“Todos los evangelios”. Evangelios apócrifos (107-C)

Hoy escribe Antonio Piñero

La mayor parte del libro que estamos comentando está dedicada, como es natural, a los evangelios apócrifos, puesto que entre los recibidos enteros, o casi enteros, y los restos y fragmentos de los que quedan suman unos 70.

La importancia de los Evangelios apócrifos para la historia de la Iglesia, del dogma, de las tradiciones cristianas, de la literatura, el arte y la liturgia es inmensa y ha sido señalada múltiples veces. En mi libro sobre “Jesús. La vida oculta” (Esquilo, Badajoz, 2007) he puesto de relieve cuánto debemos a este tipo de evangelios. Refresco algunas de las ideas que he expresado en ese libro.

El hecho de no ser una literatura “aceptada” por la Iglesia, es decir, de no ser “sagrada”, no afecta a la importancia de estos evangelios apócrifos, que son venerables por su antigüedad. Para la historia de la teología, de la cultura y de los movimientos religiosos son una fuente inestimable que nos proporciona conocimientos sobre las tendencias populares dentro de la Iglesia, sobre la evolución de la teología en ámbitos no rígidamente controlados por la jerarquía oficial, junto con las espontáneas preocupaciones espirituales del pueblo cristiano. Si borráramos de un plumazo los apócrifos en general, borraríamos gran parte de las fuentes para la historia de la iglesia primitiva.

En efecto, la historia de la Iglesia, la de la liturgia y la de las ideas religiosas en general tiene mucho que aprender de estos “archivos” apócrifos como portadores de muy diversas tradiciones, algunas de las cuales se han mantenido vivas hasta hoy día. Y por si esto fuera poco, los apócrifos son muchas veces el único testimonio de una fe popular que se ha convertido en dogma con el correr del tiempo.

El camino de llegada hacia nosotros de este tipo de literatura ha sido muy variado, y no siempre fue lo normal la transmisión directa de los textos mismos. En Occidente, en general, los apócrifos se abrieron paso con mucha mayor dificultad que en Oriente. Finalmente, al ser traducidos casi todos ellos al latín, encontraron una mejor vía de difusión en todas las naciones cristianas europeas.




Como literatura popular los evangelios apócrifos ejercieron un notabilísimo influjo en la producción literaria, en el arte y la iconografía europeos posteriores, sobre todo en la Edad Media. Aunque en esta época ya se había perdido el texto original de muchos de ellos, circularon reelaboraciones y manipulaciones. La literatura hagiográfica de la Edad Media se nutrió sobre todo de los apócrifos. En el área bizantina, los "menologios" (libros de lecturas para cada mes) y vidas de santos con reminiscencias de nuestros textos gozaron de notable difusión.

En la tradición latina se conservaron directamente algunos apócrifos como el Protoevangelio de Santiago y algunos otros sobre la Dormición de María, pero sobre todo pequeñas historietas o leyendas sobre Jesús que circularon a través de las reelaboraciones del Speculum Historiale de Vicente de Beauvais y de la Leyenda Áurea de Jacobo de Vorágine. En las diversas iglesias locales, como la irlandesa, copta, siria, armenia, georgiana o etíope, estos apócrifos continuaron viviendo en innumerables traducciones, y hoy día la investigación comienza a encontrar y valorar múltiples manuscritos que vuelven a sacar a la luz esta tradición casi perdida sobre todo tras la Reforma y el Concilio de Trento.

En la evolución y afianzamiento del dogma han desempeñado los evangelios apócrifos un papel no desdeñable, como señalan entre otros Luigi Moraldi y Aurelio de Santos Otero: dogmas hoy como la

· Virginidad perpetua de María (Evangelios de la natividad),
· El descenso de Cristo a los infiernos tras su muerte para rescatar a las almas de los patriarcas y justos fallecidos antes de su venida (Evangelio de Nicodemo),
· La Asunción de la Virgen (Evangelio de Juan el teólogo; Evangelio de José de Arimatea),
· La Inmaculada concepción,

sólo tienen su fundamento en los Apócrifos, no en el Nuevo Testamento. Además,

“Los nombres que damos a los padres de la Virgen, Joaquín y Ana..., la fiesta de la Presentación de la Virgen niña; el nacimiento de Jesús en una cueva en la que no faltan nunca el buey y el asno, la huída a Egipto, con los ídolos que se derrumban, los tres reyes Magos, con sus nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, la historia de los ladrones Dimas y Gestas (crucificados al lado de Jesús), el nombre del soldado que atravesó con una lanza el costado de Jesús, a quien llamamos Longinos, la historia de la Verónica... éstos y otros detalles... no descansan sobre otro fundamento histórico que el de las narraciones de los (evangelios) apócrifos” (A de Santos Otero, Evangelios apócrifos, BAC, Madrid, 2003, p. 9).


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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“¡Ojalá se mutilaran los que os perturban”

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