Pedro, cabeza del colegio apostólico



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Las negaciones. Vaticinio y realidad

Una escena en la que Pedro se manifiesta a corazón abierto es la del vaticinio de las negaciones. Mateo y Marcos la sitúan en el contexto de Getsemaní. Iban de camino cuando Jesús les habló del escándalo que se cernía sobre todos los apóstoles. El ambiente era de pesadumbre, pero Pedro no aceptaba ni siquiera la posibilidad del escándalo: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo jamás me escandalizaré”. Como siempre, hablaba más el sentimiento y el deseo que la razón. La respuesta de Jesús agravaba y personalizaba los presagios: “En verdad te digo que esta noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces”. El cariño de Pedro hacia su maestro se adelantó al frío funcionamiento de la razón: “Aunque tenga que morir contigo, de ningún modo te negaré” (Mt 26, 30-35 par.). Marcos recoge el detalle de que Pedro insistía más y más en su actitud.

Para Lucas la escena tiene lugar y momento durante la sobremesa de la cena pascual. Jesús se dirige a Pedro para augurarle una prueba, de la que se verá libre gracias a la plegaria de su maestro. Pedro refleja una vez más en su reacción su personalidad: “Señor, estoy dispuesto para ir contigo no sólo a la cárcel sino a la muerte”. A las generosas palabras de Pedro sigue el vaticinio de sus negaciones (Lc 22,31-34). Aquellas negaciones ocupaban un amplio espacio en el recuerdo y en la preocupación de los primitivos cristianos, tanto como para que el mismo Juan se hiciera eco del suceso en el relato de su evangelio.

Lo mismo que Lucas, Juan recoge también la escena en medio de la larga alocución que siguió a la última cena. Jesús dejaba entender que se estaba despidiendo de los suyos. Pedro le interpeló: “Señor, ¿adónde vas?” “A donde voy, no puedes seguirme ahora”, le dijo Jesús. No contento con la respuesta, Pedro insistió: “¿Cómo es que no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús zanja el debate con solemnidad: “En verdad, en verdad te digo, cuando cante el gallo, ya me habrás negado tres veces” (Jn 13,36-38). Jesús reiteraba su vaticinio con exactitud matemática y cronológica.

El lavatorio de pies en la cena

En el contexto de la cena de Pascua Jesús realizó un gesto que ha conmovido siempre la piedad de los cristianos. Hablo del lavatorio de los pies, que dio ocasión para que Pedro volviera a hacer un autorretrato de su personalidad y su relación con el maestro. Cuando Jesús, jofaina y toalla en ristre, se disponía a lavar los pies a Pedro, éste rechazó el servicio con una mezcla de sorpresa e indignación: “Señor, ¿tú me lavas a mí los pies?” Jesús le respondió: “Lo que yo hago no lo comprendes ahora, pero lo entenderás más adelante”. Para Pedro no valían razonamientos: “Jamás me lavarás tú a mí los pies”. Jesús replicó: “Si no te lavo los pies, no tienes parte conmigo”. Eso ya era otra cosa, la razón más convincente para el ánimo del impetuoso discípulo, que reaccionó inmediatamente: “Señor, no sólo los pies, sino las manos y la cabeza”. Quizá ninguna escena refleje el carácter maximalista de Pedro y su lealtad incondicional a la voluntad de su maestro (Jn 13,1-11).

Otro suceso, común a los cuatro evangelistas, fue el anuncio de la traición de Judas (Jn 13,21-27). Un suceso que llenó de tristeza a los apóstoles comensales. Juan refiere entonces el detalle del “amado de Jesús que estaba recostado en su pecho”. Simón Pedro le hizo señas para que investigara la identidad del traidor. Jesús se lo indicó al amado mediante el gesto de dar a Judas un bocado de pan mojado en la salsa. El texto no cuenta el resultado de la consulta en Pedro. Pero podemos conjeturar que no llegó a enterarse. De haberse enterado, podemos suponer que el traidor habría corrido un riesgo similar o más grave que el de Malco en el prendimiento en Getsemaní.

En el huerto de Getsemaní

Las escenas de Getsemaní debieron de impresionar profundamente a los primeros cristianos. Jesús aparecía en su vertiente humana, dominado por un terror que le hizo sudar sangre según advierte el médico Lucas (22,24). Los discípulos, incluidos los preferidos Pedro, Santiago y Juan, se sintieron vencidos por el sueño a pesar de las repetidas advertencias de Jesús. El que se manifestaba dispuesto a morir por su maestro, tuvo que oír de él un reproche directo: “Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar conmigo una sola hora?” (Mc 14, 37). Todos dormían, pero la advertencia iba dirigida al que tanto había presumido de valiente.

Y siguió la escena del prendimiento. Llegó Judas con las turbas, dio a Jesús el beso traidor y quedó preso el maestro en medio de sus discípulos. Los tres sinópticos cuentan que uno de los que estaban con Jesús echó mano de la espada e hirió a un criado del sumo sacerdote cortándole una oreja. No necesitábamos que Juan declarara el nombre del atrevido. El carácter y la buena voluntad de Pedro iban ordinariamente por delante de su reflexión. Alguien preguntó a Jesús si se defendían a espada del atropello. Antes de que llegara la respuesta a la consulta, Pedro había actuado por su cuenta temerariamente. Había sacado la espada y había cortado la oreja derecha de Malco, criado del pontífice. El peligro era evidente, porque la acción de Pedro revestía una inexcusable gravedad. Jesús ordenó a su impetuoso discípulo que metiera la espada en la vaina. Para su defensa disponía Jesús de legiones de ángeles, de las que ahora prefería no hacer uso (Jn 18,10-11).

Consumado el prendimiento de Jesús, “todos los discípulos lo abandonaron y huyeron” (Mt 26,36). El mismo Mateo que afirma que “todos” lo habían abandonado, refiere a renglón seguido que Pedro siguió de lejos tras la comitiva hasta el palacio del pontífice. Y “entró dentro”, es decir, se metió en la boca del lobo. Los tres evangelistas sinópticos refieren detalladamente las negaciones de Pedro. Los tres fuerzan el suceso un tanto artificialmente para que se cumplan las tres negaciones vaticinadas por Jesús. Según Mateo y Marcos, el canto del gallo fue el detalle que refrescó la memoria de Pedro. En el relato de Lucas, fue la mirada del Señor la que hizo que Pedro se acordara del preciso vaticinio. Y “saliendo fuera” lloró amargamente (pikrōs: Mt y Lc).

Los cuatro evangelistas coinciden en referir el anuncio de las negaciones de Pedro. Y coinciden también en el relato de su cumplimiento. Los sinópticos constituyen una versión con ligeras variantes entre ellos. El evangelio de Juan conocía el vaticinio de las tres negaciones previas al canto del gallo. En consecuencia, acomoda al vaticinio la narración de los sucesos. Una novedad del evangelio de Juan es la noticia de que el “otro discípulo”, que acompañaba a Pedro en su peripecia, era conocido del pontífice. Por ello intervino para facilitar a Pedro la entrada en el palacio. La portera fue la primera que se encaró con Pedro señalándolo como discípulo del prisionero. Pedro protestó sin titubeos: “No soy”. Como hacía frío, los criados habían encendido un brasero, al que se arrimó Pedro para calentarse. Los que estaban junto al brasero le espetaron sin miramiento la pregunta-acusación: “¿No eras tú también de sus discípulos?” La pregunta no podía ser más directa, como directa y tajante fue la respuesta de Pedro: “No soy”. La tercera negación la provocó un pariente de Malco, el que había perdido una oreja en la refriega del prendimiento. Pedro volvió a negar. Y ”enseguida el gallo cantó” (Jn 18,15-17.25-27). Lo mismo que en los sinópticos, es perceptible la pirueta literaria para que los hechos encajen con el vaticinio: Tres negaciones, tres, seguidas por el canto del gallo.

Pedro en el sepulcro vacío

El que había estado activamente presente en distintas escenas de la vida de Jesús tenía que estarlo igualmente en las jornadas de su muerte y resurrección. El ángel dijo a las mujeres junto al sepulcro vacío que fueran a anunciar la resurrección de Jesús a los apóstoles, con mención especial de Pedro (Mc 16,7). Lucas dice que cuando las mujeres contaron a los apóstoles los detalles de la tumba vacía, ellos pensaron que se trataba de desatinos. Pero Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro, donde comprobó la verdad de lo que habían anunciado las mujeres (Lc 24,9-12). Este detalle recuerda la reacción de Pedro y Juan ante el anuncio de María Magdalena. La mujer regresó corriendo desde el sepulcro, y hacia el sepulcro salieron también a la carrera Pedro y Juan, “el otro discípulo”. El cuarto evangelista, escondido tras el indefinido insistente que habla del “otro discípulo”, cuenta que el otro corría más deprisa que Pedro y que llegó antes al monumento, pero no entró hasta que llegó Pedro (Jn 20,1-8). El primero por definición fue en esta ocasión el segundo por imperativos excusables de la edad. Pero “el otro” le cedió el privilegio de entrar el primero en la tumba vacía y comprobar la verdad del anuncio hecho por las mujeres.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


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Una nota para los que viven en Madrid a propósito del

DÍA DEL LIBRO

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Saludos de nuevo de Antonio Piñero

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