Felipe y el incidente del Templo: la formación de los “recuerdos” sobre Jesús (109-G)

Hoy escribe Antonio Piñero

Esta postal es la segunda parte de ¿Se formó la tradición sin ninguna influencia de los acontecimientos pascuales?

Creo que hay, por lo menos, otros dos pasajes ilustrativos en el Nuevo Testamento que nos indican cómo la fe postpascual fue la que gobernó desde muy pronto –si es que se debe admitir que hubo un momento en los inicios en que pudo no ser así, pero fue muy breve- el recuerdo de los hechos y dichos de Jesús. Parece además natural que fuera así, puesto que al principio los fieles a Jesús estaban convencidos de que su venida definitiva a cumplir totalmente con al misión de mesías que le había atribuido el Padre, sería inmediata.

Para mí el mayor argumento de que esto pudo ser así es la venta masiva de bienes (véase en especial el capítulo 5 de los Hechos de los apóstoles) de los miembros de la comunidad y su dedicación plena a la oración y la espera, sin trabajar. Pienso que albergaban la esperanza de que con el dinero conseguido tendrían bastante para vivir hasta que llegara Jesús definitivamente.

El primer pasaje es de los Hechos de los apóstoles –el episodio de Felipe que bautiza al eunuco etíope, 8,26-40- que señala que la entrega a la misión fue una tarea muy temprana de los judeocristianos helenistas (pienso que los miembros de la iglesia madre de Jerusalén sólo misionaban a sus connacionales judíos y probablemente sólo a los que de algún modo residían en Jerusalén).

El texto me parece casi tan interesante como Lucas 24. Dice así:

“Un ángel del Señor habló a Felipe diciendo: “Levanta y ponte en camino hacia el sur por la carretera que baja de Jerusalén a Gaza, ésta está desierta”. 27 Y se levantó y puso en camino. Y he aquí un etíope eunuco ministro de Candaces, reina de los etíopes, el cual estaba al frente de todo el tesoro real, el cual fue a postrarse a Jerusalén, 28 y estaba de vuelta y sentado en su carro y leía al profeta Isaías. 29 Y le dijo el Espíritu a Felipe: “Acércate y sigue a ese carro”.

30 Y cuando se acercaba corriendo oyó Felipe que leía a Isaías el profeta y dijo: “¿Comprendes lo que lees?”. 31 Y él dijo: ¿Pues cómo podría si nadie me ilustra?”. E invitó a Felipe a que, subiendo se sentara con él. 32 Y el pasaje de la Escritura que leía era éste:

Fui conducido como oveja al sacrificio y como un cordero silencioso ante quien le esquila, de tal manera permanece cerrada mi boca. 33 En su humillación fue negada su justicia; ¿quién describirá su linaje? Porque su vida es arrebatada de la tierra (Is 53, 7 y s).

34 Como respuesta dijo el eunuco a Felipe: “Te lo ruego, ¿de quién habla el profeta aquí?”. 35 Y tras abrir la boca y comenzando por esta Escritura Felipe le dio la buena noticia de Jesús. 36 Y según iban camino abajo, llegaron a un sitio con agua, y dice el eunuco: “Mira, agua, ¿qué te impide bautizarme?”. 38 Y ordenó detener el carro y se metieron ambos en el agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. 39 Y cuando salieron del agua un espíritu del Señor se llevó a Felipe y el eunuco ya no lo vio más, y siguió su camino contento. 40 Felipe acabó en Azoto; y mientras marchaba dio la buena noticia a todas las ciudades hasta que llegó a Cesarea”.


Creo que la escena que pinta Lucas en los Hechos de los apóstoles es, como el capítulo 24 del Evangelio, una escena ideal, no histórica, como parece indicarlo la mención del ángel al inicio de la narración y un espíritu de Señor que arrebata a Felipe por los aires. Pero es muy claro el doble principio que el autor de los Hechos desea ilustrar.

Primero: las Escrituras han profetizado a Jesús, aunque de un modo críptico; La iglesia tiene la clave de la interpretación de las Escrituras.

Segundo: el entendimiento de lo que verdaderamente es Jesús sólo se logra después de la resurrección de éste y tal comprensión se logra a través de la interpretación de esas mismas Escrituras. El recuerdo de Jesús está íntimamente ligado a su interpretación.

Y es muy interesante también cómo los primeros cristianos logran comprender el para ellos misterioso sino de Jesús que debía acabar en una cruz, gracias a los poemas del siervo de Yahvé (¿una figura concreta? ¿La personificación del pueblo elegido, el israelita, como parecer ser que ocurre con la figura de un como “hijo de hombre” de Daniel 7,13: véase 7,22: “Hasta que llegó el tiempo en el que los santos [= el pueblo judío] se apoderaron del Reino = que el un como hijo de hombre en 7,14; véase también Dn 12,7: “la fuerza del pueblo de los santos”).

Otro pasaje importante a este respecto se halla en el Evangelio de Juan: 2,19-22:

Por su parte respondieron los judíos y le dijeron: “¿Qué señal nos muestras, que haces esto?”. 19 Respondió Jesús y les dijo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. 20 Le dijeron por su parte los judíos: “En cuarenta y seis años fue construido este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?”. 21 Pero aquél hablaba del templo de su cuerpo. 22 Sin embargo, cuando fue resucitado de los muertos, los discípulos recordaron que decía esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que dijo Jesús.


Obsérvese, en primer lugar, cómo el autor del Cuarto Evangelio alegoriza unas palabras de Jesús que el conoce como perteneciente a la tradición sinóptica de Jesús (“Pero aquél, [Jesús, no hablaba del Templo, sino que] hablaba del templo de su cuerpo). En ámbito de lo religioso, en el mundo antiguo sólo se alegorizaban textos que de algún modo se consideraban ya sagrados. Por medio de la alegoría se extraía el sentido oculto, pero pretendido por el autor divino del texto sagrado, latente en el texto… sólo descubrible por los iniciados.

Por tanto, de esta alegorización puede deducirse con toda justeza que tenemos ya un indicio, hacia el año 95 cuando se compone el Evangelio de Juan, de que las colecciones de dichos de Jesús estaban adquiriendo el marchamo de “sagradas”, canónicas, de gran valor, casi tanto como el de las Escrituras (la Biblia hebrea, el libro sagrado común de judíos y judeocristianos) ya reconocidas como palabra divina. Los inicios de la formación del canon cristiano de textos sagrados comienzan muy pronto... se ven nacer en este pasaje del Evangelio de Juan.

Segundo: el recuerdo de Jesús sólo adquiere pleno sentido cuando se interpreta a la luz de la Escritura, es decir de ese sentido especial que adquieren por don divino los judeocristianos una vez que han creído en la resurrección de Jesús y se les han abierto los ojos para ver en profundidad lo ocurrido con Jesús.

En conclusión, pienso que quizá sea más acorde con lo que ocurrió en verdad, la afirmación de que los recuerdos de Jesús estuvieron siempre gobernados por la creencia en su resurrección, y por la penetración espiritual que las Escrituras, bien entendidas, daban a cualquier acción o palabras de la vida de Jesús.

Evidentemente, podía recordarse la materialidad de esas acciones o palabras, pero no su sentido profundo. Y lo que nosotros tenemos a través de los Evangelios es no sólo su pura materialidad, sino "datos más interpretación".

De nuevo me reafirmo que la perspectiva de James G. Dunn debe ser completada. ¿Jesús recordado? Si, naturalmente. Pero en los Evangelios: “Jesús recordado y reinterpretado". La tradición oral sobre Jesús no nos es directamente accesible, sino deducible a través del análisis de textos escritos que ofrecen no sólo recuerdos, sino teología.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

“El mesías en los siglos que median hasta la época de Jesús”

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Saludos de nuevo.
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