Pedro, príncipe de los apóstoles

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pedro en la terna de preferidos

Hemos destacado ya el detalle de que todas las listas de los doce señalan a Pedro en el primer lugar. El texto de Mateo añade incluso la indicación de que es el primero, como si quisiera justificar el hecho y explicar que su posición es más cuestión de jerarquía que de casualidad. Los tres sinópticos saben de los dos nombres Simón y Pedro. Mateo lo explica hablando de Simón, el llamado Pedro. Marcos y Lucas especifican en sus listas que el personaje se llamaba Simón, pero que Jesús le impuso el nuevo nombre de Pedro. Ambos son conscientes y testifican el dato del cambio de nombres, que suele estar siempre cargado de presagios o vaticinios.

Los tres evangelios sinópticos notifican que Pedro estaba casado y que tenía su hogar en Cafarnaúm. En aquella casa yacía su suegra aquejada de fiebre. Jesús, que salía de la sinagoga, se dirigió a la casa de Simón y de Andrés en compañía de Santiago y Juan. Allí curó de su fiebre a la enferma, que se levantó y se puso a servirles (Mc 1,29-31 par.). Si hemos de dar fe al relato de Marcos, aquella casa era la vivienda de Simón y de Andrés. El dato indicaría que Andrés era soltero y vivía con su hermano, con quien compartía las labores de la pesca. Según la más estricta literalidad del relato de Lucas, ambos hermanos, junto con los hijos de Zebedeo, compartieron la decisión de dejarlo todo y seguir a Jesús (Lc 5,11).

Después de la muerte del Bautista y de la primera multiplicación de los panes, el evangelio de Mateo refiere la escena de Jesús en la ocasión en la que caminó sobre la superficie del mar. Los discípulos iban solos en la barca cuando se levantó una de las tempestades que turban con frecuencia la placidez habitual del lago de Galilea. Jesús vino hacia ellos caminando en la noche sobre el mar. Los apóstoles, pensando que era un fantasma, se pusieron a gritar. Pero Jesús los tranquilizó identificándose. Entonces Pedro, el de siempre, le dijo: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. Pedro caminaba, en efecto, sobre la superficie del agua hasta que sopló el viento con fuerza. Tuvo entonces miedo y comenzó a hundirse. Jesús lo salvó no sin reprocharle su falta de fe: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. La escena dejaba en pocas pinceladas el perfil de la personalidad de Pedro, su generosa disponibilidad y sus cambios de humor (Mt 14,24-33).

En otra ocasión hablaba Jesús de la pureza interior con palabras un tanto misteriosas: “Lo que entra en la boca no es lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca eso es lo que hace impuro al hombre” (Mt 15,11). Los discípulos comentaban la reacción de los fariseos, pero Pedro interpeló a Jesús diciendo: “Explícanos esta parábola”. Como los alumnos que escuchan las lecciones de su maestro y colaboran de forma interactiva en la marcha de la clase, Pedro no se quedaba tranquilo si no comprendía en extensión y profundidad los términos de la explicación.
Este afán de Pedro de no dejar sin respuesta las preguntas de Jesús está en la base de su confesión solemne en los territorios de Cesarea de Filipo y en la no menos solemne intervención de Jesús, al menos según el tenor literario del texto: “¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre?”, preguntaba Jesús. Frente a la diversidad de opiniones expresadas, Jesús insistía: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Ahora eran los discípulos los interpelados. Una vez más fue Pedro el que respondió: “Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo”. Las palabras de Pedro agradaron a Jesús hasta el punto de provocar una solemnísima promesa introducida por un macarismo: “Dichoso eres, Simón, hijo de Jonás, porque la carne y la sangre no te lo han revelado, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán (katiskhísousin) contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,13-19 par.). Ya hemos dicho que la escena tiene más de reflexión teológica que de crónica de sucesos. Pero el concepto de un Pedro, cabeza de la iglesia, estaba ya bien arraigado cuando se escribía el evangelio de Mateo, que es único de los sinópticos que recoge la reacción de Jesús a la confesión de Pedro.

Tras la confesión de Pedro sigue en el texto de Mateo el primer anuncio de la pasión. No debió de ser del agrado de los discípulos, pero Pedro rompió su silencio expresando una opinión no solicitada. “¡Lejos de ti, Señor! Eso no sucederá”. Y el mismo que en Cesarea de Filipo calificaba a Pedro de iluminado por el Padre, ahora lo califica nada menos que de Satanás. Tanto la reprensión de Pedro a Jesús como la de Jesús a Pedro eran de tono subido. La cuestión suscitada quedaba zanjada por Jesús con términos inequívocos: “Apártate de mí, Satanás, me escandalizas, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Mt 16,21-23).

Los tres evangelistas sinópticos describen con abundancia de detalles y buena carga teológica la escena de la transfiguración de Jesús (Mt 17,1-9 par.). Como si el redactor del suceso pretendiera abrir un paréntesis en la historia humana del Mesías. Salido del seno del Padre, hecho hombre con todas las consecuencias, existía en la forma de Dios según la expresión formulada en el himno de la carta a los filipenses (Flp 2,6). La transfiguración era la ventana abierta a la realidad escondida detrás de la forma de siervo. El acontecimiento era lo suficientemente importante como para que Jesús se lo reservara a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Ante el silencio de sus dos condiscípulos copartícipes de confidencias, Pedro tomó la palabra para proponer a Jesús una estancia continuada en la cumbre con sendas tiendas para Jesús y los aparecidos Moisés y Elías. Marcos comentaba el detalle diciendo que Pedro “no sabía lo que decía porque estaban espantados” (Mc 9,6). El tenor de los textos produce la impresión de que Pedro reacciona en consonancia con sus sentimientos primarios. La trascendencia de su propuesta y sus lógicas consecuencias no hallaban acomodo en los parámetros de su reflexión.

Entraban un día Jesús y sus discípulos en Cafarnaúm cuando se acercaron a Pedro los cobradores del impuesto preguntando: “¿Es que vuestro maestro no paga la didracma?” Era un asunto propio del grupo, pero los perceptores abordaron a Pedro, como Pedro fue también con el que Jesús debatió la cuestión. La solución consistió según el texto en el abono de un tributo que todo israelita cabeza de familia tenía que pagar “para la obra de la casa de Dios” (Neh 10,33-34). Pedro fue también el gestor de la operación, culminada con la moneda encontrada milagrosamente en la boca del pez” (Mt 17,24-27), que sirvió para que Jesús y Pedro cumplieran con la obligación del tributo.

En el contexto de la alocución de Jesús sobre la corrección fraterna y el perdón de las ofensas, Pedro intervino para obtener de su maestro una información más completa. Como en casos similares, necesitaba tener clara la doctrina de Jesús matizándola matemáticamente: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces?” La respuesta de Jesús a la consulta de Pedro venía a significar una puerta abierta al perdón sin límites ni condiciones. Eso quiere decir la expresión “setenta veces siete” (Mt 18,21-22).

Está claro que según la literalidad de los textos, una condición esencial de la profesión apostólica era la generosidad. Las escenas de la vocación en los sinópticos insisten en constatar que los llamados seguían a Jesús abandonando la profesión, la barca y hasta a su padre (los hijos del Zebedeo). Lucas lo resume en el término panta (todo). Pedro, siempre Pedro, hace a Jesús la pregunta pertinente: “Nosotros lo hemos dejado todo (panta) y te hemos seguido, ¿qué habrá, pues, para nosotros?”. Jesús les augura tronos, el ciento por uno y la vida eterna. Como los buenos alumnos, Pedro logra oportunos complementos a la enseñanza del maestro.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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