Pedro en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La figura de Pedro en los Actus Vercellenses

Los HchPe (AV) empiezan sorprendentemente con tres capítulos, cuyo protagonista es Pablo. No pocos autores, entre ellos A. Harnack, sospechan que podría tratarse de unos relatos ajenos en principio a este apócrifo. Los sucesos tienen lugar en Roma, donde Pablo se encontraba porque, al ser acusado por los judíos ante el tribunal del procurador Festo, había apelado al César como ciudadano romano que era. En un juicio un tanto complicado para el procurador, Pablo zanjó la situación con las palabras solemnes: “Apelo al César”. Festo, fiel al espíritu de la justicia romana le contestó: “Al César has apelado; al César irás” (Hch 25,12).

Estos capítulos iniciales de los HchPe cuentan la angustia de la comunidad cristiana de Roma, alarmada por el proyecto de Pablo de marchar a España. Así se lo había recomendado una visión que Pablo reveló a los fieles para justificar su decisión (HchPe 1,2). El apócrifo coincide con los últimos datos de los Hechos de Lucas donde se dice que Pablo había permanecido dos años en una casa de alquiler con libertad para predicar la palabra del reino de Dios (Hch 28,30s). Pablo disponía de esa libertad gracias al apoyo de la conversa Cándida, esposa del también converso Cuarto, uno de los carceleros que custodiaban al apóstol. En consecuencia, Pablo gozaba de libertad de movimientos para ir a cualquier parte fuera de la ciudad.

Noticias del viaje de Pablo a España

Atento siempre a los indicios de la voluntad de Dios, el apóstol tuvo la mencionada visión que le recomendaba marchar a España “para ser el médico de los que allí estaban”. Los fieles se sentían desolados y le suplicaban que no estuviera fuera más de un año. Le rogaban que, cuando estuviera en España, no se olvidara de ellos ni los abandonara como a niños sin madre. Y como es habitual en estos Hechos, llegó otra voz del cielo que brindaba a los fieles garantías de un regreso futuro definitivo (HchPe 1,4s). En el elenco de tradiciones basadas en la literatura apócrifa, tiene una importancia especial la del viaje a España del apóstol Pablo. Ya lo anunciaba como proyecto en su carta a los fieles de Roma (Rom 16,24.28). Lo que en aquella carta era intención y deseo, los HchPe lo narran como programa cumplido. La contrariedad que aquel viaje suponía, tenía como contrapartida la voluntad expresa de Dios, manifestada a Pablo por la visión.

Pablo tuvo tiempo de consolar a los fieles con su palabra y sus cuidados. Y cuando llegó la hora de la partida, muchos cristianos bajaron hasta el puerto de Ostia para despedirle, tanto más cuanto que una tempestad hizo que se retrasara su partida varios días. El capítulo que sigue a la marcha de Pablo (HchPe 4) habla de la presencia de Simón Mago en Roma. Su magia provocaba la alarma y el desconcierto entre los cristianos, que se sentían como huérfanos ante la fama del Mago. Muchos creyeron en Simón y llegaban a preguntarse si no sería el Cristo, dado que él se proclamaba a sí mismo como “la gran potencia de Dios” (HchPe 4,2; Hch 8,10). El éxito inicial de Simón era tan espectacular que muchos le aclamaban diciendo: “Tú eres dios en Italia”. Provocaba, pues, entusiasmo en sus secuaces y escándalo entre los cristianos. Pocos habían permanecido fieles a las enseñanzas de Pablo.

Simón Mago y Pedro frente a frente

El texto señala con especial interés la ausencia de consuelo porque, además de Pablo, se habían marchado de Roma Timoteo y Bernabé. Era la forma de introducir y destacar la necesidad de la presencia de un pastor capaz de fortalecer a los vacilantes y hacer frente a los poderes mágicos de Simón. Otra visión hizo saber a Pedro de la situación de la comunidad de Roma y la urgencia de su presencia en la urbe. Pedro en persona comunicó a los cristianos la situación diciendo: “Es necesario que suba a Roma para luchar contra el adversario y enemigo del Señor y de nuestros hermanos” (HchPe 5,4). Simón había sido ya anteriormente expulsado de Judea por Pedro y se había refugiado en Roma. La visión unía de nuevo los nombres de ambos contendientes que a lo largo de la literatura darán forma a un enfrentamiento paradigmático.

Pedro bajó a Cesarea y embarcó en una nave que se disponía a zarpar hacia Italia. El piloto, de nombre Teón, recibió a Pedro con los mejores augurios. Su benevolencia creció cuando una voz del cielo, otra más, le hizo una ferviente recomendación a favor de Pedro. La consecuencia fue la instrucción de Teón y su conversión, tras la que recibió el bautismo y la eucaristía (HchPe 5,10-12). La travesía acabó en Putéoli, puerto situado en la zona septentrional de la bahía de Nápoles. Allí esperaba el cristiano Aristón, dueño de la posada donde acostumbraba a alojarse Teón. Aristón había recibido de una visión el aviso de que Pedro llegaría para despejar el oscuro ambiente que Simón había creado con sus artes mágicas. Pasaba el tiempo en la playa preguntando a todos si Pedro se encontraba entre los pasajeros que arribaban. Cuando el apóstol se presentó, hubo un entusiasmo común a Teón y a Aristón, quienes querían ofrecer a Pedro el descanso lógico tras el viaje. Señalaban los problemas que podría causar al viajero la clase de calzada de adoquines con sus vaivenes y traqueteos. Pero se impuso la razón de urgencia. La actividad frenética de Simón, los escándalos y daños que provocaba no permitían mayores demoras. Aristón y Teón acompañaron a Pedro hasta Roma y se dirigieron a la casa del presbítero Narciso, uno de los pocos cristianos que habían perseverado fieles a pesar de las numerosas defecciones causadas por la dialéctica de Simón (HchPe 6).

La presencia de Pedro significaba una ventajosa compensación frente al influjo maligno del Mago. El autor del apócrifo deja bien claro que “Pedro había venido por orden del Señor a causa de Simón para dejarlo convicto de seducción y persecución contra los buenos” (HchPe 7,1). En su primer discurso, rodeado de expectación y clamor, repasa Pedro los momentos fundamentales del kerigma cristiano para terminar con la clásica llamada a la conversión.
(Continuaremos)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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