Acerca de la discusión sobre el libro “Qué se sabe… de Jesús de Nazaret” (I) (109-42)

Hoy escribe Antonio Piñero


Confieso que me he sentido un tanto disgustado y fastidiado por el sesgo que tomó la discusión –sobre todo a causa de algunos de los comentarios hechos por los lectores- respecto a la réplica de mi colega y amigo Fernando Bermejo a ciertas páginas de la obra de R. Aguirre – C. Bernabé- C. Gil “Qué se sabe… de Jesús de Nazaret”. Me he alegrado sin embargo, de que los tres autores hayan tenido a bien publicar su carta-respuesta en este Blog, lo cual ha contribuido sin duda a mejorar el tono.

Por mi parte fui acusado de no haber sido objetivo en algunas de mis críticas al libro. Yo entono la palinodia personal y pido disculpas, también personales, a los tres autores si he exagerado mi interpretación a propósito de la “No Quest” (momento en que se interrumpió presuntamente la investigación sobre Jesús, entre 1906 y 1953, que ciertamente critica Carmen Bernabé en la primera parte, capítulo 1), y de la presunta aceptación del esquema por parte de ella. Pero una vez aceptado esto, no creo que mi “falta de objetividad” deba ponerse en plural, pues el resto de mis críticas, siempre cordiales, han sido comentarios a frases del libro, citadas textualmente y que –creo- no haber sacado de contexto. Así que si exageré en lo mencionado, pido disculpas de nuevo.

Otra cosa: en este país no somos tantos los que nos dedicamos con toda seriedad a estos temas de historia del cristianismo primitivo; nos hemos encontrado en múltiples foros, conocemos la “vida y milagros de unos y otros”… Nos conocemos, pues, bien unos a otros. Opino, pues, y apostaría sobre seguro, que si ahora nos encontráramos los tres autores del libro por mí presentado, más yo mismo junto con Fernando Bermejo, nos tomaríamos sin problema alguno una cerveza, o varias, juntos. Pongo como prueba un recuerdo conjunto que tenemos Santiago Guijarro y Rafael Aguirre y yo cuando se filmaron unas entrevistas para un futuro documental sobre Jesús de Nazaret, Pablo de Tarso y la Iglesia primitiva (que verá la luz el año que viene). Lo pasamos estupendamente en una excelente y cordial atmósfera, aunque nuestras posiciones ideológicas no son precisamente convergentes. Pues bien, lo mismo ocurriría –como digo- si nos juntáramos todos los ahora presuntamente implicados.

Aunque no seamos alemanes (quienes en sus sesiones académicas, seminarios, etc., tanto cara a cara como por escrito, se dicen cosas aparentemente durísimas…, pero que en nada afectan a la relación personal; se toman luego una cerveza juntos como sin nada hubiera pasado), sí sabemos los que en este blog hemos discutido distinguir bastante bien entre lo personal y lo puramente científico-académico. En cuanto a mí respecta, quienes me conocen saben que soy amigo de dialogar e incluso discutir sobre temas que pueden interesar vivamente, políticos, religiosos, sociales, pero que huyo como de la peste de los encontronazos personales. Igual los demás, pues todos estamos convencidos de que no conducen a nada.

Así pues, para mí y pienso que para los demás, la discusión queda en el ámbito de lo puramente técnico científico. Todos sabemos que -incluso aunque defendamos ideas contrarias- no somos en absoluto fanáticos: tenemos demasiados años de estudios por todas las partes como para serlo.

En lo que sigue, sin embargo, me gustaría plantear una cuestión a propósito de algo que continúa en el aire a pesar de tantos comentarios: ¿condiciona esencialmente la pertenencia a una iglesia o escuela nuestras percepciones científicas?

Creo que es posible encontrar algún punto, común, indiscutible, sobre el que dialogar con meras razones, sin sentimientos encontrados y que sirva de algún modo para aclarar la cuestión planteada. No me refiero por supuesto a una discusión sobre la globalidad de lo que “se sabe del Jesús histórico”, que llevaría un tiempo inmenso y sería impracticable, sino sólo sobre un punto único del que se pueda partir conjuntamente de acuerdo, lo que simplificaría y ayudaría a la discusión. Un punto en concreto que sirva como de banco de pruebas para lo que acabo de plantear: hasta qué punto puede llegar en la interpretación de datos –que creemos históricos por el consenso entre los historiadores- un estudioso de Jesús que está ligado a una confesión religiosa.

Creo que quizá se pueda dialogar –o plantear la cuestión del punto de partida y de sus consecuencias- sobre un aserto que aparece nítido y claro en la síntesis de Aguirre-Bernabé-Gil: es el breve Número 7 de su lista de consensos sobre el Jesús histórico:

“Jesús se mantuvo siempre fiel al judaísmo”,

(Cuarta parte, capítulo 11, número 2, p. 246. Este punto de consenso puede, pues, servir para medir si yo mismo y colegas obramos a priori, por un lado, y si los autores creyentes tienen algún límite para llevar a buen puerto la investigación histórica…, o no.

Comenté en el Blog en mi reseña al libro "Qués se sabe..." que era preciso obtener las consecuencias de esta afirmación (repito “Punto 7” de Aguirre-Bernabé-Gil), muy loable y valiente por parte de los tres autores. Ahora expando lo que allí fue un par de líneas.

Pienso que la consecuencia que debe obtenerse de este Punto 7 es lo que indiqué acerca del “salto teológico” existente entre la interpretación de Jesús sobre sí mismo y la que luego dieron sus seguidores de la rama paulina. O si expresa de otro modo: la divergencia entre la interpretación de la figura y misión de Jesús entre Jesús y sus seguidores más inmediatos -el judeocristianismo encarnado sobre todo en la iglesia madre de Jerusalén- y el paulinismo.


I.


Creo que simplificando -sin traicionar- la diferencia entre las dos visiones sobre Jesús que se halla en el fondo de la discusión está en si se acepta o no su divinidad.

Y comienzo por reafirme en que –en mi opinión- para el judeocristianismo jerusalemita, los primeros seguidores de Jesús, no era éste Dios en modo alguno. Lo cual ofrece, sin duda, una pista también sobre lo que Jesús pensaba de sí mismo.

Las líneas de prueba de lo afirmado, entre otras que pudieran mencionarse, son las siguientes:


• Los estudios históricos sobre la religión y el Dios de Jesús, y lo que se puede barruntar por vía indirecta en los evangelios sinópticos acerca de su religiosidad parecen apuntar a que Jesús jamás se consideró un ser divino. Aquí encajaría el consenso en torno al Punto 7.

• Los pasajes, sobre todo Mc 8,29ss ("Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.»") y Lc 24,21 ("Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel") + Hch 1,6 ("Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?»") prueban que los discípulos de Jesús tenían un concepto del mesianismo de Jesús puramente judío, por tanto un mesías humano, no divino. Es muy improbable históricamente que los discípulos no comprendieran al Maestro.

• El discurso de Pedro en Hechos de los apóstoles 2, presenta una cristología elemental, en la que Jesús aparece como un mero ser humano, luego exaltado por Dios tras su muerte a “Mesías y Señor”. Sólo después de su muerte: confirmado por el elemento tradicional recogido por Pablo en Romanos 1,4.

• El testimonio de los Hechos sobre la incorporación “masiva” a las filas de los nazarenos, seguidores de Jesús, de sacerdotes judíos (Hch 6,7) y fariseos (Hch 15,1). Este hecho es incomprensible si se postulara que el judeocristianismo jerusalemita estimaba Dios a Jesús.

• El testimonio de los mismo Hechos de los apóstoles que apuntan cómo el partido fariseo, por boca de Gamaliel, defendió a Pedro y al movimiento de seguidores de Jesús en general (Hch 5,36ss: discurso del gran rabino Gamaliel). Esa defensa hubiera sido imposible si los nazarenos mantenían que Jesús era Dios.

• Igualmente puede decirse del apoyo fariseo hacia el “nazarenismo” en el “juicio” de Pablo en Jerusalén ante el Sanedrín (Hch 23,1ss): los fariseos hicieron cuerpo con él en contra del Sumo sacerdote y los saduceos. Tampoco los fariseos hubieran defendido a Pablo sólo por el tema de la resurreción, si hubieran pensado que éste defendía que "Había un segundo poder en el cielo" (modo fariseo de referirse a un "diteísmo": dos "dioses", o un Dios doble, o un Padre e Hijo sustancialmente idénticos, etc., o como quiera formularse).

• El testimonio de Flavio Josefo sobre el comportamiento de los fariseos tras la muerte de Santiago, el hermano del Señor, por obra del sumo sacerdote Ánano (Josefo, Antigüedades XX 197-203). Los fariseos consideraron el hecho como un acto de violencia por parte de los saduceos y protestaron reciamente ante el rey Agripa II; lograron la deposición, nada menos, del sumo sacerdote. Esta posición farisea favorable a los “nazarenos” no es tampoco explicable si éstos no fueran considerados unos “piadosos judíos”. Parece, pues, imposible que hubieran considerado divino a Jesús.

Para no alargar corto aquí. Seguiremos con la posición básica del paulinismo, a mi entender, que es en esta punto novedosa y absolutamente contraria.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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Hoy, en el otro blog, “Cristianismo e Historia”, de la revista electrónica “Tendencias21” el tema de hoy es:

“Breve comentario al primer texto de Cor A (6,1-16) = reconstruido a partir de 1 Corintios”.

Manera de llegar a este comunicación:

Pinchando en la página presente, arriba a la izquierda, donde hay un par de contactos o “links”. Uno de ellos es “Cristianismo e Historia”

Saludos de nuevo.
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