El apóstol Pedro en la Literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pedro en los Actus Vercellenses (V)

El martirio de Pedro

El martirio de Pedro se ha conservado en su lengua griega original. El uso litúrgico de los martirios es la razón de que se haya conservado en su forma más antigua y auténtica. Estos capítulos exponen las razones que llevaron a Pedro a la muerte. Las cuatro concubinas del prefecto Agripa escucharon la predicación de Pedro sobre la castidad y decidieron alejarse del lecho del prefecto. Tras cuidadosas investigaciones, conoció Agripa al responsable del cambio en las mujeres a las que tanto amaba. El prefecto anunció a sus concubinas que si persistían en su actitud las haría perecer y quemaría vivo a Pedro (HchPe 35,4). La situación se complicó aún más cuando la esposa de Albino, gran amigo del César, siguió la actitud de las concubinas del prefecto. Ambos personajes, frustrados por la conducta de sus mujeres, tomaron la determinación de acabar con el culpable.

La esposa de Albino, de nombre Jantipa, tuvo conocimiento de lo que tramaban de común acuerdo su esposo y el prefecto. Dio aviso a Pedro del peligro y le recomendó que se ausentara de Roma. Otros cristianos, con Marcelo al frente, pensaban también que Pedro debía salvar su vida con la huida porque todavía podía servir al Señor. Convencido con los argumentos esgrimidos por los hermanos, Pedro “se dispuso a marchar solo”. Cuando salía por las puertas de la ciudad, se encontró con el Señor que caminaba hacia Roma. “¿Cómo por aquí?”, le dijo Pedro. “Voy a Roma para ser crucificado”, respondió Jesús. Pedro insistió: “¿Para ser crucificado otra vez?”. Jesús dijo: “Sí, para ser crucificado de nuevo”. Pedro comprendió el significado del encuentro y de la conversación y regresó gozoso a la ciudad.

Es la conocida escena que ha pasado a la tradición con el epígrafe del Quo vadis? (“¿A dónde vas?”). La fórmula que define la pregunta de Pedro ha quedado cristalizada en la expresión latina, tomada del Martirio del bienaventurado apóstol Pedro, escrito por el obispo Lino (s. IV), que traduce así la expresión griega Poû hōde(¿”Cómo por aquí”?). En la Vía Apia, a unos ochocientos metros de la Puerta de San Sebastián, se levanta una iglesia dedicada al recuerdo del encuentro de Jesús con Pedro. Una piedra, copia de la original que se conserva en las catacumbas de San Sebastián, conserva las presuntas huellas marcadas por los pies del Salvador. Es un caso más del influjo de la literatura apócrifa en las tradiciones conservadas por la piedad de los cristianos.

El apócrifo sigue narrando las consecuencias del retorno de Pedro a la ciudad de Roma. Como todos barruntaban y temían, Agripa lo hizo detener y lo condenó a morir crucificado bajo la acusación de ateísmo. Era la acusación bastante común contra los cristianos, ya que su monoteísmo representaba el rechazo de los dioses del panteón romano. Cf. Atenágoras, Legación 3-30. Según el texto del relato, Pedro dirigió a la cruz un encendido saludo con ciertos resabios docetas. La cruz no era lo que parece, como la pasión de Cristo era “algo distinto de lo que se muestra al exterior” (HchPe 37,2). Pide luego a los verdugos que lo crucifiquen cabeza abajo, pero sin añadir la razón del gesto, que para el autor de la obra del Pseudo Lino era que Pedro no se consideraba digno de morir en la misma postura que su maestro. Pero lo que sí hace Pedro en estos Hechos es teologizar sobre tal postura.

Puesto ya en la cruz tal como había solicitado, dirigió a los presentes un último discurso en el que aclaraba el misterio de toda la naturaleza, tal como la inauguró el primer hombre. Como entonces Adán, ahora Pedro interpretaba la disposición de las cosas. Pues así hacían ambos que la derecha fuera izquierda y viceversa. Y recordaba las palabras del Señor cuando dijo: “Si no consideráis lo diestro como siniestro, y lo siniestro como diestro, lo de arriba como de abajo y lo de detrás como de delante, no reconoceréis el reino” (HchPe 38,3). El madero vertical es la palabra, el travesaño es su eco, el clavo que sujeta ambos maderos es la conversión.

Tras éstas y otras consideraciones terminó Pedro su discurso con una doxología rematada con un solemne “amén”, que pronunció al unísono la multitud presente. “A su eco, entregó Pedro su espíritu al Señor” (HchPe 40,1). El piadoso Marcelo, al ver que Pedro había expirado, bajó su cuerpo de la cruz, lo lavó con leche y vino, lo embalsamó y lo depositó en su tumba. Pedro se apareció en visión a Marcelo para echarle en cara los dispendios gastados en la sepultura. Ello sirvió para que Marcelo quedara fortificado y robustecido en la fe de Cristo hasta la llegada de Pablo a Roma procedente de España. El término utilizado por el apócrifo es Spania o Spaniam, cuya versión obvia y legítima es España sin complejos ni anacronismos. Al autor del texto latino, probablemente del siglo III, no le parecería correcto ocultar la mención de España detrás del vergonzante “este país” o similares.

Nerón se disgustó con el prefecto Agripa porque había hecho morir a Pedro sin haberle atormentado suficientemente, por lo que ambos estuvieron largo tiempo sin dirigirse la palabra. Nerón tenía la intención de acabar con los cristianos, pero una visión le disuadió y le ordenó apartar sus manos de ellos. Nerón cumplió la orden que le llegaba del cielo por la época en que Pedro había abandonado esta vida. Una solemne doxología trinitaria termina el texto de los primitivos Hechos Apócrifos del apóstol Pedro: “Por lo demás, los hermanos vivían unánimes, con alegría y gozo en el Señor, alabando a Dios y Salvador, nuestro Señor Jesucristo, con el Espíritu Santo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (HchPe 41,3). El manuscrito latino añade unos versos que dicen: “Así termina la epístola de San Pedro con Simón Mago. Como es el puerto para el navegante, así es para el copista la última línea”.
(Foto del interior del templete de San Pedro In Montorio)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Volver arriba