Andrés de Betsaida en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Andrés según los HchAnd (II)

Como es fácilmente constatable, el perfil apostólico de Andrés responde a las necesidades de la misión que Jesús había encomendado a sus apóstoles (Mc 16,15ss). En efecto, los enviados tenían que predicar la doctrina cristiana y confirmar su palabra con “signos” (sēméia). Es lo que hacía Andrés bajo la apariencia de un hombre sencillo, tanto que los criados de Estratocles estuvieron a punto de lincharlo (týptein). El mismo procónsul se mostraba sorprendido ante el atractivo que suscitaba un hombre como Andrés, que “siendo tan pobre, de apariencia tan simple y ya anciano, tenía tantos admiradores ricos y pobres” (26,2).

Andrés realizó el milagro de la curación del joven criado de Estratocles, no sin antes aludir a los magos y charlatanes, que no habían sido capaces de curar al enfermo. Como hacían Jesús y los otros apóstoles, la curación milagrosa fue precedida de una plegaria, que de alguna manera servía para trazar el perfil de su contexto. El milagro y el testimonio de Maximila consiguieron el efecto de la conversión de Estratocles a la nueva fe.

Como reflejo del talante literario de los HchAnd, el códice Vaticano V 808 (HchAnd 33-50) está constituido por un 73 % de discursos y plegarias de Andrés frente a un 16,5 % de partes narrativas y un 11,5 % de otros interlocutores. El códice, muy representativo del resto de los Hechos, es básicamente de carácter parenético. Empieza con un discurso de Andrés pronunciado en la cárcel y que ocupa todo el capítulo 33. Después de una intervención del procónsul Egeates, Andrés pronuncia una larguísima alocución que va desde el c. 37 hasta el final del 45. Un breve pasaje narrativo da paso a una nueva exhortación del Apóstol, que abarca los capítulos 47-50. Pero no todo es cuestión de cantidad. El fragmento es un buen ejemplo de la “verbosidad” tan censurada por Gregorio. El c. 42, que forma parte de la alocución dirigida por Andrés a Estratocles, contiene 16 interrogaciones, seguidas de otras 37 de carácter negativo introducidas mediante la partícula .

Las frecuentes exhortaciones de Andrés, dedicadas a Maximila, tienen un subido tono encratita. En labios de Andrés y de Maximila, quedan calificadas las relaciones matrimoniales de forma muy negativa: “Inmunda relación” (14,2), “corrupción inmunda” (16,1), “obra terrible y vergonzosa” (21,2). La complicidad del Apóstol con Maximila llega hasta el punto de colaborar en la maniobra de la piadosa mujer para quedar liberada del débito conyugal. En efecto, Maximila tramó su sustitución por una criada suya tan hermosa como liviana de conciencia para que “durmiera con Egeates como si fuera su esposa” (18,2). Tan peregrina determinación no mereció de Andrés el menor reproche. Al contrario, el Apóstol alimentaba con sus consejos la decisión tomada por Maximila de vivir una vida en castidad perfecta: “Permanece casta”, le decía (39,2), “no te entregues a Egeates; resiste a sus asechanzas” (40,1). Y en una sentida oración suplicaba: “Guárdala, dueño mío, sobre todo, de esta mancha inmunda… y apártala de su presunto (en apariencia) esposo” (16,1).

Vale la pena recordar que cuando la maniobra de Maximila quedó descubierta por los envidiosos compañeros de Euclía, el procónsul castigó ferozmewnte a la esclava que sustituía a Maximila en el lecho conyugal, pero no tomó represalias frente a los verdaderos culpables del desaguisado. Una vez más pagaron los más débiles los platos rotos.

Las recomendaciones de Andrés, cuando exhortaba a Maximila a vivir una “vida casta, pura, santa, inmaculada, íntegra” (40,1), iban siempre incluidas en un contexto más amplio de una marcada oposición entre lo permanente y lo transitorio, lo espiritual y lo material, lo celestial y lo terreno. Ideas que llenaban la mente de Andrés y estaban obsesivamente presentes en sus parénesis habituales y particularmente en las exhortaciones que pronunció desde la cruz.

El magisterio de Andrés y su actitud en el mismo suplicio estuvieron a punto de provocar una revuelta entre los espectadores de la ejecución. Fue una reacción similar a la de las mujeres que contemplaban el martirio de Tecla. Juicio ilegal y sentencia injusta, era su veredicto. Pero el mismo mártir se encargó de apaciguar las iras del pueblo. Una cordial plegaria puso fin a la andadura terrenal de Andrés, que encontró por fin el apetecido descanso en el acatamiento de “Cristo, a quien he deseado, a quien he amado, a quien conozco, a quien poseo, de quien soy” (63,2).

También descansaron Estratocles y Maximila, hermano y esposa del procónsul Egeates, que se quitó la vida arrojándose desde un precipicio. Maximila podía ya dedicarse libremente a “la vida casta y tranquila” (64,2), que tanto había buscado a la sombra protectora del apóstol Andrés.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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