Pedro en las epístolas canónicas



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pedro en las epístolas canónicas

Es lógico suponer que una persona tan importante en los orígenes de la iglesia debe aparecer de algún modo en las epístolas del Nuevo Testamento. Y aunque los focos de interés de las epístolas apuntan a situaciones distintas, es Pedro el que en ellas aparece con los perfiles de hombre referencial y paradigmático. Lo que Pedro hace o piensa es argumento importante en cualquier clase de debate.

La primera de las cartas a los corintios habla en cuatro pasajes de Pedro, identificado siempre con el nombre de Cefas. Pablo expresa su preocupación por una situación preocupante en la iglesia de Corinto, en la que se están sucediendo actitudes contrarias al espíritu cristiano. Pablo habla de cismas (skhísmata) y discordias (érides). Todo está provocado por la tendencia a banderías y capillismos. “Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo” (1 Cor 1,12). Pablo reprende estas conductas, que minan la unidad que debe reinar entre los hermanos. Un caso similar es el reflejado un poco más adelante (1 Cor 3,22). Todos los predicadores de la fe son de Cristo, como Cristo es de Dios. Frente a las discordias y a las disensiones, concordia y unidad.

La primera carta a los corintios es de las más entrañables de Pablo. Se nota que escribía a unos destinatarios, de quienes conocía tanto sus virtudes como sus defectos. Necesitaba, además, hacer su propia apología, término utilizado por el mismo Pablo en un pasaje en el que pone como en una balanza sus méritos y derechos frente a los de otros apóstoles. Es entonces cuando informa que Pedro y otros apóstoles viajan acompañados por sus mujeres. Pablo da a entender que en aquel momento él lleva una vida célibe (1 Cor 9,5). Cefas le sirve a Pablo como referencia para el desarrollo de su argumentación.

El primer testimonio bíblico sobre la resurrección es el contenido en la 1 Cor 15. Cronológicamente es anterior a las relaciones de los evangelios con una carga intencionada de doctrina. Pablo habla de transmitir lo que a su vez ha recibido. La esencia de su testimonio queda cifrada en cuatro verbos: Cristo murió, fue sepultado, resucitó, se apareció. Resume los relatos evangélicos de la pasión de Jesús y sus consecuencias. Pero amplía el verbo dedicado a la expresión de las apariciones. Y ahí señala en primer lugar que “se apareció a Cefas” (1 Cor 15,5). Después, sólo después, se apareció a los doce (sic). Y luego a más de quinientos hermanos de una sola vez; después se apareció a Santiago, y luego a todos los apóstoles; después de todos, se apareció también a Pablo. Nada dice la carta de las mujeres, protagonistas en la mañana de la resurrección. Pero Pablo da claro testimonio de que entre los que tenían que ser testigos de la resurrección de Jesús, Pedro tenía el privilegio de haber sido el primero.

Otra de las epístolas paulinas que hacen referencias a Pedro es la dirigida a los fieles de Galacia, considerada por los críticos como auténtica de Pablo. El Apóstol de las gentes se siente obligado a hacer una apología de su persona, su misión y su evangelio. Recuerda en el pasaje su faceta de perseguidor de la iglesia, de la que se convirtió en apóstol por la gracia de Dios. Reconocía que para los fieles de Judea era un perfecto desconocido, del que comentaban que el antiguo perseguidor era ahora predicador de la fe que antes pretendía destruir. Necesitaba por lo tanto rehabilitar su memoria y buscar la recomendación de los apóstoles más conocidos. Ésa fue la finalidad de su viaje a Jerusalén, donde tuvo buen cuidado en visitar (historêsai) a Cefas, con quien permaneció quince días. Después fue a ver a Santiago, el hermano del Señor. Con todo, Pablo se esfuerza en demostrar que el evangelio por él predicado no es cosa de hombres, sino que lo recibió por revelación del mismo Jesucristo (Gál 1,11-19).

Pablo reconocía que el tema era importante y merecedor de cuidadoso trato y detenida atención. Se alarga, pues, en detalles del viaje en el que buscaba el apoyo de los otros apóstoles. Recordaba que de la misma forma que Pedro había recibido el encargo de difundir el evangelio entre los de la circuncisión, lo había recibido él para predicarlo entre los gentiles. Quería, sin embargo, contrastar su evangelio con los que parecían ser algo en la comunidad. Logrado su propósito, proclama con satisfacción que “cuando Santiago, Cefas y Juan, los que parecían ser las columnas, conocieron la gracia que me había sido concedida, nos dieron a Bernabé y a mí la mano en signo de comunión, para que nosotros nos dirigiéramos a los gentiles, y ellos a los de la circuncisión” (Hch 2,9). Pedro era cabeza y representante de una forma de entender el evangelio, como Pablo se consideraba mentor de la actitud de apertura y cambio.

La importancia y la influencia de Pedro fue el motivo y la raíz del episodio conocido como “incidente de Antioquía” (Gál 2,11-14). Cuando fue Pedro a Antioquía, Pablo se enfrentó a él cara a cara porque lo juzgó digno de reproche. La razón era su actitud cambiante que podía sembrar dudas entre los cristianos. No había tenido reparos en comer con los gentiles, pero empezó a retraerse porque habían llegado algunos fieles de parte de Santiago, ante los que sintió miedo. La autoridad de Pedro podía deshacer la obra de Pablo y Bernabé. Dejo a Pablo que explique los detalles del incidente: “Cuando llegó Cefas a Antioquía, le resistí a la cara, porque era reprensible. Pues antes de que llegaran algunos de parte de Santiago, comía con los gentiles, pero cuando llegaron, se retraía y se mantenía aparte por miedo a los de la circuncisión. Cayeron, pues, en la misma simulación que él los otros judíos, de tal modo que hasta Bernabé se dejó arrastrar por su misma hipocresía. Pero cuando vi que no caminaban rectamente según la verdad del evangelio, dije a Cefas delante de todos: «Si tú, siendo judío, vivías como gentil y no como judío, ¿cómo es que obligas a los gentiles a vivir como judíos?»”.

Éste y así fue Pedro y lo seguía siendo. Pero Pablo le echó en cara con toda la razón su peligrosa conducta, poco coherente con la doctrina que “había parecido bien al Espíritu Santo y a los apóstoles”. Por lo demás, el nombre de Pedro aparece en la dedicatoria de las dos cartas canónicas que se le atribuyen. Pero ambas son tardías y abrigan una mentalidad ajena a los postulados conocidos de Pedro. Pero su atribución es una prueba más de la importancia del personaje en los ambientes de los orígenes del cristianismo. El detalle indica que su autor pretendía dar a su texto garantías de una autoridad creciente en la comunidad cristiana. El confidente de Jesús era una figura suficientemente apreciada para que sus enseñanzas fueran aceptadas como las de un maestro con las más valiosas credenciales.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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