Orfeo músico. Orfeo y la tradición órfica: un reencuentro (III)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Uno de los aspectos del orfismo tratados en la obra colectiva editada por A. Bernabé y F. Casadesús (Orfeo y la tradición órfica: un reencuentro, Akal, Madrid, 2008) es, naturalmente, el de la música. Dejando ahora de lado la presencia de la música en el ritual y los mitos órficos, abordamos aquí la función musical otorgada al propio Orfeo.

A Orfeo se le atribuye la combinación del canto –o la recitación– con la utilización de un instrumento de cuerda pulsada (normalmente una cítara, una lira o una forminge, un especie de harpa pequeña). Es necesario tener en cuenta que en la música griega anterior a la época clásica no parece haberse dado una separación nítida del canto y la poesía: la palabra –el texto poético– tenía la mayor importancia, mientras que la melodía y el acompañamiento instrumental serían sólo un medio para vehicularla de manera más subyugante.

La importancia de la palabra en el arte musical de Orfeo explica que fuera considerado como antecesor no tanto de los músicos cuanto de los sofistas: tanto los sofistas y los maestros de retórica sabían que parte del poder persuasivo de la palabra estribaba en su forma y su sonido. Orfeo pasó a ser, pues, modelo de los oradores (Clemente de Alejandría lo denomina “sofista tracio”).

Se creía que Orfeo habría sido el iniciador de una cultura musical y el inventor o perfeccionador de la lira. En este mismo sentido, se pensaba también que enseñó a tocar la lira y a cantar a héroes o a músicos de la tradición legendaria griega, como Lino y Anfión.

Pero Orfeo no es un músico “normal”; ciertamente, en los relatos de la expedición de los Argonautas su música puede marcar el ritmo a los remeros de la nave Argo, pero a menudo tiene efectos maravillosos, pacificadores, subyugadores y encantadores. Se creía que los efectos prodigiosos del canto de Orfeo tenían lugar tanto en el mundo de los muertos como en el de los vivos. Así, por ejemplo, en las Geórgicas de Virgilio se dice que

“Cerbero se quedó con sus tres bocas abiertas” (IV, 483ss),


y la música de Orfeo persuade también a las divinidades del Hades, mientras que entre los vivos también amansa a los tigres y al resto de las fieras. La conciencia antigua de la sensibilidad de los animales hacia la música es testimoniada por diversos autores, como Plutarco.

Sin embargo, el poder de la música de Orfeo no se limita a los animales, sino que se extiende al ámbito de lo inanimado, como el de los árboles y las rocas. Así, por ejemplo, los lamentos de Orfeo, según Virgilio, no sólo amansan a los tigres, sino que aquél “arrastra con su canto a las encinas” (Geórgicas IV, 510) y es capaz de calmar tormentas con su canto.

Según algunas fuentes, no se debería interpretar de modo literal que Orfeo amansara fieras o arrastrara árboles y rocas; ello no sería sino una expresión figurada de la acción civilizadora del canto de Orfeo sobre hombres salvajes, a los que habría alejado de hábitos primitivos y moralmente inferiores. Este tipo de interpretaciones permitirán a algunos autores cristianos equiparar la magia musical de Orfeo con el efecto salvífico de la palabra divina.

La música acompaña a Orfeo hasta las postrimerías de la narración de su mito. Tras su muerte, la cabeza de Orfeo y su lira habrían viajado hasta Lesbos, donde darían lugar a las dotes musicales de los habitantes de la isla. Pero éste es otro curioso aspecto de su mito, que abordaremos en otra ocasión.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo.
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