Simón Pedro en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pedro en la Literatura Apócrifa

Como testifican claramente los libros canónicos del Nuevo Testamento, era Pedro el auténtico corifeo del colegio apostólico. La cifra cuantitativa de los casos de su presencia expresa en los relatos no deja lugar a duda. Son alrededor de ciento treinta menciones. Pero al número de sus apariciones debemos añadir la calidad de sus intervenciones. Era la referencia obligada de numerosas cuestiones referidas al conjunto de los apóstoles. Consultas de Jesús, informes, recomendaciones, advertencias tenían como destinatario a Pedro. Así lo entendía él cuando tomaba la palabra en nombre de todos. Y aquel protagonismo en los evangelios canónicos continúa como gesto natural en la primera parte de los Hechos de Lucas. El foco del redactor sigue con asidua fidelidad sus pasos, sus palabras, sus decisiones.

Es, sin embargo, una realidad que su presencia se esfuma cuando la personalidad de Pablo hace su aparición en la historia de la iglesia naciente. Lucas sigue entonces la estela de Pablo desde sus primeros viajes hasta su llegada a Roma. Pero era lógico que la piedad cristiana siguiera apegada al recuerdo del jefe de sus maestros, al primero y más autorizado testigo de la obra de Jesús. Como dice Mario Erbetta, las leyendas de la literatura apócrifa son el desarrollo natural de los Hechos canónicos de los Apóstoles (Apocrifi del Nuovo Testamento, vol. II Atti e legende, p. 2). Como en otros casos de los libros apócrifos, los autores de esta literatura ofrecen a la piedad cristiana material abundante para su curiosidad.

En este sentido, la figura de Pedro está reflejada en las numerosas obras que glosan su vida apostólica y su martirio. Si todos los apóstoles eran dignos de aprecio y atención, lo era con mayor razón el primero de todos, el preferido de Jesús, el verbo señero de la comunidad primitiva, la piedra sobre la que Jesús prometió edificar su iglesia (Mt 16,18). Es la verdad literaria, por más que la escena sea fruto de una redacción posterior e interesada. LOa literatura apócrifa llena los silencios de los libros canónicos. La nueva literatura carecía oficialmente del carisma de la inspiración y del reconocimiento de escritos sagrados. La etiqueta de apócrifos les añadía una mayor dosis de descrédito. A pesar de todo, fueron la fuente de tradiciones que reflejaban las creencias corrientes de la comunidad cristiana en una época de signo constituyente. Esta afirmación es válida particularmente en el caso de los primeros Hechos Apócrifos de Pedro, unos de los cinco primeros Hechos Apócrifos de los Apóstoles, los de Andrés, Juan, Pedro, Pablo y Tomás.

Pedro en sus Hechos Apócrifos primitivos

Los Hechos apócrifos de Pedro (HchPe) fueron compuestos con toda probabilidad entre los años 170 y 190. Una razón apodíctica es que su autor conocía los Hechos de Pablo (HchPl), mencionados por Tertuliano en su obra De baptismo, publicada en el año 197. No muchos años después fueron traducidos del griego original al latín, lengua en la que los conoció y usó el poeta cristiano Commodiano, que escribía alrededor del año 250 (Carmen apologeticum, vv. 626 y 629s.). Los HchPe se han conservado en la versión latina de los Actus Uercellenses (AV), hallados en el monasterio italiano de Vercelli. Del original griego se conservan los capítulos del martirio en los códices A (Athos, monasterio de Vatopedi, del s. XI) y P (Patmos, del s. IX). El inicio del ms. A se corresponde con el c. 30 de los AV; el del ms. P con el c. 33 de los AV. El uso litúrgico de los martirios explica que se hayan conservado en la lengua original.

Los HchPe son la fuente de la que dependen muchas de las tradiciones recogidas y ampliadas en la literatura apócrifa posterior. En la terminología de la investigación se ha extendido la denominación de Hechos apócrifos “menores” para los Hechos posteriores y dependientes de los cinco primitivos. Pero esa etiqueta nada tiene que ver ni con sus méritos literarios ni con su extensión. Algunos de ellos, como los de Felipe o los de Juan, presuntamente escritos por su discípulo Prócoro, son de una notable longitud y poseen páginas de indudable valor estético. En la concepción de Erbetta, se trata de un tercer anillo concéntrico, después del primero que es la Sagrada Escritura y el segundo formado por los referidos cinco Hechos antiguos.

Como tendremos ocasión de comprobar más adelante, obras posteriores reflejan tradiciones contenidas en los primitivos y las amplían con gran libertad. Es lo que sucede en la escena del Quo uadis? o con los detalles de la crucifixión. Un dato que los apócrifos tienen interés especial en destacar es la unión de Pedro y Pablo, tan esencial que las fiestas de ambos acabaron celebrándose en el mismo día. Los HchPe empiezan con tres capítulos en los que Pablo es el único protagonista. El detalle ha hecho pensar a algunos investigadores, entre ellos A. Harnack, que podría tratarse de fragmentos desplazados de su lugar original. Otro aspecto característico de los HchPe es el enfrentamiento de Pedro con Simón Mago, tan destacado por R. A. Lipsius en su edición de estos Hechos hasta el punto de que les pone como título Actus Petri cum Simone (“Hechos de Pedro con Simón”), aunque el debate entre el apóstol y el mago no es, ni con mucho, el único episodio de la obra.

Hemos de comenzar, pues, por los HchPe la secuencia del ministerio del príncipe de los apóstoles, tal como la vieron los contemporáneos de la obra y como la reflejó el autor. El primer fragmento, considerado como componente de los originales HchPe es el contenido en el papiro 8502,4 de Berlín, que trata sobre el episodio de la hija de Pedro (Cf. A. Piñero & G. Del Cerro, Hechos Apócrifos de los Apóstoles, I 540-543.). Cuenta el texto del papiro que en un domingo llevaban a Pedro multitud de enfermos para que los curara. Uno de los presentes se encaró con Pedro y le preguntó cómo es que curando a tanta gente, no se preocupara de su hija, enferma de parálisis. Tenía, en efecto, uno de los costados totalmente paralizados. Los Hechos apócrifos de Nereo y Aquiles conocen el caso y saben que el interpelante era un discípulo fiel, de nombre Tito (HchNerAq 5, 1).

Pedro respondió exponiendo la teoría de que nada hay imposible para Dios, pero realizó luego la práctica de curar a su hija haciéndola levantarse y caminar. Hecha la demostración, mandó a su hija que volviera a su lugar y permaneciera enferma, porque eso era útil para todos. No lo creían así los presentes, que se echaron a llorar y suplicaban a Pedro que le devolviera la salud. Pedro tuvo que justificar su actitud contando la visión que tuvo en el mismo día en que su hija vino al mundo. El Señor le dijo entonces que la niña causaría mucho daño si permanecía sana. Cuando fue mayor, se prendó de ella un hacendado de nombre Ptolomeo. La falta de un folio en el papiro nos priva de conocer el desarrollo de los acontecimientos. Cuando se reanuda el relato, los criados de Ptolomeo traían a la muchacha y la depositaban a la puerta de la casa de Pedro. Estaba paralítica de todo un costado de su cuerpo.

No quedó ahí la historia. Ptolomeo tuvo tanta pena y derramó tantas lágrimas que se quedó ciego. Estaba pensando en ahorcarse cuando vio un gran resplandor y oyó una voz que le recomendaba ir a casa de Pedro para resolver su problema. Y mientras contaba todo lo que le había sucedido, recobró la vista tanto del cuerpo como del alma. Convertido a la fe de Pedro, comunicó a otros el don de Dios. Luego, cuando murió, legó en su testamento un lote de campo a nombre de la hija de Pedro. En franca alusión a la historia de Ananías y Safira (Hch 5,1-11), Pedro decía: “Yo vendí el campo, y del producto no me he quedado con nada”. El texto del papiro explica luego que Dios da a cada uno lo que le conviene. Y termina con el dato de que Pedro dirigió una exhortación a los presentes y distribuyó a todos el pan.

Otro fragmento, considerado como perteneciente a los primitivos HchPe, es el que es conocido como “la hija del hortelano”. Forma parte de la epístola del Pseudo Tito, en la que se trata de la hija única de un jardinero, quien pidió a Pedro que rogara por ella. Pedro dijo al padre que Dios le otorgaría lo que fuera más conveniente para el alma de la muchacha. Pero la joven cayó muerta al instante. El anciano padre suplicó a Pedro que la resucitara. Y así sucedió. Pero no muchos días después entró en la casa un hombre que se fingió creyente, sedujo a la joven y desapareció con ella; la pareja no volvió a aparecer (De Bruyne, D., “De dispositione sanctimonii”, Rev. Bén. 37 (1925) 48-74).

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Nota:

El texto completo de los Hechos de Pedro (copto [sólo en versión española], latín y griego (con versión española) puede verse en la edición de Antonio Piñero- Gonzalo del Cerro, Hechos apócrifos de los apóstoles. Volumen I (Hechos de Andrés, de Juan y de Pedro), Editorial B.A.C. Nº 646, Madrid, 2005, Introducción, Texto original con aparato crítico, versión castellana y notas.
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