“Jesús recordado” de James D. G. Dunn (II) (109-B)



Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con el comentario a “Jesús recordado”. Sostiene J. Dunn en su prólogo y capítulo introductorio, que no cabe duda de que el eje principal de toda la teología cristiana es Jesús de Nazaret, por lo cual es preciso siempre partir de un estudio histórico detallado de cómo encaja este personaje dentro del judaísmo de su tiempo y qué base ofrecen realmente sus hechos y dichos -recogidos por la tradición- para que de éstos se desgaje una suerte de visión -si no específicamente nueva al comienzo, sí en poco tiempo de desarrollo-: el judeocristianismo. Todo esto parece obvio y es un buen punto de partida.

Lo que quizá no lo sea es lo siguiente: según Dunn, Pablo es el primero y más influyente de todos los teólogos cristianos “en virtud de la inclusión de sus cartas en el canon del Nuevo Testamento” (p. 23). Me pregunto si la perspectiva no debería ser un poco diferente: el canon neotestamentario fue producido por una iglesia (denominada por muchos la "Gran Iglesia" porque formaba el grupo más compacto entre otros) que era fundamentalmente paulina.

Es decir, Pablo no es importante porque sus cartas fueron incluidas en el canon, sino el canon se generó porque Pablo era ya muy importante para la teología específicamente cristiana, y se necesitaba dar cuerpo y mayor entidad a lo que era la visión paulina de Jesús por medio de la formación de una lista de libros sagrados que sustentaran desde otras posiciones relativamente diversas esa interpretación paulina del Maestro Jesús. Esta noción hace justicia el hecho evidente y obvio (pero olvidado en la práctica por el modo de editar el Nuevo Testamento) de que cronológicamente primero fueron las cartas de Pablo, y luego -tras un breve pero intenso período de maduración- se generaron los Evangelios

Intentaré explicarme: el Nuevo Testamento es en conjunto y con ciertas aristas la concretización del triunfo de la interpretación paulina de Jesús. En efecto,

• Sólo son admitidos cuatro evangelios (hay unos 70 más, como sabemos por la publicación de “Todos los evangelios” que hemos comentado ya en este blog; en la época de cristalización del canon debían de circular por lo menos diez más: varios judeocristianos; algunos "ortodoxos"; otros de talante gnóstico) y los cuatro interpretan a Jesús, su muerte y su redención siguiendo pautas paulinas.

• De entre todos los “apóstoles” sólo se han conservado cartas de Pablo; de ningún otro más, a pesar de las apariencias. Las demás cartas, que en el Nuevo Testamento llevan los nombres de Pedro (2), Juan (3), de Santiago y Judas (1) son “pseudónimas”, es decir, no salieron de la pluma de los “autores” a los que han sido adjudicadas. Es decir, estos apóstoles o no escribieron cartas o no se copiaron ni se conservaron. Sin embargo, en vida de Pablo se copiaron ya sus cartas y se difundieron enormemente.

• La escuela paulina consiguió colocar, además, en el Nuevo Testamento otras siete cartas pseudoepígrafas (es decir, que llevan el nombre de Pablo, pero que fueron escritas en realidad por sus discípulos) por seis de los otros apóstoles.

• Salvo las cartas de Santiago y Judas, las tres de Juan y las dos de Pedro aceptan los esquemas paulinos.

• El Apocalipsis de Juan, por muy judío que sea, acepta también la reinterpretación paulina de la muerte de Jesús como sacrificio vicario y su consecuencia, la resurrección y exaltción.

En una palabra, el Nuevo Testamento –que pasa hoy por ser el escrito básico del cristianismo- no representa la variedad de los cristianismos primitivos, sino sobre todo del cristianismo paulino lo que supone un éxito clamoroso de éste.

Aparte del análisis del contenido del Nuevo Testamento, que es una muestra objetiva del éxito de Pablo con su visión peculiar de Jesús, tenemos otro parámetro para medir la importancia del Apóstol. Según los cálculos más fehacientes, hacia el año 311 d.C., fecha en la que el emperador Constantino publicó el “Edicto de Milán”, por el cual se declaraba al cristianismo religión lícita en el Imperio, había unos 8 millones y medio de cristianos en el Imperio, de una población total que apenas llegaba a 60 millones.

Pues bien, a tenor de lo que teológicamente se escribe dentro del cristianismo en esa fechas e inmediatamente anteriores (para corroborar lo que digo no hay más que ir a una “Historia de la literatura cristiana primitiva”, por ejemplo la de Moreschini y E. Norelli, BAC, Madrid, 2007, o a un tratado de "Patrología", el de Quasten – Oñatibia – di Bernardino, también de la BAC, con múltiples ediciones) el 95% de esos cristianos eran paulinos. Si partimos del dato de los Hechos de los apóstoles, de que más o menos un par de semanas o un mes después de la muerte de Jesús había 120 cristianos (Hch 1,14-15) tenemos que postular ¡un crecimiento de cerca del 40% por década! Todo un éxito del cristianismo fundamentalmente paulino.

Y por último hoy día: según estimaciones bastante seguras, existen unas quinientas confesiones y/o denominaciones cristianas: católicas, protestantes, ortodoxas y libres. De ellas, el 99,5% son paulinas, es decir, dependen del punto de vista de Pablo en su comprensión global de Jesús de Nazaret. Este dato habla por sí mismo. Tampoco los demás cristianismos, posibles herederos de otros primitivos, cuentan hoy.

La consecuencia respecto al libro de Dunn que comentamos puede ser: en todo el “Jesús recordado” –deducido a base de un estudio crítico de la Fuente Q, que puede tener un sesgo independiente, no paulino; y de los cuatro evangelios, que son “paulinos”, más adicionalmente en algunos casos el Evangelio gnóstico de Tomás, cuya base es la tradición sinóptica- habría que tener en cuenta la posibilidad de un “tinte” de corte reinterpretativo paulino en casi todos esos recuerdos.

Me parece claro hoy que casi todos los investigadores aceptan un hiato, es decir, un salto teológico entre Jesús y Pablo, hiato que se intenta explicar de alguna manera como que la vida de Jesús, de una manera implícita y bien considerada, daba pie a esa interpretación paulina (“cristología implícita”). Otros investigadores –normalmente no confesionales e independientes- no suelen aceptar la “cristología implícita” y explican el hiato de diversos modos, normalmente acogiéndose a la idea de que Pablo reinterpreta a Jesús gracias a su revelación personal (Epístola a los Gálatas sobre todo).

Mi posición personal va más bien por esta última línea. Me parece evidente el hiato existente entre Pablo y Jesús. Y me parece también claro el esfuerzo gigantesco de “Marcos” y sus sucesores por presentar la “vida” (al menos la pública) de Jesús de tal modo que el Cristo paulino transparezca a través de los hechos y dichos de esa vida (recogidos con bastante honestidad, incluso material que les incomoda y les fastidia teológicamente).

Veo también con claridad cómo Marcos y sus sucesores corrigen al maestro Pablo haciendo ver a los fieles que no sólo importan la muerte y resurrección de Jesús como hechos salvadores: también la vida y dichos de Jesús son salvíficos.

Creo que todo este conjunto de perspectivas deben servir de base para valorar la contribución de James Dunn en su obra "Jesús recordado", que debería ser más bien "Jesús recordado y reinterpretado".

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

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