¿Perfeccionar la religión judía? (88-03)

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema del interés vital de Jesús por la predicación del reino de Dios, que fue el núcleo de su vida pública (de su vida anterior nada sabemos al respecto), dejando probablemente su trabajo y su familia (¿propia?; estrictamente tampoco lo sabemos).

Nos parece verdad la afirmación de J. A. Pagola que el “objetivo de Jesús no era perfeccionar la religión judía, sino contribuir a la implantación cuanto antes del añorado reino divino” (p. 88)). Pero añadiría que parece también suficientemente claro que tampoco era su objetivo fundar religión nueva alguna.

Puede ser cierto también que Jesús no tiene un interés en exponer a los pobres y campesinos nueva normas morales -“no un código moral más perfecto”-, sino ayudarles a ver cómo él prevé que va a ser la acción de Dios cuando implante su reinado en Israel. Diría que esta afirmación es verdad con tal de que se admita y se indique expresamente que Jesús exige a sus discípulos más estrictos una suerte de moral propia de la espera del Reino, una ética que Albert Schweitzer calificó de “interina”, bien en mi opinión.

Hasta que llegue el Reino, los que sigan estrictamente a Jesús han de vender todo cuanto tienen, han de dárselo a los pobres, es decir, deben prescindir del dinero en lo posible, y pasarán su vida hasta la llegada del Reino sólo predicando, no trabajando en otra cosa, sino sostenidos económicamente por los que simpatizantes que ayudan a esa misión evangelizadora. Deben también prescindir de los vínculos normales de la familia normal.

Insistiré en este último punto, pues podría ser probablemente lo más llamativo para la moral judía de la época. El desligamiento de los vínculos familiares en el seguimiento de Jesús está expresado con gran claridad, por ejemplo, en Lc 14,15:

"Caminaba con él mucha gente y volviéndose les dijo: Si alguno viene donde mí y no odia (es decir, "se desprende", "estima en menos", "prescinde de") a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida no puede ser discípulo mío".


Ciertamente, estas frases -estimadas como auténticas por lo general- no representan unas leyes morales absolutamente nuevas y generales, para todos, pero sí exigencias radicales y relativamente nuevas para unos pocos, pues es claro que como norma moral universal y para todo tiempo es imposible de cumplir. El grupo reducido del discipulado de Jesús, como una especie de orden monástica, tiene normas especiales, aunque transitorias.

En líneas generales puede afirmarse que la proclama del Reino de Dios pide obediencia absoluta: la exigencia del seguimiento a lo que predica Jesús es radical y total:

"El que echa mano al arado y sigue con la vista atrás no vale para el Reino de Dios" (Lc 9,62; cf. 12,46: “Vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles”).


Podría añadirse que el reconocimiento de la validez de la predicación de Jesús y la respuesta adecuada a ella constituyen una cierta moral específica del Reino, o al menos de los momentos de su predicación: la base es sin duda la ley de Moisés; eso no cambia; lo específico es la ética del seguimiento proclamada por Jesús para prepararse a la venida de ese Reino.

Según Jesús, esta actitud tan exigente no debe conducir a la tristeza: la imagen de los niños que juegan en el mercado (Mt 11,16-19) lo ejemplifica. De Mc 10,23 ("Qué difícil será que los que tienen riquezas entren en el reino de los cielos... más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja...") se deduce la necesidad del desprendimiento de las riquezas de este mundo; Lc 9,60 ("Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios") exige una respuesta total a la llamada, y pocos son capaces de ofrecerla: Lc 13,24 ("Esforzaos por entrar por la puerta estrecha...").

Prepararse para cumplir las normas del Reino significa también controlar las fuerzas con las que cuenta cada uno (Lc 14,28-32: la construcción de la torre. hay que prever que se tienen medios para terminarla); la conversión sincera, incluso de última hora, tiene sus frutos: el Reino de Dios es un regalo. Esta idea queda ejemplificada en la parábola de los trabajadores en la viña: no todos trabajan el mismo tiempo a lo largo del día, pero todos reciben del dueño paga igual: Mt 20,1-16). La noción de que el Reino es un regalo es la facultad de los hasta el momento pecadores para alcanzarlo: los que “sólo trabajan al final” entran en el Reino antes que los que se proclaman justos, como los escribas y fariseos (= a los que han trabajado todo el día”) Lc 18,9-14: parábola del fariseo y el publicano.

Ciertamente hay en estas exigencias morales una inversión de valores. Pero todo dentro del marco de la religión judía, sin ningún deseo, manifiesto o implícito, de perfeccionarla esencialmente, sino de obtener de ella lo que contiene dentro, pero no está claramente especificado. Estrictamente Jesús tampoco pone los fundamentos para la ética de una religión nueva.


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

“¿Tuvo éxito la Carta a los gálatas?”

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