Hacia el año 70 había sólo dos tipos de cristianismo. Sobre los “recuerdos” acerca de Jesús (III) (109-K)

Hoy escribe Antonio Piñero


Decíamos en la postal anterior que la cuestión siguiente en nuestro razonamiento podría ser preguntarse qué tipos de cristianismo podría haber en torno al año 70 y si podrían existir algunas tendencias dominantes que pudieran conformar la mentalidad de los autores a la hora de componer algo tan nuevo como una suerte de biografía de Jesús.

Es lógico suponer que los escritores evangélicos no fueran “cristianos-islas”, sino que su ideología teológica se enmarcara dentro de las comunidades cristianas que existían en su tiempo. O si fueron extraordinariamente originales, su pensamiento se enmarcaría como apartado de las demás tendencias y tendría que ser entendido y juzgado por contraste con las existentes. De cualquier modo, debemos tener en cuenta qué "cristianismo", o qué "cristianismos", había en el momento de la composición... en concreto del Evangelio de Marcos que es lo que nos interesa.

Pues bien, pienso que en ese tercio final del siglo I en el que se compuso el Evangelio de Marcos, unos cuantos años tras la muerte de Jesús, no había más que dos variantes esenciales de interpretación del Nazareno (no había dado tiempo a que se consolidaran más grupos importantes y que se plasmaran en obras escritas):

1. La que procedía del grupo de seguidores judíos, directos, de Jesús, nacidos en Judea o Galilea, de lengua aramea/hebrea, concentrados bien en esta última región o bien en la capital del país, Jerusalén.

2. La que procedía en origen del grupo de los “helenistas” que habían sido expulsados de Palestina, tras la muerte de Esteban, según cuentan los Hechos de los apóstoles 8.


• En el primer grupo llevaba la voz cantante, ideológica y “políticamente”, la denominada “iglesia madre de Jerusalén”, que estaba guiada por tres “columnas”: Pedro y Juan, dos apóstoles, primeros seguidores de Jesús, y Santiago, el hermano del Señor, no perteneciente al conjunto de los Doce. Había probablemente también un grupo galileo que aunque tuviera una cierta autonomía geográfica debía de tener una teología parecida a la del grupo radicado en la capital con ciertas variantes locales en el fondo no de gran importancia para lo que era la idea general sobre el Jesús que recordaban.

Es más que probable que esta iglesia madre jerusalemita enviara misioneros que predicaran su visión de Jesús a los judíos de la Diáspora: Alejandría y Roma sobre todo, ciudades con las que Jerusalén mantenía un notable contacto comercial.

• El segundo grupo estaba en torno al año 70 bien asentado en Siria, tanto en Antioquía del Orontes, como muy probablemente en Damasco. Se piensa que había también otro grupito en alguna zona de Samaría.

Los orígenes de los helenistas nos son conocidos por los Hechos de los apóstoles capítulos 6-7, de cuyo contenido se suelen fiar los críticos. Era el de los judíos de lengua materna no griega, por tanto “helenistas”, que residían también en Jerusalén aunque venidos de fuera porque era tradición que allí se manifestaría –pronto- el mesías.

Como narran los Hechos de los apóstoles de una manera indirecta, estos judíos tenían otra mentalidad, muy diversa a la de los autóctonos palestinos, y pronto manifestaron una teología (no sólo diferencias sociales, como argumenta el autor de los Hechos) –es decir, una interpretación de lo que había sido Jesús- diferente a la de los auténticos nativos, de lengua hebrea. La diversidad comienza a percibirse en el discurso de Esteban del capítulo 7 de los Hechos, aunque en los matices difieran ls posibilidades de interpretación.

Las diferencias de perspectivas teológicas en torno a la función de Jesús respecto a la ley de Moisés y al Templo llegó a ser tan grande, que la disensión se transformó en problema y llevó a la persecución. Los helenistas fueron expulsados de Jerusalén y se refugiaron, como dijimos, bien en Samaría –unos pocos-, bien en Siria, en su capital Antioquía del Orontes, la mayoría. Pablo se unió poco después a estos últimos.

Así pues, la interpretación de Jesús caminaba en este último tercio del siglo I prácticamente sólo por dos senderos: o bien una visión estrictamente judía, “palestina”, de Jesús, o bien una interpretación del personaje desde el punto de vista de la Diáspora, más griega, menos localista, más universalista.

A. El grupo primero, el jerusalemita, se mantuvo casi encerrado en sí mismo, salvo su posible proyección (es una hipótesis plausible tan solo) en Alejandría Y Roma) y tuvo mala suerte en la historia inmediata: como su masa principal estaba en la capital de Judea, Jerusalén, le tocó vivir los años de gran agitación política entre el 36 y el 66 d.C. que desembocaron en la primer Gran Revuelta judía contra Roma.

Les tocó vivir también el cruento y desastroso final de ese primer gran levantamiento contra Roma, que concluyó con la aniquilación de Jerusalén y su templo en el 70 d.C. El resultado fue:

· O bien el grupo pereció allí,
· O bien se trasladó antes de la catástrofe a terrenos más seguros allende el Jordán, según cuenta una antigua tradición.

Pero lo cierto es que desapareció casi por completo de la historia, dejando sólo como herencia pequeños grupos de judeocristianos de estirpe palestina.

B. Resultó así que el segundo grupo, el conjunto de los “helenistas”, se vio encumbrado por las circunstancias a ser el absolutamente mayoritario dentro de los seguidores de Jesús.

En primer lugar, ya un par de decenios antes del desastroso final de la Guerra, los helenistas eran superiores en número porque los judeocristianos de la iglesia madre de Jerusalén y de su entorno muy probablemente no hacían más proselitismo que entre los judíos de la capital y –de nuevo se supone con verosimilitud- entre los judíos de Roma, sobre todo. Sociológicamente había crecido mucho menos este grupo que el de los “helenistas”, que se habían extendido por más ciudades de Asia Menor sobre todo.

Y resultó además que a este segundo grupo, el “antioqueno/damasceno”, se había unido un potente genio religioso, Pablo de Tarso. Esta colectividad no estaba cerrada en sí misma como la jerusalemita, sino que mantenía una gran política de propaganda misionera entre los paganos, una vez que sentían que tenían muy poco éxito entre la mayoría de los judíos. No entramos ahora a discutir las razones de tal proselitismo: lo cierto es que existía y muy fuerte. No así en el grupo "estrictamente judío palestino".

Así que muy pronto la segunda comunidad se vio con más gente en su seno y de mayor peso social que el primer grupo de seguidores más cercanos del Nazareno, los “jerusalemitas”.

Por tanto, no es exagerado afirmar que el grupo mayoritario del pensamiento cristiano incipiente era de teología que podríamos denominar antioquena y, poco más tarde, “paulina”.


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

Incios del mesianismo en el Antiguo Testamento (y IV)”
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