Crítica a la crítica. La obra “El Hijo de Dios” de Martin Hengel (II) (109-17)

Hoy escribe Antonio Piñero


Tema: “No era necesario para el cristianismo copiar ideas de la religiosidad pagana: las tenía todas en el judaísmo. Sólo era necesario sacar algunas consecuencias de ideas poco explicitadas”. Criticamos esta idea fundamental que gobierna la obra de Martin Hengel, El Hijo de Dios. Aunque no reciente, es la mejor obra sobre este tema, y la que se plantea los problemas con más claridad e intentar dar a ellos una respuesta. Hacemos, pues, algunas observaciones a su argumentación.

Quinta crítica: Una comparación global y aséptica del concepto de salvación/cristología de Pablo con las ideas fundamentales del Antiguo Testamento y del judaísmo helenístico impide aceptar, por muy buena voluntad que se ponga, la tesis subyacente a la argumentación de M. Hengel, A. D. Nock y similares. Nos parece correcta la contraria: es imposible reducir o derivar de la religiosidad veterotestamentaria el núcleo de la religión paulina que hemos expuesto más arriba.

En la religión del Antiguo Testamento, o en el judaísmo helenístico son imposibles de documentar los puntos de vista radicalmente pesimistas de Pablo sobre la condición moral humana antes del advenimiento de Jesús, y mucho menos pueden aducirse textos para probar el descenso y envío de un hijo físico de Dios, la muerte vicaria de éste y la expiación universal de todos los pecados por el sacrificio del redentor, junto con sus consecuencias de inmortalidad para el creyente.

Por el contrario, puede afirmarse con notable seguridad que, a pesar de las múltiples diferencias perceptibles, el paralelismo entre esta concepción paulina de la salvación y la de los cultos mistéricos es más que evidente. Recordemos la postal en la que comentábamos el punto de vista de José Montserrat, a saber, que la presentación de Jesús como salvador individual que opera a través de su propio sufrimiento y de su propia muerte es un elemento que, genéricamente, tiene obvios paralelos en la religiosidad pagana contemporánea, y que puede hablarse -a pesar de la especificidad de cada culto mistérico- de una misteriosofía genérica que extiende su influencia más allá del ámbito de los cultos particulares, siendo discernible en la literatura y aun en el lenguaje corriente.

Para mi entender la conclusión es difícilmente rebatible, y es bastante modesta: “No hace falta más para situar al cristianismo en la historia de las religiones, por su lenguaje específico” puesto que esta adscripción –y es lo que nos interesa desde el punto de vista de la filología y la historia- hace imposible una derivación de esta idea paulina –núcleo de la teología cristiana- del judaísmo.

Sexta crítica:

No cabe duda de que las concepciones en torno a la Sabiduría divina personificada, a la Palabra de Dios hipostasiada (Logos), que sirve de intermediaria en el proceso de la creación, o las especulaciones en torno a la Ley casi como una figura humana que se halla a la vera de Dios desde, o antes, de la creación, ayudaron muchísimo a la generación de la teología judeocristiana, es decir a la aceptación, por parte de los primeros judíos helenísticos pasados a la secta de los nazarenos, de ideas similares que se aplicaron a Cristo, a quien consideraron el colmo de la Sabiduría y suprema Ley.

Debe sostenerse, pues, que tales especulaciones sirvieron de ayuda para conformar y expresar cuál era el pensamiento de esos judeocristianos sobre la esencia y la misión de Jesús. Utilizaron un utillaje intelectual ya formado en el judaísmo helenístico. Ahora bien, tampoco propio, sino conformado sin duda gracias a un impulso claro del platonismo medio popularizado (Esta es, por otra parte, la conclusión general de otra obra, anterior, de Martin Hengel, Judentum und Hellenismus, “Judaísmo y Helenismo; no traducida al español, pero hay versión inglesa de la editorial Fortress, Filadelfia, 1974). Esta obra ha tenido un impacto unversal.

Negar esta influencia supondría cercenar una vía de explicación del surgimiento de la primera teología cristiana que supo sacar de esas concepciones buen partido. Pero buscar en el judaísmo que un ser humano sea considerado “físicamente” (“ónticamente”) igual a Dios resulta inútil. Hay aquí un paso que los judíos nunca dieron ni pudieron dar porque sus nociones más íntimas se lo impedían. Para darlo, hay que venir de otras “regiones” mentales que no sean el judaísmo.

Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia” (en la revista electrónica “Tendencias21”, el tema de hoy es:

“El renacimiento del mesías davídico, guerrero-político en la época de Jesús”
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Magíster de "Ciencias de las Religiones" Universidad PABLO DE OLAVIDE, Sevilla (Véase postal de 26-06-2009)
Para obtener más información:

http://www.upo.es/historia_antigua/master_religiones/index.jsp

Saludos de nuevo.
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