Pedro, el príncipe de los apóstoles



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pedro en la aparición de Jesús junto al mar de Galilea

Ya hemos podido comprobar que el evangelio de Juan contiene relatos exclusivos que enriquecen con subidos quilates el conocimiento que tenemos de Pedro por los textos. Uno de ellos es el de la escena del lavatorio de los pies en el contexto de la última cena. Debemos la gracia de aquella escena a la solicitud del cuarto evangelista y a su afición por detalles tan íntimos como la actitud del discípulo amado recostado sobre el seno de Jesús (Jn 13,23). Pero hemos de agradecer al “otro” el regalo exquisito del capítulo 21 de su evangelio. El capítulo sigue a un colofón y remate de la obra que tiene todo el aspecto de un final absoluto. Los dos versículos finales del capítulo 20 hacen referencia a “otros signos” realizados por Jesús, pero que “no están escritos en este libro”. Lo escrito tiene la finalidad explícita y confesa de proporcionar las bases para una fe en la mesianidad de Jesús y su filiación divina, como preludio y presupuesto para “la vida”.

Pero después de este corte evidente, viene un capítulo muevo unido con poca fortuna al texto del evangelio con un vago metá tauta (después de estas cosas). Los acontecimientos están presentados en una narración estructurada en tres escenas, de las que Pedro es el protagonista indiscutible. Después de la referencia cronológica de tan escasa precisión, el evangelista señala a los actores de los hechos, a los que sitúa en un marco geográfico inconfundible: Jesús, los discípulos, el mar de Tiberíades, la playa, la mañana. Los discípulos habían estado trabajando durante la noche, pero no habían pescado nada. De pronto, allí mismo, en la playa estaba Jesús. El crucificado, ya resucitado, estaba otra vez con ellos. Los reparos en reconocerlo se disiparon cuando se identificó a su manera. Lo hizo con una señal de su poder, un sēmeion, que corregía y compensaba la incapacidad de los discípulos, pescadores de profesión.

En la primera escena, deja el evangelista claro el absoluto protagonismo de Pedro. No solamente figura en el primer lugar de los siete discípulos presentes, sino que es quien lleva la iniciativa en los gestos comunes. Pedro toma la decisión de salir a pescar: “Voy a pescar”. Los demás lo siguen: “Vamos también nosotros contigo”. El discípulo a quien amaba Jesús interpretó la señal de la pesca sobreabundante y se la tradujo a Pedro: “Es el Señor”. Pedro, genio y figura, no tuvo paciencia para llegar a la orilla en la barca, y eso que sólo estaban a doscientos codos de distancia, es decir, a menos de cien metros. Se vistió la túnica y se arrojó al mar para llegar antes a tierra, donde estaba Jesús.

Pedro volvió a subir a la barca y realizó la operación de arrastrar a tierra la red con la abundante pesca. Cuando bajaron a tierra, encontraron la sorpresa del desayuno (áriston) que Jesús les tenía preparado. Sobre unas brasas se asaba un pescado que el mismo Jesús les repartió con el pan correspondiente. Al parecer, todos sabían ya con quién estaban comiendo. Las dudas y las sorpresas habían dejado lugar a una gozosa certidumbre. De forma un tanto artificial, el relator cuenta que los discípulos no se atrevían a preguntarle sobre su identidad, pues estaban convencidos de que era el Señor.

La segunda escena viene a ser un mano a mano de Jesús con Pedro. El esquema del texto tiene todas las trazas de ser una réplica de las negaciones, aunque en sentido contario. Allí había negado Pedro por tres veces todo conocimiento y trato con relación a Jesús. Ahora era el momento de invalidar y neutralizar aquel gesto mediante una triple protesta de fidelidad, una fidelidad exigible a quien había de ser el nuevo pastor del rebaño de Jesús. Pongo la versión literal del pasaje, que contiene algunos pequeños detalles no registrados por las versiones, incluida la Vulgata latina:

“Cuando desayunaron, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas (agapâs, diligis) más que éstos?» Le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero (filô, amo)». Le dice: «Apacienta (bóske, pasce) mis corderillos (arnía, agnos). Por segunda vez le dice: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas? (agapâs, diligis)». Dícele: «Sí, Señór, tú sabes que te quiero (filô, amo)». Le dice: «Pastorea (póimaine, pasce) mi rebaño (próbata, agnos)». Por tercera vez le dice: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? (filêis, amas)». Se entristeció Pedro porque le había dicho por tercera vez «¿me quieres? (filêis, amas)» y le dice: «Señor, tú lo sabes todo, tú conoces que te quiero (filô, amo)». Le dice Jesús: «Apacienta (bóske, pasce) mi rebaño (próbata, oues)». De los distintos verbos que en griego significan “amar”, se emplean aquí agapáō y filéo. El primero es el que ha pasado al griego moderno con el significado de “amar”; el segundo, “amar con amor de amistad” ha pasado al moderno con el sentido de “besar”. Los términos latinos que pongo son los de la Vulgata.

Sigue un solemne vaticinio (amen, amen), en el que Jesús contrapone la juventud con la vejez de Pedro. Cuando era joven, se ceñía él a sí mismo y caminaba adonde quería; cuando envejezca, extenderá sus manos para que otro lo ciña y lo lleve adonde no querría. La perícopa termina con un imperativo programático: “Sígueme” (en presente de sentido habitual).

La tercera escena (Jn 21,20-23) recoge unos hechos que dejaron un recuerdo muy señalado en la piedad cristiana. El mismo texto da testimonio de ese impacto, provocado por las misteriosas palabras de Jesús referidas al “discípulo que Jesús amaba, el que durante la cena se recostó sobre el pecho” de Jesús. Pedro interpeló sobre él a Jesús, que respondió con un lenguaje críptico: “Si quisiera que permaneciera hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme”. Unas palabras misteriosas y la longevidad de Juan testimoniada por los apócrifos dieron margen para que surgieran sospechas de una eventual inmortalidad. El que estaba por encima del tiempo y de la historia podía convertir una criatura pasajera en un ser inmortal.

Los evangelios, con sus numerosas referencias a Pedro, dejaban preparada su figura para nuevas exaltaciones. Las noticias o tradiciones, recogidas tanto en los hechos canónicos como en los apócrifos, no hacen sino confirmar la sensación de los datos de su convivencia y trato con Jesús. Y ello al margen de la discutible historicidad de muchos datos bíblicos.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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