Pedro en los Hechos de los Apóstoles (I)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pedro en los Hechos de los Apóstoles

Los evangelios tienen una continuación natural en los Hechos de los Apóstoles, considerados como la segunda parte de la obra del tercer evangelista. El título de los Hechos no responde en realidad a su contenido. De la mayoría de los apóstoles no existe en ellos otra noticia que el registro de sus nombres en la lista o catálogo de Hch 1,13. Porque en la primera parte, apenas se cuentan otros detalles que los discursos de Pedro y ligeras alusiones a los hijos de Zebedeo y a Santiago el hermano del Señor. Luego, aparece de forma insistente y casi exclusiva Pablo. Sus viajes, su predicación, sus problemas ocupan la segunda parte de la obra. Pero en los capítulos primeros, sigue Pedro estando presente y activo como protagonista indiscutible.

El que fuera protagonista de los evangelios, sujeto y objeto de sus relatos, había desaparecido de la escena de los actores para convertirse en objeto referencial de la nueva sociedad. Jesús, el Mesías es ahora el Señor, cuyo recuerdo constituye el tema nuclear de la evangelización. La tarea que los apóstoles tienen por delante queda definida en los textos de la misión. Para Marcos era la voluntad expresa de Jesús que fueran por todo el mundo para predicar el evangelio a toda criatura (Mc 16,15). Lo que Marcos y Mateo expresaban en los epílogos de sus evangelios, lo precisa Lucas en el umbral de los Hechos: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). La evangelización era fundamentalmente un testimonio. Así lo entendía Pedro y así lo expresó en su discurso del día de Pentecostés: “A este Jesús lo resucitó Dios, de lo que todos nosotros somos testigos” (Hch 2,32).

Desaparecido, pues, Jesús de la escena de los Hechos, el protagonismo pasa a los apóstoles, pero con unos horizontes muy limitados. Porque la realidad es que dos personajes ocupan la atención de Lucas de una manera preferencial. En la primera parte de la obra, es Pedro sin competencia el protagonista de los sucesos. Todas las iniciativas de alguna transcendencia corren de su cuenta, y es él quien las ejecuta.

La primera fue la elección del sucesor de Judas. La lista de los doce había sufrido la merma en uno de sus miembros, el traidor. Los once, mencionados en Hch 1,13, encabezados siempre por Pedro, debían recuperar la cifra sacralizada. La gestión del proceso fue obra de Pedro en su planteamiento, su justificación y su ejecución. Se levantó Pedro en medio de los hermanos, que eran no menos de ciento veinte, y proclamó la necesidad de buscar un sustituto de Judas para el ministerio. El corto pero denso discurso de Pedro acabó en el sorteo de los candidatos, cuyo resultado fue la designación de “Matías, que quedó asociado con los once apóstoles” (Hch 1,26). Matías, en efecto, poseía la condición esencial señalada por Pedro para el cargo, ser “testigo de la resurrección”.

Llegó luego el gran día de Pentecostés, fiesta importante para la piedad judía (Hch 2). Era el motivo de la presencia de numerosos peregrinos en Jerusalén. La venida del Espíritu Santo con el “clamor” del ruido de viento impetuoso y las lenguas de fuego tuvo así un escenario con amplias resonancias. El mismo que tuvo el discurso de Pedro, dirigido a los “judíos y a todos los habitantes de Jerusalén”. Un discurso que explicaba el fenómeno y lo incardinaba en el contexto de los vaticinios bíblicos sobre la misión de Jesús. Era el cumplimiento hecho por Dios a su pueblo por medio de los profetas. Pedro repasó luego los datos esenciales del kerigma cristiano: Venida de Jesús como Mesías, su predicación, pasión redentora, resurrección, exaltación a la diestra del Padre, envío del Espíritu Santo. Todo, con una finalidad precisa, como era la penitencia y el bautismo para el perdón de los pecados. Los apóstoles estaban todos juntos en el mismo lugar, todos experimentaron el ruido y recibieron las lenguas de fuego. Pero el que habló fue Pedro, el de siempre, el que aparecía según los textos revestido de autoridad.

Un nuevo discurso de Pedro a los israelitas tuvo su contexto en la visita que Pedro y Juan hicieron al templo (Hch 3). Allí encontraron a un tullido de nacimiento que les pidió limosna. Pedro y Juan actuaban según el texto en forma común: Subían al templo, entraban en su recinto, fijaban los ojos en el tullido. Pero fue Pedro el que respondió a la súplica del mendigo: “Plata y oro no tengo, pero lo que tengo eso te lo doy. En el nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y anda” (Hch 3,6). El milagro fue argumento suficiente para que acudiera una muchedumbre, a la que Pedro dirigió otro discurso lleno también de alusiones bíblicas, basado en los datos fundamentales de la vida de Jesús. La conclusión quedaba condensada en la llamada profética a la conversión.

El discurso de Pedro al pueblo provocó el revuelo suficiente como para que las autoridades tomaran cartas en el asunto. En efecto, detuvieron a los apóstoles y los metieron en prisión. Sometidos a interrogatorio, se vieron obligados a dar explicaciones sobre el milagro realizado en la persona del tullido. Pedro les dio cumplida respuesta con un breve discurso, que venía a ser un testimonio sobre la misión salvadora del Nazareno. Las palabras de Pedro sumieron a sus jueces en el desconcierto, tanto más cuanto que allí estaba el tullido curado como argumento decisivo de la conducta de los apóstoles. Ellos persistieron en su actitud, convencidos de que “era preciso obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 4,19).

El libro de los Hechos cuenta de la vida común de los fieles, que depositaban todo a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los necesitados. En ese contexto aparece la historia de los esposos Ananías y Safira, dos cristianos que habían vendido una propiedad (ktêma). Al entregar a los apóstoles el producto de la venta, reservaron parte de su precio con engaño. Aunque el texto explica que los esposos habían depositado el dinero a los pies de los apóstoles, fue Pedro el que les abordó para echarles en cara su mentira. Podían vender el campo y guardar para ellos todo el dinero. Todo menos “engañar al Espíritu Santo”, lo que habían hecho de mutuo acuerdo. Tal engaño tuvo la trágica consecuencia de la muerte. En el principio de los hechos cristianos, en un período esencialmente constituyente, la lección era clara y con clamor. Con el Espíritu Santo no se juega. Es lo que Pablo decía a los gálatas: Deus non irridetur (“de Dios nadie se ríe”). El episodio de Ananías y Safira era una demostración palmaria. Y el testigo de cargo había sido una vez más Pedro (Hch 5,3-9).

Que Pedro era de alguna manera la cabeza visible del colegio apostólico y de la iglesia naciente quedaba de manifiesto por el trato literario que recibía del autor de los Hechos. Pero hay un episodio más que lo expresa de una manera plástica. El prestigio de Pedro llegaba hasta el extremo de que los creyentes sacaban a la calle a los enfermos en sus lechos para que su sombra los cubriese, con lo que todos quedaban curados (Hch 5,16).

A pesar de las advertencias y amenazas de las autoridades, los apóstoles, que habían sido liberados de la prisión por el ángel, volvieron a las andadas. El mismo ángel les había comunicado su intención al recomendarles que “predicaran al pueblo todas las palabras de esta vida” (Hch 5,20). Llevados nuevamente a la cárcel, tuvieron que oír la reprimenda correspondiente, a la que respondieron Pedro y los apóstoles: “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29).

Para los queridos comunicantes que tienen la atención de leer mis páginas y enriquecerlas con sus comentarios, reitero que cuando hablo de temas bíblicos, lo hago desde un punto de vista literario. Hablo de lo que creo encontrar en los textos, al margen en principio de las posturas del historiador o del teólogo. Gracias de todos modos.

Y saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

.................

Nuestro amigo y colaborador ocasional en este blog José Montserrat Torrents nos envía la siguiente nota:

"El barquero de los dioses",

novela histórica, aparecerá publicada por entregas periódicas en el blog

http://totmes.blogspot.com/.

El argumento transcurre en Egipto en el siglo V de la Era Común, y narra los esfuerzos de los últimos paganos por preservar la cultura del antiguo Egipto, y en particular la escritura jeroglífica, de la desaparición definitiva. El contexto histórico y geográfico está rigurosamente contrastado y puede ser de interés para los lectores del blog presente.

Saludos de José Montserrat
Volver arriba