Pedro en la literatura apócrifa


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pedro en el apócrifo del Pseudo Lino

Una de las primeras relaciones literarias sobre la persona del considerado como príncipe de los apóstoles es la Pasión o Martirio de Pedro, que ha pasado a la historia bajo la presunta paternidad del papa Lino. En ella reaparecen datos conocidos por otras fuentes y detalles que confirman la personalidad y el carácter de un apóstol bien conocido por los libros canónicos. No obstante, nuevos datos ayudan a que conozcamos mejor lo que la tradición reconoce como perfiles de su ministerio.

En los mismos umbrales de la obra refiere el autor sobre la predicación de Pedro, que giraba alrededor de dos bases, la caridad y la castidad. Una combinación que resultaba especialmente atractiva en los ambientes femeninos. El texto certifica que “muchas mujeres de diversa edad, poder y nobleza” quedaban convencidas de las ventajas de la predicación sobre la castidad, que adoptaban como forma de vida.

La nueva actitud revestía particular importancia y mayor riesgo cuando llegaba a las personas de las altas esferas. Es lo que ocurrió en el caso de Pedro, cuando las cuatro concubinas del prefecto Agripa adoptaron la decisión de vivir castamente y separarse del lecho de su amante, que por cierto estaba “preso de un vehementísimo arrebato de amor” por ellas. Agripa, hombre poderoso, no estaba dispuesto a dejarse vencer por sus concubinas. Sus investigaciones lo llevaron a conocer la causa de tal actitud y a descubrir al responsable. Su indignación prometía la venganza más cruel, que no era menos que quemar vivas a las culpables y aplicar los mayores castigos al causante de la situación.

Un nuevo suceso vino a agravar el problema. La esposa de Albino, muy amigo del César (Caesaris amicissimi) de nombre Jantipa, escuchó la predicación de Pedro y se convirtió a su causa junto con otras muchas matronas nobilísimas. Agripa y Albino formaron una alianza contra Pedro y sus devotas. Ambos emplearon amenazas mezcladas con halagos y zalamerías para recuperar a sus mujeres. Y ante la imposibilidad de convencerlas, tomaron la decisión de acabar con Pedro. Fue Jantipa la que se enteró de los planes de Albino y Agripa, por lo que avisó a los hermanos del peligro y recomendó al apóstol que se ausentara de Roma para no dejar huérfana a la comunidad de los fieles. La moción había llegado al Senado, donde algunos senadores denunciaron la situación que se estaba creando por obra de Pedro. Pero no faltaron otros senadores conversos que confirmaron los temores de Jantipa. Surgió, pues, un apasionado debate entre los cristianos sobre la conveniencia de que Pedro saliera de la ciudad.

La mayoría de los fieles opinaba que Pedro debía marchar. Era lo que le pedían hombres como Marcelo, los jóvenes y las matronas. Los mismos Proceso y Martiniano, carceleros que fueran de Pedro en la cárcel Mamertina, en la que habían sido bautizados en una fuente que el apóstol hizo brotar de las rocas, abundaban en la tesis de la liberación por la huida. Remataron la dialéctica las viudas, huérfanos y ancianos. Incapaz, pues, de soportar tantas súplicas y tantas lágrimas, Pedro tomó la decisión de marchar de la ciudad.

Fue entonces cuando se produjo el encuentro descrito en el episodio del Quo vadis? Cuando salía Pedro por las puertas de la ciudad, se encontró con Jesús que caminaba en sentido contrario. “Pedro se postró ante él y le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?» (Quo uadis?) Cristo le respondió: «Voy a Roma para ser de nuevo crucificado». Pedro le dijo: «Señor, ¿otra vez vas a ser crucificado?» El Señor le contestó: «Sí, otra vez voy a ser crucificado». Pero Pedro le dijo: «Señor, me volveré y te seguiré». Después de estas palabras, el Señor subió al cielo. Pedro le siguió un tiempo con la mirada y con dulcísimas lágrimas”.

Y sucedió lo que todos sospechaban y algunos temían. Agripa hizo detener a Pedro y llevarlo maniatado a su presencia. Después de lo que podríamos calificar de juicio sumarísimo, Pedro fue condenado por Agripa a ser crucificado. Lo mismo que en el caso de la condena de Tecla en los HchPl, también hubo voces de protesta por el juicio que condenaba a Pedro. Unas protestas que se resumían en una sentencia paralela inapelable: “No es lícito condenar a un inocente” (PPsL 9,1). Era la voz del pueblo. Pedro era inocente de los cargos de que le acusaban. En consecuencia el juicio que lo condenaba era injusto.

Pedro fue conducido para su ejecución al lugar denominado de la Naumaquia (“Combate naval”) junto al obelisco de Nerón en el monte. Los datos eran muy concretos para quien conocía la ciudad de Roma. Otros apócrifos hablarán del Vaticano. Ante la actitud amenazante de la multitud y el peligro de sedición, Pedro trató de tranquilizar al pueblo considerando su situación como fruto de la providencia, que lo guiaba hacia su destino.

Cuando estuvo delante de la cruz, pronunció Pedro un ferviente saludo, en el que recordaba que la cruz era principio de paz y de liberación, las que el Salvador del mundo trajo a la tierra con su pasión. Ahora Pedro suplicaba a los verdugos que lo crucificaran cabeza abajo por dos razones: primero porque no era digno de sufrir la muerte de la misma manera que su maestro y Señor; luego, porque así contemplaría mejor el misterio de la cruz y podría ser escuchado mejor cuando dijera sus últimas enseñanzas. Los asistentes vieron cómo unos ángeles bajaban del cielo con coronas y entregaban a Pedro un libro en el que estaban escritas las palabras que decía.

Puesto ya en la cruz, hizo Pedro una exégesis de su postura, similar a la del primer hombre y a la del nacimiento de los seres humanos. Se realizaba así una nueva disposición de la naturaleza y se cumplían las palabras misteriosas que el mismo Señor había pronunciado: “Si no hacéis la derecha como izquierda, lo de arriba como de abajo, lo de delante como de atrás, no conoceréis el reino de Dios” (PPsL 14,2). Explicaba, además, el misterio de la cruz. El madero vertical significaba el Verbo; las partes laterales representan la naturaleza humana, que fue la que sufrió la transformación en el primer hombre. Hizo luego una larga y repetitiva acción de gracias, a la que siguió una doxología, cuyo amén fue la señal que manifestó que Pedro entregaba su alma a Dios.

Marcelo, el fiel cristiano, de la solidaridad generosa, bajó el cuerpo de la cruz, lo lavó con leche y vino, lo ungió y lo depositó en un sarcófago que había llenado con miel del Ática. Pero sus cuidados merecieron un reproche de parte de Pedro, que le recordaba las palabras de Jesús: "Deja que los muertos se preocupen de sus muertos" (Mt 8,22 par.). La lección de Pedro era que debía considerar que Pedro era un vivo, al que Marcelo debía honrar como se honra a los vivos. Lección que Marcelo, lleno de gozo, comunicó a sus hermanos.

La obra del Pseudo Lino termina con una alusión a la reacción de Nerón, disgustado porque Agripa había dado muerte a Pedro sin haberlo hecho sufrir como él pretendía por haberle privado de su gran amigo Simón Mago. Una visión, en la que el emperador era azotado por una orden de Pedro, hizo que Nerón se abstuviera de su afán de perseguir a los cristianos, a los que pretendía borrar de la faz de la tierra.
(Cuadro de Caravaggio: Crucifixión de Pedro)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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