaciones: veinticuatro veces como “Simón Pedro”, tres como “Hijo de Juan” y el resto con el nombre simplificado de “Pedro”. Era el nombre oficial impuesto por Jesús y que hacía referencia a su calidad de fundamento inconmovible de la iglesia.

La transcendencia del personaje hizo que las narraciones de los evangelios, las de los Hechos y las mismas cartas de Pablo le prestaran una atención que no tiene paralelo en ningún otro del Nuevo Testamento y de los principios del movimiento cristiano. La misma figura de Juan el Bautista, a pesar del testimonio de Jesús sobre la categoría del Precursor, mayor que la de ningún nacido de mujer (Mt 11,11), queda eclipsada en la Biblia y en la historia cristiana por la personalidad de Pedro. El templo más grande de la cristiandad, la basílica de san Pedro en Roma, lo demuestra con su grandiosidad y con los recuerdos literarios de la escena de Cesarea de Filipo: Non praeualebunt (“no prevalecderán”) proclaman los dorados frisos del templo. El humilde pescador del lago de Galilea está en el recuerdo lapidario de unas garantías y seguridades vinculadas a su nombre y a su misión.

Simón Pedro en los evangelios canónicos

Entre los detalles acerca de la vida y la personalidad de Pedro, Mateo recoge en primer lugar la escena de su vocación al apostolado. Sigue tras el relato de las tentaciones de Jesús. Conocida la noticia de la prisión de Juan Bautista, Jesús se retiró a Galilea, donde empezó a predicar el mensaje nuclear de su doctrina: “Convertíos, porque el reino de los cielos ya está cerca”. Y sin solución de continuidad, prosigue la narración: “Paseando a lo largo del mar de Galilea, vio a dos hermanos, que lanzaban la red al mar, pues eran pescadores. Y les dice: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Ellos, al instante, dejando las redes, le siguieron” (Mt 4,18-20 par.).

Desde el mismo umbral de la historia evangélica empezamos a descubrir datos sobre la personalidad del príncipe de los apóstoles: Era hermano de Andrés y practicaba la profesión de pescador. Las palabras de la llamada hacían referencia a su profesión, que a partir de ahora tendría una dimensión trascendente. El mar sería el mundo; sus redes, la palabra; su pesca, los hombres.

La vocación de Pedro

Todos los evangelistas narran la vocación de Pedro con diferentes matices. Marcos repite la escena con palabras casi idénticas a las de Mateo (Mc 1,16-18). Lucas cuenta la decisión de Pedro dentro del marco de la pesca milagrosa. La gente se agolpaba junto al lago “para oír la palabra de Dios”. Jesús vio dos barcas, cuyos dueños estaban lavando las redes. Subió sin más a la de Simón Pedro, que le sirvió de cátedra para adoctrinar a las turbas. Terminada la alocución, pidió a Simón que remara mar adentro y echara las redes para la pesca. Simón Pedro, fiel a su personalidad, que iremos viendo en estas páginas evangélicas, replicó: “Maestro, toda la noche hemos estado faenando y no hemos pescado nada, pero en tu palabra echaré las redes”. Así lo hicieron aquellos pescadores, y capturaron tal cantidad de peces que las redes se rompían. Llenas las dos barcas con la pesca, corrían el riesgo de hundirse. Simón Pedro, incapaz de contemplar el maravilloso suceso en silencio, se postró de rodillas ante Jesús diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”. La respuesta de Jesús era la equivalencia de la llamada en los relatos de Mateo y Marcos: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres. Y sacando a tierra las barcas, dejaron todo y le siguieron” (Lc 5,1-11). El plural en la mención de las barcas incluye en el verbo “siguieron” a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, que eran socios de Simón.

La escena de la vocación ofrece nuevos detalles en el texto del evangelio de Juan. Dos discípulos del Bautista le oyeron decir mientras señalaba a Jesús: “He aquí el cordero de Dios”. Uno de aquellos dos era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Andrés encontró en primer lugar a su propio hermano Simón y le dijo: “Hemos hallado al Mesías” (que quiere decir el Cristo). Y lo llevó a Jesús. Fijando en él la mirada Jesús, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan, tú te llamaras Cefas (que quiere decir Pedro)”. Fue el primer encuentro de Pedro con el Maestro, quien anunció ya su cambio de nombre, un gesto que presagiaba un destino nuevo (Jn 1,40-42). En Cesarea de Filipo hará Jesús una exégesis explicativa de ese cambio. Así lo cuenta el evangelio de Mateo, que habla ya desde la perspectiva de un tiempo muy posterior al contexto histórico de la vida y la predicación de Jesús.

Pero del conjunto de los relatos de la vocación de Pedro recibimos abundante información sobre el personaje. Era, en efecto, pescador, hermano de Andrés, natural de Betsaida, socio de Santiago y Juan, de reacciones tan prontas como generosas, de difíciles silencios, de sinceridad sin condiciones. Se granjeó muy pronto la confianza de Jesús. A pesar de los riesgos de sus hipérboles y temeridades, le caía bien al Maestro, tanto que lo hizo testigo obligado de sus más secretas intimidades.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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