Respuesta de tres exegetas a Fernando Bermejo (y Réplica).

Hoy escriben R. Aguirre, C. Bernabé, C. Gil y F. Bermejo

El escrito de Rafael Aguirre, Carmen Bernabé y Carlos Gil fue recibido el pasado fin de semana. Dado que el lunes escribe Gonzalo del Cerro y el martes Antonio Piñero hace ahora reseñas de libros, se publica hoy íntegramente el texto de los tres exegetas. A continuación consta una breve réplica mía (F. B.).

Querido Fernando:

Nos ha sorprendido la extensión y vehemencia con que has reaccionado a la referencia que hacemos en nuestro libro “Qué se sabe de Jesús de Nazaret” a tus artículos en la Revista Catalana de Teología de los años 2005 y 2006. No vamos a entrar en todas las cuestiones de las que hablas porque desborda un intercambio de opiniones en un blog. Nos encantaría que se realizase la iniciativa que sugieres: un congreso internacional, ideológicamente plural, donde se pudiese discutir libre y rigurosamente los problemas relacionados con la investigación histórica sobre Jesús.

Ahora queremos dejar claro que valoramos tus aportaciones científicas y nunca hemos dudado de tu integridad personal. Pensamos que lo que tanto te ha molestado de las páginas 243-244 de nuestro libro se debe a una mala interpretación. Queremos dejar clara nuestra postura, que será diferente a la tuya, pero creemos que no tienes que sentirte ofendido personalmente.

Citamos a tres autores que consideráis que la confesión creyente y la pertenencia a la Iglesia es incompatible con una investigación histórica científica seria, hasta sus últimas consecuencias, sobre Jesús de Nazaret. Tu mismo vuelves a reafirmar en tu escrito en el blog con toda claridad esta postura. En el libro luego afirmamos que se da un fenómeno sociológico: “el prestigio actual de una literatura esotérica y fantasiosa sobre Jesús y los orígenes del cristianismo, normalmente de nulo valor”.

Este fenómeno -pensamos- es atribuible a diversas causas, que no examinamos, y solo citamos una: “a veces, en ambientes eclesiales se ve con desconfianza y se ponen trabas a la investigación sobre Jesús o se pretende dictar su objeto de estudio o los resultados a los que debe llegar. Así no se contribuye a prestigiar los estudios realizados en instituciones teológicas en una sociedad democrática y pluralista”. Nos lamentamos que cueste tanto en la Iglesia asumir coherentemente la razón de la modernidad. El maridaje de increencia y credulidad, tan presente en España, nos parece consecuencia de una incultura religiosa que afecta a la tradición cristiana y también a la no creyente. Pero la lectura de nuestro texto hace imposible que se os considere a vosotros como exponente de esta actitud. Sería no solo insultante, sino también absurdo. Más bien, estáis en las antípodas de la credulidad y de la literatura fantasiosa. No cabe una lectura de nuestro texto que os meta en este grupo. Respetamos sinceramente vuestro agnosticismo o ateismo, aunque no compartamos vuestros razonamientos y, algunas veces, nos parezca seriamente inconveniente la forma de exponerlos.

Pensamos que los párrafos citados de tus artículos en la revista mencionada reflejan fielmente tu opinión. Y si os citamos en nuestro libro –que por su propia naturaleza no es lugar para entrar en discusiones académicas- es porque creemos que representáis un punto de referencia importante y valioso en los estudios sobre el Jesús histórico que actualmente se realizan en el mundo hispano. La realización de nuestro trabajo pretende, entre otras cosas, desmontar la objeción de que es imposible una investigación seria y rigurosa realizada por creyentes. Los lectores serán los que deban juzgar en esta discrepancia.

Todos tenemos presupuestos existenciales que condicionan nuestra labor. No ocultamos los nuestros. Ser conscientes de ellos y explicitarlos es la mejor forma de asumirlos críticamente y controlarlos. En las páginas 242-243 afirmamos: “La Iglesia no tiene por qué tener ninguna prevención ante este tipo de acercamiento, ni puede dictar a la investigación histórica los resultados a los que debe llegar, ni puede aspirar a que desemboquen en la fe. Lo que sí es exigible es rigor científico y delimitar con claridad la competencia de cada ciencia: una cosa es el estudio histórico y otra la reflexión teológica y creyente”. Discrepamos con vosotros y, al mismo tiempo, reivindicamos un mayor espacio de libertad para la investigación científica en la Iglesia.

Ya para acabar te queremos decir que alguno de los coautores del libro fue consultado sobre la conveniencia de publicar tus artículos en la Revista Catalana de Teología (como sabrás, la cuestión fue muy discutida y trajo cola) e informó a favor de su publicación, porque los consideró de alto valor científico, aunque discrepara con algunas conclusiones y le pareciese muy poco acertado el tono agresivo de algunas páginas.

Con estas aclaraciones consideramos zanjada la cuestión sobre la que no pensamos volver. Te reiteramos nuestro aprecio personal y científico y te ofrecemos nuestra amistad.

Al amigo Antonio Piñero, que ha asumido en su blog tanto las intervenciones de Fernando Bermejo como esta respuesta nuestra, nuestro agradecimiento por su hospitalidad y también por la crítica a nuestro libro, aunque creemos que no nos hace justicia en algunos puntos importantes (no solo no decimos que hubo un período de “no quest” del Jesús histórico, sino que nos oponemos a esta opinión; afirmamos con mucha fuerza la dimensión social y política del mensaje y del proyecto de Jesús...).

Cordialmente

Rafael Aguirre, Carmen Bernabé, Carlos Gil


Última réplica a una (no-)respuesta

Estimados Rafa, Carmen y Carlos:

Que no respondáis prácticamente a ninguna de las preguntas formuladas; que, además, para ello os escudéis en simples pretextos, impropios de personas reflexivas (los libros que escribís no son “el lugar para entrar en discusiones académicas”, ni abordáis las cuestiones planteadas “porque desborda un intercambio de opiniones en un blog”); y, en fin, que rematéis con la frase “con estas aclaraciones consideramos zanjada la cuestión sobre la que no pensamos volver” (¿qué dirían ante tal perla Sócrates, Platón, Hegel, Lévinas?)… todo ello evidencia suficientemente vuestra capacidad argumentativa como para que yo tenga que añadir una sola palabra más.

No obstante, y como enésimo ejemplo de la peculiar naturaleza de vuestro discurso, me permito llamar vuestra atención y la de los lectores sobre un solo detalle. Según vosotros, lo que me ha molestado “se debe a una mala interpretación”, pero decís luego que “es imposible” y que “no cabe” una lectura como la que yo he hecho (supongo que queréis decir como la que yo sugiero: Excusatio non petita, accusatio manifesta…). En todo caso –y a menos que os consideréis eximidos de respetar el principio de no contradicción–, o es posible tal interpretación o es imposible. Si es imposible, yo no habría podido hacerla, porque –mientras no se demuestre lo contrario– soy incapaz de hacer lo imposible. Pero si es posible, entonces no sólo yo puedo hacerla, sino también –y tal vez a fortiori– otros lectores. Ya esto debería haber bastado para que, al menos, os disculpárais por las posibles consecuencias indeseadas de vuestro discurso. Sin embargo, e incurriendo además, de nuevo, en la inconsistencia, preferís “sostenella y no enmendalla”.

Preferís iros por los cerros de Úbeda y quejaros de nuevo (lo hacéis también en vuestro libro) de los ambientes eclesiales donde no se acepta la investigación sobre Jesús. Pero, ya que sacáis el tema, en lugar de quejaros tal vez deberíais informar a vuestros lectores de que la refutación sistemática de las contradicciones e inconsistencias de los presuntos argumentos aducidos por esa posición (línea M. Kähler – L. T. Johnson) ha sido llevada a cabo por un no creyente, más exactamente, por quien firma estas líneas, en una de sus contribuciones (“Fenómenos extraños en la Leben-Jesu-Forschung: la tesis de la irrelevancia de la investigación sobre Jesús”) al volumen colectivo, editado por A. Piñero, ¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate, editorial Raíces, Madrid, 2008, pp. 229-257 (otro volumen, dicho sea de paso, que no citáis en vuestro libro sobre Jesús).

En cuanto a vuestras declaraciones de aprecio y a vuestro ofrecimiento de amistad –que, os lo aseguro, me encantaría poder aceptar (tanto más, cuanto que mis últimas intervenciones en el blog han supuesto que alguna persona creyente me haya retirado su –ay, tan frágil– amistad)–, me temo que son tan débiles y poco convincentes como vuestra argumentación. Me pregunto, en efecto, si sois realmente sinceros al ofrecer vuestra amistad a alguien a quien acusáis sin pruebas de descalificar a priori, de quien decís escribe –refiriéndoos a artículos científicos– de manera “agresiva” (sin señalar dónde), a cuyas preguntas no respondéis y con el cual hay temas de los que os negáis a volver a hablar. Y me pregunto, al mismo tiempo, si con tales personas es posible para mí entablar algo tan serio como una amistad.

La lección que se desprende de lo ocurrido es muy simple y muy clara: cuando un (presunto) intelectual quiera desprestigiar a otro/a, elija para ello una publicación divulgativa (las que más se leen), escójanse un par de líneas de su obra que puedan sonar especialmente chocantes, descontextualícense y hágase un comentario despectivo sobre sus apriorismos; si se es interpelado por el autor/la autora y no se dispone de tiempo, de ganas o de argumentos para responder, ofrézcasele públicamente el testimonio de la más alta consideración, váyase uno a pasear un rato por los cerros de Úbeda y dígasele, remedando la erística déustica: “Con estas aclaraciones considero zanjada la cuestión sobre la que no pienso volver”.

Intelectual y moralmente, la lección que nos habéis impartido es para echarse a temblar.

Con mis más cordiales saludos y deseándoos sinceramente todo lo mejor, se despide de los tres

Fernando Bermejo
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