21 preguntas abiertas a 3 exegetas católicos (II) y Addendum

Hoy escribe Fernando Bermejo

[Sigue aquí mi Carta Abierta a R. Aguirre, C. Bernabé y C. Gil].
Volvamos por un momento a la descalificación a priori que –vosotros sí– realizáis de mí al afirmar, sin pruebas, que yo hago descalificaciones a priori. Pues bien: antes de publicar mis dos artículos mencionados, y tal y como hice constar en sendas notas a pie de página (2005, p. 350, nota 1; 2006, p. 54, nota 1, que supongo habréis leído), sometí sus contenidos a la revisión crítica de numerosos colegas y amigos. Entre ellos había varios exegetas y teólogos católicos de este país (a los cuales, dicho sea de paso, conocéis bien); por ejemplo, seis de los cuatro nombres que cito en mi primer artículo son de exegetas o teólogos creyentes. Hice esto porque, no habiendo caído todavía en lo que Hegel llamó “el delirio de la presunción”, soy consciente de mis precomprensiones. En ambos casos recibí observaciones críticas de algunos de ellos, que tuve en cuenta en la redacción final de mis artículos.

13ª pregunta: El procedimiento consistente en someter lo que uno va a publicar al juicio de otros, y en especial al de quienes están ideológicamente muy lejos (y aun en los antípodas) de uno, ¿puede ser considerado razonablemente un indicio de apriorismo, o más bien de respeto, de prudencia y de amor por la verdad? Y yo ¿sometería al juicio de estudiosos creyentes mis escritos, si considerara que su carácter de tales les “descalifica totalmente”…?

14ª pregunta: Cuando vosotros habéis escrito vuestros artículos y libros sobre Jesús ¿los habéis sometido regularmente, antes de su publicación, al juicio de estudiosos no confesionales?

15ª pregunta: ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué cuando en este país se han organizado conferencias o discusiones sobre la figura histórica de Jesús o los orígenes del cristianismo que se han caracterizado por una verdadera pluralidad ideológica (participación de católicos, protestantes, judíos, agnósticos, ateos…) ha sido un estudioso no creyente (A. Piñero) quien las ha organizado, mientras que en los coloquios y publicaciones organizados por creyentes e instituciones eclesiásticas sobre estos temas los no creyentes brillan por su ausencia? Si os lo habéis preguntado, ¿qué interpretación dais a este fenómeno?

En la p. 244 os referís a mis afirmaciones diciendo: “Nos parecen inaceptables…”. Estupendo. Con la misma desenvoltura yo podría responder: “Y a mí me parece inaceptable que a vosotros os parezca inaceptable”. Y así, ad infinitum. Está claro que lo que a uno le “parezca” es algo simplemente subjetivo, mientras no se detallen argumentos. Sin embargo, la única “razón” de vuestro parecer es lo que escribís a renglón seguido: “Nadie está libre de presupuestos y condicionamientos cuando aborda el estudio histórico de Jesús”.

Ahora bien, hay que decir que esto no es un argumento válido, sino un mero pretexto (aunque será, cabe temer, el que se seguirá escuchando hasta el Día del Juicio), y ello por las siguientes razones:

1ª) porque es una falacia, a saber, la del tu quoque o “tú también” (como, dicho sea de paso, yo mismo denuncio con claridad en mi artículo de 2006, p. 111), y una falacia es un pseudo-argumento.

2ª) porque yo –como argumenté anteriormente– ni creo que ser creyente descalifique necesaria y fatalmente a alguien para emprender investigación histórica, ni jamás he abrigado la pretensión de que la ausencia de confesionalidad sea garantía de nada. Os recuerdo lo que escribí en la nota 203 de la p. 107 de mi artículo de 2006: “Los análisis efectuados no implican, obviamente, que la independencia con respecto a una posición de fe sea eo ipso garantía de imparcialidad, en especial allí donde a priori se adopta una postura hostil frente al cristianismo, como es el caso de…”. Se puede decir más alto, pero no más claro. Pero da igual: seguirá habiendo gente dentro y fuera de este blog que seguirán achacándome calumniosamente estupideces que jamás he mantenido.

3) porque vuestra frase es una trivialidad que, de nuevo, no dice toda la verdad: por supuesto que nadie está libre de presupuestos y condicionamientos –eso es capaz de captarlo incluso una mente tan limitada como la mía–, pero (como ya expuse detalladamente en su momento en este blog):

a) no todos los prejuicios son iguales: las precomprensiones con las que se manejan los sujetos no son equivalentes en intensidad ni en el grado de adhesión que suscitan.

b) Los prejuicios pueden condicionar o determinar una aproximación, pero b.1) el condicionamiento puede no ser significativo en lo que respecta a los resultados obtenidos; y b.2) una cosa es que los prejuicios condicionen los resultados, y otra cosa distinta es que los determinen. Si los prejuicios ni determinan ni condicionan de manera significativa un análisis, el hecho de tenerlos no constituye un baldón ni una especial deficiencia, y por tanto la frase "todos tenemos prejuicios" pierde del todo su capacidad de convicción. Dicho de otro modo: el hecho de tener prejuicios no iguala necesariamente de la misma manera a todas las perspectivas ni a todos los sujetos.

16ª pregunta: ¿Os parece intelectualmente serio responder a las afirmaciones contenidas en mis artículos con lo que –como acabo de argumentar– no es más, en el mejor de los casos, que una perogrullada, y, en el peor, una falaz escapatoria apologética?

17ª pregunta: ¿Podríais, por favor, señalarme no sólo cuáles son exactamente mis prejuicios, sino, sobre todo, cómo tales prejuicios afectan a los corolarios que extraigo en las pp. 64-70 –y más específicamente aún en las pp. 68-70– de mi artículo de 2006?

La búsqueda de la verdad –la genuina, no la de boquilla– exige confrontarse permanentemente con posiciones contrarias a las de uno mismo. En la bibliografía de vuestro libro –en la que no aparecen mencionados ni mis artículos (a pesar de que contienen la única crítica aparecida en castellano al modelo historiográfico imperante, y la más extensa, sistemática y razonada aparecida en cualquier lengua hasta la fecha), ni las obras de A. Piñero en las que hay extensas secciones dedicadas a la figura histórica de Jesús (v. gr. la Guía para entender el Nuevo Testamento tiene 50 apretadas páginas, pero también otras) ni las de Puente Ojea– mencionáis, si no me equivoco, 45 obras. 5 de ellas corresponden a autores judíos, 3 a protestantes liberales o post-liberales (Ehrman y Sanders), y, salvo error, sólo una a un estudioso ateo: J. Montserrat. Todas las demás (36 obras) corresponden a autores cristianos.

18ª pregunta: ¿Os parece que esta proporción resulta suficientemente imparcial y equilibrada, para que vuestros lectores se formen un juicio independiente de la investigación sobre Jesús?¿Es ésta la imparcialidad de supuestos historiadores?

Que haya no pocos estudiosos competentes –al menos desde Reimarus y Strauss– que, escrutando las Escrituras, hayan llegado a la conclusión de que las pretensiones cristianas sobre Jesús carecen de capacidad de convicción, debería hacer pensar a cualquier creyente, tanto más cuanto que de tal conclusión podría depender, según dicen las Iglesias, la salvación eterna de sus almas.

19ª pregunta: ¿Creéis que esos estudiosos han llegado a esas conclusiones buscando honradamente la verdad, o creéis más bien que es alguna otra cosa –tal vez su ineptitud intelectual, tal vez problemas psicológicos no resueltos, tal vez alguna influencia diabólica– lo que ha determinado sus conclusiones? Si creéis que esos estudiosos no han alcanzado sus conclusiones enfrentándose a la cuestión honradamente, ¿podríais decirnos cuáles son, en vuestra opinión, los factores u oscuros intereses que les –nos– mueven?

20ª pregunta: Si pensáis, por el contrario, que son personas que han obtenido sus conclusiones tras una investigación intelectualmente honrada(yo quiero pensar de vosotros que sois honrados, y en la cita que hacéis de mí afirmo explícitamente que en los análisis de los exegetas confesionales no hay mala fe), ¿por qué os cuesta tanto –a vosotros y a vuestros colegas– exponer sus posiciones de manera imparcial, y por qué buscáis siempre desprestigiarles de una manera tan sibilina y burda (la eterna historia desde Reimarus y Strauss)?

Sabéis que lo que dice J. Montserrat en el prólogo de El galileo armado es bien cierto: Los creyentes tenéis universidades propias, titulaciones propias, revistas propias, editoriales propias, y hasta librerías propias. Pues bien, vosotros, que supuestamente nada sabéis de apriorismos; vosotros, que amáis la verdad; vosotros, que tenéis la infraestructura necesaria,

21ª pregunta: ¿Estáis dispuestos a organizar un coloquio sobre Jesús, abierto al público y cuyas actas se publiquen, en las que de modo equilibrado discutan creyentes con los no creyentes informados de este país (o de otros) y se analice no sólo qué sabemos verosímilmente de Jesús de Nazaret, sino también -y sobre todo- cuáles son los corolarios que cabe extraer de lo que sabemos para realizar un juicio sobre la credibilidad de las pretensiones cristianas sobre el personaje?

Repito que ninguna de estas preguntas tiene un carácter retórico: todas y cada una de ellas han sido formuladas con jovialidad, pero con la máxima seriedad, y aguardan una respuesta seria. Dada la gravedad de las cuestiones expuestas, os rogaría encarecidamente que no difiriérais vuestras respuestas ad calendas graecas.

Varios amigos y colegas que sabían que os estaba escribiendo este texto me han dicho que soy un ingenuo si espero realmente que vayáis a responderme (alguno ha añadido: “Porque éstos nunca responden…”). Yo les he dicho que puedo entender que personas como Rafael Aguirre y sus colaboradores abusen del lenguaje o hagan algún juicio temerario, pero que me costaría mucho creer que fueran intelectualmente lo bastante incapaces y moralmente lo bastante cobardes como para no afrontar preguntas legítimas que tienen que ver con la honorabilidad (en el ámbito intelectual, rigor es honorabilidad) de las personas a las que citan y con otras cuestiones graves. Elucidemos, pues, coram populo, dónde están y qué son los apriorismos.

Podéis enviar vuestras respuestas a mi mail o al de A. Piñero. Por supuesto, serán reproducidas íntegramente y sin dilación en este mismo blog. Me reservo el derecho de réplica y a vosotros el de contrarréplica cuantas veces sea necesario.

Recibid los tres mis mejores deseos y un saludo decepcionado pero todavía cordial,

Fernando Bermejo


Addendum. Respuesta a Esther Miquel

[Esther Miquel intervino ayer varias veces con comentarios en este blog. La primera vez que lo hizo calificó mi intervención de “guerra dialéctica, llena de agresividad (sic) y rayana muchas veces en el insulto” (sic), y sugirió a los responsables del Blog que adoptasen “una serie de criterios de estilo y buena educación que permita a los autores de los libros comentados participar en el debate sin tener que rebajarse (sic) a utilizar un estilo análogo al de sus atacantes (sic)”.

Esther Miquel es, entre otras cosas, una estudiosa del cristianismo antiguo. Es amiga y colaboradora de Rafael Aguirre, Carlos Gil y Carmen Bernabé. Es una persona preparada, inteligente y amable. Hasta ayer la consideraba mi amiga y me gustaría seguir considerándola así, aunque me resultan profundamente tristes y desconcertantes los juicios que ayer emitió en su primer comentario, y que he reseñado arriba. En lo que sigue, le contesto brevemente].

Querida Esther:

Como en esos textos antiguos en los que el hombre piadoso pide perdón a los dioses por los pecados que ha podido cometer inconscientemente, comienzo pidiéndote sinceramente disculpas si algo de lo que he escrito ha herido de algún modo tu sensibilidad. Debo de haber tocado, por supuesto sin quererlo, alguna fibra sensible para que tú, una persona reflexiva, que me conoces, que has hablado a menudo conmigo, que has comido en la misma mesa y sabes de mi cordialidad, hayas reaccionado del modo en que lo has hecho. Así pues, te ruego me disculpes si, inadvertidamente –aunque sigo preguntándome cómo y en qué– te he ofendido.

Yo soy una persona vehemente –y lo sabes–, pero la vehemencia no es un baldón (dicho sea de paso, Jesús de Nazaret parece haber sido también alguien bastante vehemente). Ahora bien, yo no he insultado a nadie (ni sido rayano en el insulto), y desde luego a ninguno de tus amigos de Deusto. No es sólo que no haya llamado a nadie “raza de víboras” o “sepulcros blanqueados”, es que no he faltado en ningún momento a las reglas de la cortesía académica y de la buena educación. En ningún momento.

Igualmente calificas mi intervención como caracterizada por la “agresividad”. Ignoro por completo de dónde sale este juicio, pero me temo que depende enteramente de tu hipersensibilidad (una hipersensibilidad que otras personas, por cierto, parecen compartir). Si, a tu modo de ver, escribir una larga carta y formular preguntas te parece desproporcionado, llámame “excesivo”, llámame “desmesurado”, llámame “apasionado”, llámame “gargantuesco”. Pero ¿”agresivo”…?

Dices de mi “tono” que te parece “inadecuado”, pero los juicios acerca del “tono” en ocasiones son francamente subjetivos. Yo me responsabilizo de cuanto escribo, porque pienso cuidadosamente cuanto escribo. Mucha gente –creyentes y no, amigos y no– han leído mi post y les ha parecido enteramente correcto. Para mí no hay duda de que lo es. Tengo todo el derecho del mundo a pedir públicamente explicaciones, y con la vehemencia que me parezca oportuna, a quienes públicamente han sido injustos conmigo (y con otros).

Ahora bien, Esther: incluso si yo no hubiera sido correcto, para cualquiera que ama la verdad es obvio que en una discusión intelectual lo primario deben ser los argumentos, no el tono en que se emiten (aunque, por supuesto, si el tono es cordial, miel sobre hojuelas). Escudarse en el presunto tono de una intervención para rehuir el fondo de las cuestiones planteadas es indigno de un intelectual que se precie.

Por lo demás, comprende que no quiera entrar ahora en una discusión contigo acerca del significado de afirmaciones hechas por otros: son ellos quienes deben responder, y supongo que se bastan solos para hacerlo. Una vez lo hayan hecho, y si deseas alguna discusión sobre algún aspecto, tendrás este blog a tu disposición, y a mí también.

Respecto a si los exegetas de Deusto responden o no, allá ellos si no lo hacen. Para mí está claro que dirigirme a ellos significa –aun tras haber sido objeto de juicios temerarios por su parte– reconocerles como interlocutores válidos y personas capaces de responder a preguntas sensatamente formuladas. Pero si optan por no responder, para mí –y para cualquier persona reflexiva– estará meridianamente claro qué deberé pensar de ellos, de su ética y de su calidad humana.

Con toda sinceridad, me resulta profundamente inquietante que R. Aguirre, C. Bernabé y C. Gil me hayan acusado de descalificar a priori cuando hay razones para pensar que son sólo ellos quienes me descalifican –y no sólo a mí–a priori. Y también que tú me acuses de agresividad rayana en el insulto, cuando hay razones para pensar que eres sólo tú quien resulta agresiva y casi insultante.

De todos modos –y a menos que insistas–, no te lo tomaré en cuenta (aunque te agradeceré me expliques a qué viene lo ocurrido). Yo acabo de pedirte disculpas públicas, por si de algún modo inadvertido te he ofendido. A mí me bastará con que –si te interesa conservar mi amistad– lo hagas en privado.

Deseándote de corazón todo lo mejor, recibe un abrazo.
Fernando

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Volver arriba