El Jesús judío, o los límites de un discurso políticamente correcto (I)

Hoy escribe Fernando Bermejo

En varios posts recientes, mi colega y sin embargo amigo Antonio Piñero ha argumentado sobre el agotado-y-sin-embargo-según-muchos-inagotable tema Jesús de Nazaret, llegando a la conclusión (que a muchos les parecerá tan funesta) de que algunas líneas mías no son, como han escrito temeraria y falazmente algunos, descalificaciones a priori, sino que están justificadas, conteniendo fundados juicios a posteriori. Agradezco a mi amigo su amabilidad y su afán demostrativo.

Correspondiendo a su gentileza, quisiera efectuar a partir de hoy algunas reflexiones elementales acerca de un postulado que ha sido escogido –en un sin duda muy loable afán irenista– como presunto punto de partida común para un diálogo, el del judaísmo de Jesús. Aunque con quien se autoexcluye del diálogo por definición no se puede hablar, está claro que esta propuesta puede servir como punto de partida para iniciar un diálogo con personas que tengan la valentía y la capacidad argumentativa suficientes para llevarlo a cabo.

Sin embargo, me temo que incluso en un punto aparentemente tan básico como el del judaísmo de Jesús puede haber algo que imposibilite un diálogo acerca de esta figura histórica. Es fácil constatar, en efecto, que incluso algo tan básico y hasta perogrullesco como es el judaísmo -en sentido no sólo étnico sino religioso- de Jesús puede ser comprendido de maneras muy distintas, y por tanto no servir en absoluto de plataforma común para una comprensión lúcida y rigurosa de la figura histórica de Jesús. Pondré un par de ejemplos para que quede perfectamente claro lo que quiero decir.

A mediados del s. XIX, Ernest Renan escribió su célebre obra La vida de Jesús. En ella afirma: “Sin duda, Jesús sale del judaísmo”. Parece claro, ¿no? Pero ¿qué dice a continuación nuestro romántico intelectual? Lo siguiente:

“Lejos de ser Jesús el continuador del judaísmo, representa la ruptura con el espíritu judío […] La gran originalidad del fundador permanece, pues, intacta; su gloria no admite ningún legítimo partageant”. En otra página: “elevándose intrépidamente más allá de los prejuicios de su nación, establecerá la paternidad universal de Dios”. En otra: Jesús tenía “una alta noción de la divinidad, que él no debió al judaísmo, y que parece haber sido en todas sus piezas la creación de su gran alma”. En otra: Jesús se coloca como “destructor del judaísmo”; En otra: “Jesús, dicho en otras palabras, ya no es judío”.

Cuando uno lee despacio, entonces las cosas cambian y uno se entera de qué pensaba realmente Renan acerca del “judaísmo” de Jesús. El judío Jesús no era religiosamente un judío, en realidad era el destructor del judaísmo. Ah, vale.

Ya en el s. XX, pongamos otro ejemplo, el del preclaro Julius Wellhausen. Éste escribió al final de su obra Introducción a los tres primeros evangelios:

“Jesús no fue un cristiano, sino un judío. No anunció una fe nueva, sino que enseñó a hacer la voluntad de Dios”.

Claro, ¿verdad? Pero, ¿qué dice Wellhausen en la misma página, líneas después? Pues dice que Jesús “respecto a la Ley se sitúa completamente desprejuiciado y libre y ha superado el judaísmo más que cualquiera de sus predecesores, también en la medida en que predijo el fin del culto del Templo y de la comunidad judía. Uno no puede sorprenderse de que a los judíos les pareciera que él quería destruir los fundamentos de su religión”. Y un poco más adelante: “Lo no judío en él, lo humano, puede considerarse más característico que lo judío”.

Ah, vaya, ahora ya nos vamos enterando también de qué era eso del judaísmo de Jesús para el maestro Wellhausen…

Pero para aquellos que prefieren creer que lo que pasó en el s. XIX y en el XX no tiene nada que ver con lo que piensan nuestros sofisticados intelectuales en el presente, vengamos al siglo XXI, y más concretamente a España. Un exegeta, de nombre Antonio Rodríguez Carmona –que, dicho sea de paso, es coautor de libros al menos con uno de los exegetas de Deusto– tras escribir en su libro La religión judía, publicado en la B.A.C. en 2001, la gran verdad de que Jesús fue un judío, añade que, sin embargo, “sus presupuestos [los de Jesús] exceden las realidades existentes en el judaísmo de su tiempo” (las cursivas no son mías sino del autor, que parece estar especialmente orgulloso de esta frase).

Vaya, ahora nos enteramos de qué piensa este ilustre exegeta acerca del “judaísmo” de Jesús: Jesús era judío, pero estaba más allá del judaísmo… (aunque nos quedemos sin saber cuáles eran los maravillosos presupuestos de Jesús ni qué significa exactamente ese “exceder”, porque el autor, ay, no se molesta en explicárnoslo).

No perderemos más tiempo poniendo ejemplos que podrían multiplicarse. La lección, del todo elemental pero también extraordinariamente instructiva, es muy clara: muchos presuntos especialistas reconocen aparentemente el judaísmo de Jesús, pero a renglón seguido niegan la verdad de sus propios asertos, escribiendo cosas que contradicen de modo más o menos flagrante lo que acaban de decir. O, dicho de otro modo, no basta con escribir “Jesús fue (religiosamente) un judío” para demostrar que uno se cree realmente tal enunciado.

Próximamente seguiremos meditando, de manera elemental, sobre cuestiones elementales, analizando los modos (cada vez más sutiles) en que el Jesús judío es des-judaizado, y preguntándonos qué “diálogo” cabe con quienes abandonan el terreno de la verosimilitud histórica para, mientras reconocen la perogrullada del judaísmo de Jesús, escribir insensateces tan implausibles a priori como refutables a posteriori.

(Dicho sea de paso, las meditaciones que llevaremos a cabo tal vez permitan entender mejor a algunos lectores que califican el interés que suscita en algunos estudiosos el análisis de la historia de la investigación sobre Jesús como "obsesión" cuáles son las verdaderas razones de tal interés).

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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