Visionarios, defraudadores y crédulos (III) (92-03 )

Hoy escribe Antonio Piñero

Con ésta y la siguiente postal procuraremos concluir la exposición del método, riguroso y escéptico, que puede emplearse también en el examen crítico de los Evangelios. Lo ofrecemos como contraste al empleado por James D. G. Dunn que hemos expuesto detenidamente en postales anteriores. Cedo la palabra a José Montserrat en sus reflexiones sobre el método histórico aplicado a los Evangelios en su obra “El Galileo armado” (Edaf, Madrid, 2007), en las páginas 35 y siguientes:


“El lector moderno se pregunta desconcertado como es posible que se hayan producido tal número de leyendas y patrañas y que hayan sido aceptadas e incluso elevadas a la categoría de verdades inapelables. Que en el mundo han existido y existen estos fraudes es un mera constatación de hecho. En la actualidad las falsedades difundidas reciben el nombre de "desinformación" y son objeto de refinadas técnicas utilizadas por multitud de grupos e incluso de estados. El principal vehículo de difusión de este tipo de productos es actualmente Internet.

“La historia de las literaturas antiguas registra una enorme cantidad de falsificaciones*.

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* Hay una espléndida historia de este hecho: W. Speyer, Die literarische Fälschung im Altertum, ("La falsificación literaria en la antigüedad"), Beck, Munich, 1971. Me sorprende que esta utilísima (y diría que divertidísima) obra no haya sido traducida al castellano. Nota: Speyer estudia toda clase de falsificaciones, excepto las del Nuevo Testamento…
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“En algunos momentos parece que la falsificación se había convertido en un género literario inocuo, que no engañaba a nadie. Tal ocurría con las innumerables obras atribuidas a Pitágoras, y también con muchos escritos judíos tardíos atribuidos a personajes imposibles como Adán, Henoc o Moisés. Pero abundan también los casos en los que la falsificación es dolosa, es decir, en los que consta la intención de engañar. Por ejemplo: el autor de las Cartas a Timoteo se hace pasar solemnemente por el apóstol Pablo, con la evidente intención de engañar a los lectores y hacerles creer que su escrito es obra de Pablo, cosa que por lo demás consiguió.

“El falsario es el autor que inventa o deforma los hechos. Volviendo a los temas que nos ocupan, es evidente que si afirmamos el carácter legendario de muchas de las narraciones de los evangelios implicamos que sus autores eran falsarios. Ahora bien, la invención y la fabulación no siempre son dolosas. Los historiadores y los antropólogos hablan de la "formación de creencias" y de la "creación de narraciones" atribuidas no a una persona sino a grupos, incluso sucesivos, en el seno de los cuales habría surgido la leyenda.

“Se describe incluso lo que se ha denominado "horizonte de expectativas": los receptores esperan determinados mensajes y los acogen sin reservas. En el ámbito de las religiones, muchas propuestas responden a fenómenos visionarios del emisor, transmitidos a los receptores y aceptados por estos. En estos casos no se puede hablar de falsarios ni de dolo. Un ejemplo claro es la afirmación de Pablo de que vio a Jesús resucitado. No se puede descartar en absoluto que Pablo hubiera tenido una visión del resucitado; estas cosas suceden. Entonces Pablo no hace más que comunicar su experiencia y sus destinatarios, confiando en su sinceridad, le prestan fe.

“En otros casos la leyenda experimenta un proceso de formación gradual sin que sea posible discernir un causante individual, antes bien se trata de un fenómeno colectivo. Tal podía haber sido la formación de la creencia en la resurrección de Jesús en la comunidad primitiva, desde un primer grado de significación meramente espiritual ("Jesús sigue vivo") hasta un grado más avanzado de realización ("se ha aparecido corporalmente"), todo ello en el horizonte de las expectativas escatológicas.

“Ahora bien, en los textos de los orígenes cristianos no todo es expresión de creencias. Hay extensos segmentos narrativos, detallados y situados en el espacio y en el tiempo. Estos elementos no pueden haber surgido de un impulso creador colectivo; se trata de composiciones literarias que reclaman un autor, o por lo menos un colectivo concreto de autores. Entre estos segmentos narrativos destacan por su importancia los relatos de milagros. El historiador laico no admite, axiomáticamente, la posibilidad de los milagros, por lo tanto es inútil que se pregunte por los elementos de historicidad implicados en las narraciones de milagros. Es decir, alguien los inventó y los consignó por escrito.

Esta fabulación no es atribuible en general a los redactores de los evangelios conservados hasta hoy: está claro que casi siempre ellos lo hallaron en tradiciones escritas anteriores. Alguien, pues, en las décadas inmediatamente posteriores a la muerte de Jesús, creó las leyendas de los milagros. Esta fabulación se indujo en el contexto de la exaltación de la figura de Jesús, primero como profeta y después como mesías. Es posible que existiera un doble cartapacio de milagros, primero el del profeta, inspirado en los antecedentes bíblicos de Elías y de Eliseo, y después el del Hijo del Hombre. Estos fabuladores son, técnicamente, falsarios. Recogieron la historia verídica de Jesús, transmitida por los suyos, y la mixtificaron con sus invenciones. Pablo también debió de entenderlo así, puesto que nunca menciona los milagros de Jesús*.

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* Uno de los primeros críticos del cristianismo, el filósofo Porfirio, escribe: "Estos evangelistas fueron escritores de ficción, no observadores o testigos presenciales de la vida de Jesús. Al escribir su relato sobre lo que sucedió en la pasión y la crucifixión, cada uno de los cuatro contradice a los demás" (Porfirio, Conra los cristianos 2. 12-15).
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“Un problema muy distinto lo plantean los segmentos que transmiten la enseñanza de Jesús. En este caso el historiador laico no introduce reservas a priori, pues no hay en ello nada milagroso. A los críticos literarios toca investigar la fiabilidad de las atribuciones. Lo están haciendo con extraordinaria habilidad, aunque con escasos resultados. En este libro no me ocupo de este tema, aunque algo diré acerca de él en el cuerpo del trabajo.

“Los redactores de los evangelios y de los Hechos que se han conservado se conducen con los documentos que utilizan y con las tradiciones que recaban con una desenvoltura y una libertad propia de falsarios. Los críticos literarios señalan continuamente modificaciones llamadas "redaccionales": el autor ha recibido un texto, por ejemplo, de Marcos o de la fuente Q, y lo modifica de acuerdo con sus propios criterios. Los autores confesionales asumen que estos criterios responden a la fe de una determinada comunidad. Por mi parte, creo que los evangelios y los Hechos son composiciones mayormente literarias y por ende polémicas: olent lucernam ("huelen a candil"). Sus autores son expertos escritores, aunque su expresión griega deje que desear. Incluso Juan, cuyo griego es de lo más sencillo, tiene pasajes de exquisita literatura, como el relato de la curación del ciego de nacimiento que llena todo su capítulo 9.


Espero que los lectores caigan en la cuenta de la gran importancia de esta discusión metodológica y que ella les sirva para contemplar otras posibilidades, poco expuestas en España, y para formarse su propio criterio en la discusión de los diversos argumentos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero / José Montserrat.
www.antoniopinero.com
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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

“Herodes el Grande y el desarrollo del mesianismo”


El domingo:

"La crucifixión de Jesús" (y II)

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