¿De dónde obtiene Marcos la imagen de Jesús que presenta en su relato de la Pasión? (109-34)

Hoy escribe Antonio Piñero


Decíamos en la postal anterior que no nos parece probable que el primer evangelista, y los que le siguen, Mateo y Lucas sobre todo, presenten a una luz objetiva los motivos de la muerte de Jesús, sino que los interpretan a conveniencia de su imagen (teología) previa sobre su Maestro.

Parece lógico también preguntarse ahora: ¿de dónde procede esa imagen previa de Jesús que tienen Marcos y los evangelistas siguientes que en él se inspiran?

Como Marcos escribe en torno al año 70, y si volvemos la vista a los años anteriores no nos queda más que una fuente a nuestra disposición: los escritos del apóstol Pablo, que se compusieron en los años 51-58 de nuestra era. No nos vale la “Fuente Q” porque, por hipótesis, no era conocida por Marcos (se reconstruye a base de los acuerdos casi literales de Lucas y Mateo en pasajes que no se hallan en el Evangelio de Marcos).

Ahora bien, pronto nos encontramos con la dificultad de que en los escritos genuinos del Apóstol apenas hay menciones directas al Jesús de la historia. Pablo habla constantemente –directa e indirectamente- de la muerte de Jesús en la cruz, pero lo que dice se refiere bien poco a las circunstancias históricas del Israel del siglo I. He aquí lo que es quizá la referencia más detallada (1 Tesalonicenses 2,14-15):

“14 Porque vosotros, hermanos, habéis seguido el ejemplo de las Iglesias de Dios que están en Judea, en Cristo Jesús, pues también vosotros habéis sufrido de vuestros compatriotas las mismas cosas que ellos de parte de los judíos; 15 éstos son los que dieron muerte al Señor y a los profetas y los que nos han perseguido a nosotros; no agradan a Dios y son enemigos de todos los hombres”


En este pasaje se ve que Pablo no tiene más que críticas contra las autoridades judías. Ni una sola palabra sobre la función y la posible culpabilidad, aunque fuera sólo por dejación, del gobernador romano.

En otro pasaje la culpa de la muerte de Jesús es de las potencias malvadas que reinan sobre este mundo. El texto es el siguiente:

“6 Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina; 7 sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, 8 desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria” (1 Cor 2,6-8).


Hay dos posibles interpretaciones de este pasaje:

1. Hace referencia a las autoridades romanas y judías, que fueron los responsables de la crucifixión de Jesús. Pero caígase en la cuenta de que Pablo se abstiene nuevamentge de nombrar expresamente al poder romano.

2. Se refiere a las potencias angélicas, que según el pensamiento de la época entre los judíos ilustrados, y entre los paganos (entonces en vez de “ángeles” se pensaba en “démones”, o dioses intermedios entre la divinidad suprema y los hombres. Estos démones eran para algunos los dioses del Panteón grecorromano, inferiores a la divinidad única y superior).

Aun sin ser seguro, lo más probable es que Pablo se refiera a la segunda opción ya que su punto de vista sobre la crucifixión de Jesús tiene poco que ver con la historia, y mucho con la teología. Desde luego así parece entenderlo un discípulo suyo, el desconocido autor de la Epístola a los colosenses:

“14 Canceló (Jesús) la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. 15 Y, una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal” (Col 2,14-15)


Pablo considera a Jesús la persona humana en la que se ha encarnado un ser divino, el “Señor de la gloria” (1 Cor 2,8), el Señor absoluto = Dios (Filipenses 2,11). Según la doctrina paulina, la encarnación y la crucifixión no son más que una parte, importantísima, de un plan divino para liberar al ser humano de la esclavitud del pecado, es decir, de la sujeción a los poderes demoníacos.

Es también evidente que la personalidad de Pablo y su teología es la que contribuyó decisivamente a la implantación de esta manera de concebir a Jesús, de modo que su teología comenzó de inmediato a hacer sentir su influjo sobre el pensamiento del cristianismo que vino después de él.

Pablo era tan consciente de que su doctrina sobre Jesús no era la normal entre los judeocristianos, que a propósito de sus diferencias con Pedro afirma que

“Dios tuvo a bien… revelarme a su Hijo a fin de que lo predicara a los gentiles” (Gál 1,15),

de modo que hay dos evangelios: uno el que se predica a los judíos, circuncisos, y otro el que se predica a los gentiles, los incircuncisos (Gál 2,7).

Si Pablo no hubiera tenido clara conciencia de que su interpretación de la figura y misión de Jesús era muy diferente de la del judeocristianismo, jamás hubiera hablado de dos evangelios y no mostrado el interés que mostró en que lo que él llamaba las “columnas” de la fe (Gál 2,9: los apóstoles Cefas y Juan y Santiago, el hermano del Señor) aprobaran el contenido esencial de “su evangelio”, que era naturalmente diferente. Desde luego los judeocristianos de Jerusalén no reconocían más que “un” evangelio, el suyo, y veían con muy malos ojos la rara interpretación paulina de Jesús.

Esta concepción de Pablo sobre la crucifixión de Jesús es intemporal, no ligada a la historia, más bien esotérica –una sabiduría superior que sólo los perfectos pueden conocer (1 Cor 2,6, citado más arriba)- y al parecer no judía.

Pablo, que es sin duda un “mesianista” en el sentido de que espera el reino de Dios, entendido como el fin del mundo presente: 1 Tes 4, y la llegada al paraíso de los fieles a Jesús, ni nombra expresamente el Reino de Dios apenas, ni emplea apenas el nombre de “Cristo” (= ungido y mesías) en un sentido histórico, sino casi como un nombre propio.

Ahora apliquemos esta idea a la comprensión del Evangelio de Marcos: todo va apuntando a que la concepción tan poco judía de la persona y misión de Jesús que se transparenta en el relato de la pasión de este Evangelio -Jesús, apolítico, como hijo de Dios incomprendido por los judíos, y que éstos llevan a la muerte por considerarlo un blasfemo- puede ser un reflejo del pensamiento paulino quien tiene una idea de la figura y misión de Jesús absolutamente ahistórica.

Es más: todo apunta también hacia la confirmación de las ideas arriba expuestas:

· Si Pablo distingue su “evangelio” (su concepción de Jesús y la predicación correspondiente) del evangelio de los circuncisos –el de la comunidad judeocristiana de Jerusalén- es porque este evangelio no sólo es diferente, como dijimos, sino que es anterior al suyo,

· Y porque el suyo representa una novedad respecto al jerusalemita, una novedad que él, Pablo, desea que sea convalidada.

Pero esa convalidación no llegó nunca totalmente y en la práctica, a pesar de los posibles resultados (discutibles, porque tenemos dos versiones distintas: Hechos y el propio Pablo) del llamado Concilio de Jerusalén.

Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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• En el otro blog, “Cristianismo e Historia” (en la revista electrónica “Tendencias21”, el tema de hoy es:

“La fundación de la comunidad paulina de Corinto (II)”
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