"Todos los Evangelios". Evangelios canónicos (107-B)



Hoy escribe Antonio Piñero

Presentamos en la postal anterior el libro utilizando las palabras del Prólogo. Hoy quisiera añadir algunas consideraciones sobre las carcterísticas de la edición.

El libro Todos los Evangelios no es probablemente para leer de una sentada, pues probablemente también sería o demasiado denso en algunas de sus partes, o bien monotemático al tratar siempre del mismo personaje. Es más bien un libro de referencia, un libro para tener, un libro que conviene guardar a mano para ir leyendo poco a poco y tener como libro de consulta..., pues son muchas las ocasiones en las que se citan los evangelios, sobre todo los apócrifos, fuera de contexto y en pésimas traducciones.

Cuando esto ocurra, “Todos los Evangelios” proporciona al lector un texto dentro del contexto general del Evangelio, lo que ayuda inmensamente para entenderlo mejor, y en segundo lugar una traducción fiable. Recuerdo que en la novela “El Código da Vinci” se citan el Evangelio de Felipe y el Evangelio de María fuera de todo contexto, en un pasaje mutilado, y con la afirmación de que el original había sido compuesto en arameo (¡!). Ningún evangelio apócrifo ha sido compuesto en esa lengua. Todas estas limitaciones se subsanan con facilidad teniendo a mano una edición fiable y el texto completo.

Por último, en esta postal y si es conveniente en otras, quisiera comentar algunas otras características importantes de la edición y algunas perspectivas que de ella se deducen.

Una es el orden de presentación de los Evangelios canónicos. Situarlos al principio de la colección marca la diferencia con los apócrifos, simplemente por la cronología. Sin duda los evangelios aceptdos por la Iglesia son los más cercanos vronológicamente al Jesús histórico y fueron compuestos antes que los apócrifos. La cercanía marca una diferencia.

Pero en su edición no seguimos el orden tradicional que comienza con el Evangelio de Mateo, aunque orden procede por lo menos del siglo IV: los “cánones” o listas de Eusebio de Cesarea en los que aparecen los pasajes en los que coinciden los Evangelios dan por supuesto que se debe editar en primer lugar a Mateo, por ser –se creía- cronológicamente el primero.

Esta decisión, antigua y ya tradicional, es hoy día claramente errónea, pues es admitido por el 99% de los estudiosos que el Evangelio de Mateo es posterior cronológicamente al Evangelio de Marcos, en el que se inspira y al que copia en muchas ocasiones, aunque modificándolo.

Por tanto hemos puesto en primer lugar el Evangelio de Marcos que apareció el primero en el “mercado” religioso del siglo I. Por el contrario, la Fuente “Q”, como no se ha conservado físicamente y es una reconstrucción erudita aunque absolutamente fiable, ha sido relegada a una “Apéndice”. No podía faltar en nuestra colección, pero no podía a la vez ocupar el mismo lugar que los evangelios transmitidos. Como es sabido, se acepta también que la Fuente “Q” fue un documento escrito, compuesto en lengua griega, que sufrió varias ediciones y reelaboraciones, que debió de circular antes del año 50, y que es otra de las fuentes importantes que utilizaron Mateo y Lucas para componer sus respectivos evangelios.

Algunos investigadores sostienen que es muy posible que Marcos tuviera también ante sus ojos, si no la edición de “Q” que hoy se puede reconstruir, sí al menos una más primitiva, o bien el material “Q” que acabó reunido en esa Fuente.

El orden actual del Nuevo Testamento separa en partes dos “obras” que eran una sola: el Evangelio de Lucas y los Hechos de los apóstoles. Estas secciones o partes de una misma obra fueron disociadas simplemente porque no cabían en un rollo normal de papiro. Luego se confirmó la división en la práctica y se hizo costumbre, ya que tenía un cierto fundamento: la primera parte, el Evangelio, trata de la "acción del Espíritu en Jesús", mientras que la segunda, los Hechos, aborda fundamentalmente "la acción del Espíritu en los seguidores de Jesús": principalmente Pedro en la primera parte (más o menos hasta el cap. 12), y Pablo en la segunda (más o menos desde el cap. 13 en adelante).

Por tanto, la división de la doble obra de Lucas en dos secciones, que se imprimen distanciadas, puede despistar al lector que olvida fácilmente que una parte, el Evangelio, no puede entenderse bien sin la otra, y a la inversa, pues sus teologías se complementan, como parece natural una vez que se acepta su unidad primigenia. En esta edición de “Todos los Evangelios” se ha subsanado este “error” histórico y se presenta la obra completa. La perspectiva del lector es así muy distinta, pues cada parte debe entenderse también a la luz de la otra, no sólo por sí misma.

Del Evangelio de Juan no hay nada especial que comentar en cuanto a su edición. Va en su sitio en este libro, pues ya en la antigüedad se era claramente consciente (Clemente de Alejandría) de que este escrito fue el último en componerse. Esto va en contra de algunos investigadores modernos que insisten en que el Evangelio de Juan es muy antiguo, basándose en que contiene algunas informaciones históricas muy fidedignas y de sabor arcaico. De esto último no cabe duda.

Pero una cosa es transmitir noticias fidedignas y otra la composición global del Cuarto Evangelio. Y aquí creo que la inmensa mayoría de los investigadores está de acuerdo: el último evangelio, cronológicamente, es el de Juan y presenta sobre Jesús unas perspectivas teológicas muy elaboradas y evolucionadas. En concreto, los discursos de Jesús son obra del Evangelista y reflejan más su teología sobre Jesús que el pensamiento de Jesús mismo.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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