Simón Pedro en la literatura apócrifa

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Carta de Pedro a Felipe

Entre los manuscritos de Nag Hammadi aparece una “Carta de Pedro enviada a Felipe” según reza el comienzo del documento. Compuesta según los críticos en el espacio cronológico de los siglos III/IV, es un testimonio muy significativo de los criterios de una iglesia con claras novedades frente a la iglesia romana. Pedro es la fuente original de una predicación encaminada a luchar contra los arcontes o ángeles del Demiurgo. La carta no responde, sin embargo, a los criterios literarios del género epistolar con excepción de las líneas iniciales: “Pedro, el apóstol de Jesús, el Cristo, a Felipe, nuestro amado hermano y nuestro compañero en el apostolado y a los hermanos que están contigo, salud” (p. 132). Antonio Piñero, traductor del documento en su edición de Todos los evangelios (p. 516-520), sitúa el documento en el mismo contexto que el cuarto evangelio canónico y su talante “erotemático” de preguntas de los discípulos y respuestas del Maestro.

Pedro es a lo largo del escrito el verbo señero del grupo apostólico. Su carta hace regresar a un Felipe distante a la congregación común de los apóstoles y a la misión que Jesús les había encomendado. Felipe “se fue hacia Pedro con alegría y gozo” (p. 133). Y bajo la dirección de Pedro se reunieron todos en el monte de los Olivos “donde acostumbraban a reunirse con Cristo, el bienaventurado, cuando estaba en el cuerpo”.

En el documento es dominante el tema de la luz. Cuando estaban en el monte de los Olivos, los apóstoles invocaban al Padre con el apelativo de “Padre de la luz” (p. 133). Cristo había sido el iluminador y como tal lo invocan los apóstoles en su plegaria diciendo: “Tú que estás en la luz” (134). “Apareció entonces una gran luz, de modo que la montaña se iluminó con la visión del que apareció”. El texto del apócrifo comenta que “una voz vino a nosotros desde la luz”, experiencia que impresionó a los apóstoles de manera que seguían hablando de la luz cuando ya subían a la ciudad de Jerusalén. Además, la voz les había asegurado que ellos habían de convertirse también en iluminadores de profesión (p. 137).

Siguen unas consultas a Jesús a las que responde con ideas tanto gnósticas como cristianas ortodoxas. Abunda en toda la obra el comentado concepto de luz y la presencia visible de la luz. El Padre es Padre de la luz, Jesús el Cristo es el iluminador y reside en la Luz (p. 133s), los apóstoles han de despojarse de lo corruptible para convertirse en iluminadores. Luego, mientras Jesús era llevado al cielo, se produjeron rayos y truenos. En el contexto de una iluminación celestial, los discípulos subían a la ciudad, mientras seguían hablando de la luz que se les había mostrado.

Era también desde la luz de donde llegó la voz, tema igualmente reiterativo, una voz que adoctrinó a los apóstoles. La voz venía de la visión. Pedro se hacía eco y la interpretaba desde perspectivas docetas. Porque Jesús era ajeno a todo sufrimiento. Pedro reunió a los demás discípulos, en cuyo nombre dirigió esta oración: “Señor nuestro Jesucristo, autor de nuestro descanso (anápausis), danos el espíritu de conocimiento (gnōsis)”. Entonces Pedro y los demás quedaron llenos del Espíritu Santo. Por su parte, Jesús se les volvió a aparecer para augurarles la paz y prometerles la garantía de su presencia para las funciones de su ministerio. “Que la alegría, la gracia y el poder estén con vosotros”, les auguraba el Salvador.

Pedro y los demás apóstoles quedaron llenos del espíritu de conocimiento y marcharon por todo el mundo para predicar la buena nueva “con cuatro mensajes”, es decir, con mensajes para los cuatro puntos cardinales.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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