El "Gran Juicio" antes de la venida del Reino (88-15)

Hoy escribe Antonio Piñero

Que antes de la llegada del reino de Dios va a haber un Gran Juicio divino (que –según como se entienda este Reino- puede ser el "Juicio Final" o un "Primer Gran Juicio") es un elemento tan abrumadoramente presente en la literatura religiosa judía de la época de Jesús y la inmediatamente anterior que no sería necesario ni tratarlo aquí. Sólo por lo que conocemos a través de los Evangelios de la predicación de Juan Bautista es el tema del Gran Juicio tan evidente que lo conocen hasta los más despreocupados por estas cuestiones religiosas.

Transcribo sólo un par de textos del período en torno al Exilio en Babilonia (siglo VI a.C.) y me concentraré en los pasajes proféticos más tardíos, más cercanos al tiempo de Jesús. Tenga en cuenta el lector que a veces se alude al Juicio con la palabra "Día":


Sofonías (profetizó durante el tiempo del rey Josías 640-609 a.C.; poco an tes del Exilio):

Por eso, esperadme - oráculo de Yahvé - el día en que me levante como testigo, porque he decidido reunir a las naciones, congregar a los reinos, para derramar sobre vosotros mi enojo, todo el ardor de mi cólera. Porque por el fuego de mi celo la tierra entera será devorada (3,8).


Isaías 66,15-16:

15 Pues he aquí que Yahvé en fuego viene y como torbellino son sus carros, para desfogar su cólera con ira y su amenaza con llamas de fuego. 16 Porque con fuego Yahvé va a juzgar y con su espada a toda carne, y serán muchas las víctimas de Yahvé.


En la época de la dominación persa sobre Israel (521 a.C. al 323 a.C.) se hacen más abundantes las alusiones proféticas al Gran Juicio, al que suelen tambien denominar elusivamente como “El día de Yahvé”. Sólo algún ejemplo, que comenta Javier Alonso en un capítulo del libro sobre "El Gran Juicio en el judaísmo", un volumen colectivo sobre el Juicio Final y su entorno que esperamos aparezca en octubre 2009 en la Editorial Edaf:


He aquí que Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible, para que vuelva el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que Yo venga y haya de consagrar el país al anatema (Malaquías 3, 23-24).


Este juicio que anuncia Malaquías tendrá lugar sólo en Israel:

Se sentará para fundir y purgar. Purificará la plata y purificará a los hijos de Leví, los acrisolará como el oro y la plata; y podrán luego ofrecer a Yahvé oblaciones correctamente. Entonces será grata a Yahvé la oblación de Judá y Jerusalén, como en los días primeros y cual era en los años antiguos. Y me llegaré a vosotros para celebrar juicio, y seré testigo pronto contra los hechiceros y los adúlteros y quienes juran en falso, y contra quienes vejan al jornalero, la viuda o el huérfano, y causan desgracia al extranjero y no me temen, declara Yahvé Sebaot (Malaquías 3, 3-5).


Por el contrario, para el profeta Ageo, quien también se refiere al tema del Juicio aunque sin insistir tanto como Malaquías, el día de Yahvé resultará destructivo para las naciones (los gentiles):

Habla a Zorobabel, gobernador, diciendo: “Yo conmoveré los cielos y la tierra, trastornaré el trono de los reinos y aniquilaré la fuerza de los reinos de las naciones, y arruinaré el carro de guerra y a los que montan en él; caerán los caballos y jinetes, cada uno por la espada de su compañero; en aquel día -oráculo de Yahvé Sebaot- te tomaré, Zorobabel, hijo de Sealtiel, siervo mío -oráculo de Yahvé- y haré de ti como un sello, pues a ti he elegido”, oráculo de Yahvé Sebaot (Ageo 2, 21-23).



Otro profeta, Joel (en torno al 400 a.C.), retoma el concepto del temible “Día de Yahvé”, el día del Juicio:

¡Sonad el cuerno en Sión! ¿Y tocad a rebato sobre mi monte santo! Tiemblen todos los moradores del país, pues viene el Día de Yahvé, en verdad está próximo (Joel 2, 1).



Joel desarrolla los detalles que se habían comenzado a intuir en los profetas anteriores. Así, se menciona un lugar de Jerusalén, el valle de Josafat, como el lugar donde tendrá lugar el Juicio:

“Pues he aquí que en aquellos días y en aquel tiempo en que Yo repatríe a los cautivos de Judá y Jerusalén, congregaré a todas las naciones y las haré bajar al valle de Josafat: y entraré allí en juicio con ellos” (Joel 4, 1-2).



Además, se anuncian extraños fenómenos: muchos profetizarán y se producirán trastornos celestiales que anunciarán la llegada del Juicio:

Y sucederá después de esto que infundiré mi Espíritu en toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. E incluso sobre los siervos y las siervas por aquellos días infundiré mi Espíritu. Y haré prodigios en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. El sol se trocará en tinieblas y la luna en sangre, antes de que llegue el grande y terrible Día de Yahvé. Mas acaecerá que todo el que invoque el nombre de Yahvé será salvo; pues en el monte Sión y en Jerusalén se guardará el resto salvado, según dijo Yahvé, y entre los evadidos estarán los que Yahvé llame (Joel 3, 1-5).



En este pasaje -citado en los Hechos de los Apóstoles 2,17-21- observamos que Joel, un autor que se encuentra a medio camino entre la profecía y la apocalíptica, emplea algunos temas que se desarrollarán en el género literario apocalíptico durante los siglos siguientes, como las visiones de extraños y terribles fenómenos celestes que anuncian la llegada del día de Yahvé.

De la época posterior, de los Macabeos, es el siguiente texto, muy conocido, del Libro de Daniel:

Continué mirando, hasta que se pusieron unos tronos y un anciano se sentó; su vestidura era blanca como la nieve; y el cabello de su cabeza como lana limpia; su trono eran llamas de fuego; las ruedas del mismo, fuego abrasador. Un río de fuego corría y salía de delante de él; miles de millares le servían y miríadas y miríadas estaban de pie ante él. El tribunal tomó asiento, y los libros fueron abiertos. Yo miraba entonces a causa del ruido de las arrogantes palabras que el Cuerno (el rey Antíoco IV) profería; estuve mirando, hasta que la Bestia fue muerta y su cuerpo destrozado y arrojado a las llamas de fuego. A las bestias restantes se les quitó el dominio y se les otorgó una prolongación de vida hasta un tiempo y hora [determinados].

Proseguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí que en las nubes del cielo venía como un hombre y llegó hasta el anciano y fue llevado ante Él. Y se le concedió señorío, gloria e imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; su señorío es un señorío eterno que no pasará, y su imperio no ha de ser destruido. […] Yo estuve mirando, y ese Cuerno hacía guerra a los santos y los vencía, hasta que llegó el anciano e hizo justicia a los santos del Altísimo; y llegó el tiempo en que los santos entraron en posesión del reino (Daniel 7, 9-22).


Este Libro, tras su composición y difusión –segundo cuarto del siglo II a.C.- comenzó a gozar entre los judíos piadosos de una autoridad parecida a la del Libro I de Henoc… ¡que se conocía antes que él! El canon del Antiguo Testamento aún no se había consolidado -aún tardaría siglos: lo haría plenamente hacia mediados del siglo II d.C.- y ambos libros se consideraban sagrados porque sus autores eran “profetas antiguos”… Así al menos se creía.

Y obsérvese también la importancia que adquiere en el pasaje la misteriosa figura del Hijo del Hombre que, partiendo de un libro aún no canonizado totalmente en el siglo I d.C., tendrá una inmensa importancia en la configuración de la teología de los Evangelios Sinópticos en torno a la interpretación de Jesús como “encarnación” de esa figura.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

“¿Está compuesta 'Filipenses' de varias cartas de Pablo, unidas entre sí?”

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