Una “enmienda a la totalidad” a la tesis sobre la "apocalíptica como matriz de la teología cristiana" (110-19)



Hoy escribe Antonio Piñero

Decíamos en la postal del domingo pasado que existe en la investigación más o menos actual una suerte de “enmienda a la totalidad”, una negación fuerte de la tesis que hemos defendido en toda la serie acerca de la apocalíptica judía en relación con Jesús y el cristianismo, y es la siguiente: el Jesús de la historia no fue un apocalíptico, en absoluto, o al menos no en una “porción” importante de su mensaje y de sus intereses. Los elementos apocalípticos o bien han sido añadidos por los seguidores de Jesús, entiéndase la comunidad primitiva, tanto en Jerusalén como en Galilea, o bien posteriormente por un proceso de rejudaización del mensaje de Jesús que aconteció durante las revisiones del material evangélico en el siglo II.

El Jesús típico no apocalíptico es el descrito, por ejemplo, por el grupo del “Jesus Seminar”, un conjunto de exegetas sobre todo norteamericanos –cuyo miembros más conocidos por el público español son Robert W. Funk, por John D. Crossan, Burton L. Mack y F. G. Downing- que defienden que Jesús no fue un apocalíptico, sin más bien un maestro de la Ley. En palabras de Rafael Aguirre:

(Este grupo) “atribuye a la reelaboración de la Iglesia primitiva los dichos sobre el Reino de Dios futuro y toda la imaginería apocalíptica, incluidos, por supuesto, los dichos sobre el Hijo del hombre futuro, a los que tanto valor solía conceder la investigación germana anterior. En general, se defiende un Jesús sabio, que enseña a encarar con sabiduría y libertad la realidad presente, y no tanto --a veces se rechaza abiertamente-- la imagen del profeta escatológico con tintes más o menos apocalípticos” (“La teoría de Jesús como un predicador cínico”, p. 240 de A. Piñero [editor.] Biblia y Helenismo, El Almendro, Córdoba, 2006).


En concreto, la imagen más clara de este Jesús no apocalíptico es concebirlo como un remedo judío de lo que era un predicador cínico del siglo I en el entorno de Siria-Israel. Esta imagen ha sido puesta absolutamente en duda por el mencionado R. Aguirre con sobrados argumentos, y la verdad es que hoy día ha perdido bastante fuerza tal imagen de Jesús helenizada al máximo.

Por ello quiero fijarme en otro aspecto, quizá menos conocido pero que supone en el fondo también la mencionada imagen de un Jesús no apocalíptico. Me refiero a la teoría que sostiene que el Nazareno no creía de ningún modo en un fin inmediato del mundo (entiéndase, o bien una destrucción absoluta, sino el fin del mundo social y político presente de modo que surgiera como una “tierra y cielos nuevos”; o bien una destrucción de más amplio calado, física y total del mundo presente), y por tanto que el reino de Dios no vendría de inmediato.

Hubo por los años 80 del siglo pasado un investigador, T. F. Glasson, que defendió esta postura y se adelantó a algunos de los argumentos de Crossan y colegas. Según Glasson, fue durante los atormentados años inmediatamente anteriores a la guerra judía contra Roma, que terminó en el 70 d.C., con la caída del Templo y de Jerusalén, cuando algunos círculos de seguidores de Jesús pensaron que aquella guerra era realmente el inicio del fin del mundo y opinaron que Jesús tenía que haber tenido los mismos temores y esperanzas que ellos.

Con este impulso, esos cristianos primitivos tergiversaron el sentido de algunas de las palabras transmitidas de Jesús. Claramente, las modificaron dándole este sentido. Y una vez modificadas, las hicieron circular como tradición auténtica del Nazareno. Esta acción errónea fue trágica para la historia del cristianismo posterior, porque desde ese momento hasta el siglo XX, con la famosa obra de Albert Schweitzer, Historia de la investigación sobre la vida de Jesús (publicada en alemán en 1906 con otro título: Desde Reimarus a Wrede), se ha insistido radical y erróneamente en todo el cristianismo -que se fiaba de esa tradición manipulada- en la figura de un Jesús apocalíptico.

Una consideración atenta -según Glasson- de ciertos pasajes evangélicos nos lleva a pensar que Mc 13,30:

“No pasará esta generación antes de que todo se cumpla”


no significa de ningún modo, a pesar de las apariencias, que Jesús esperara el fin del mundo dentro de su generación.

La promesa de que algunos no habrían de morir antes de ver venir el reino de Dios con toda su fuerza (Mc 9,1) supone que tales hombres habrán de morir después. Les habría de ocurrir simplemente lo que al anciano Simeón (Lc 2,26) a quien se le había prometido tan sólo que vería al Ungido del Señor antes de morir.

El pasaje de Mt 10,23:

“No terminaréis con las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre”


refleja sólo una discusión al respecto que se mantenía en la comunidad primitiva, no el pensamiento real de Jesús. La elección de los Doce apóstoles y las afirmaciones del Nazareno sobre la construcción por parte de Dios de un templo nuevo (Mc 11,15 y paralelos) indican que la mirada de Jesús no se limitaba a pocos momentos.

Y así sucesivamente, de modo que según Glasson no hay en el Nuevo Testamento ningún texto seguro, es decir, que no pueda interpretarse de otro modo, sobre la esperanza de Jesús en un fin del mundo inmediato. Jesús, pues, no creía en ese final inmediato del mundo. Ciertamente existe en el Nuevo Testamento la noción de que el fin del mundo está próximo, pero no una indicación clara sobre cuánto va a durar el período antes de que llegue el final.

Crítica a esta posición:

Yo creo que no hay que perder mucho tiempo en argumentos de este estilo, sobre todo:

• Porque significan la eliminación del influjo sobre Jesús de todas suerte de apocalíptica (y llevamos 18 postales aportando textos y perspectivas en defensa de los contrario), y

• Porque supone que la incorporación al grupo cristiano de ideas en torno al fin inmediato del mundo se dio únicamente en el espacio temporal entre la muerte de Jesús y la composición de la Primera carta a los Tesalonicenses (entre el 30/33 y el 51 d.C.).

Además, esta teoría no ha tenido –que yo sepa- ningún impacto serio entre los estudiosos fuera de los autores del “Jesus Seminar” y no tiene ningún consenso científico formado en torno suyo.

Parece difícil hoy día -a pesar del éxito de ventas sobre todo de J. D. Crossan y a pesar de la existencia de obras como las de B. L. MacK y F. G. Downing, sobre todo- y tras una lectura y relectura de los textos evangélicos con el resto de la comunidad científica estudiosa del Nuevo Testamento, pensar en un Jesús que no participase plenamente de lo que creían todos los judíos piadosos de su época, a saber que la venida del mesías suponía el final de los tiempos (la discusión, en todo caso, sería sobre la concepción o el modo de este fin).

Desde luego es cierto que no queda claro que la mayoría de los judíos participara de una teología sobre la participación del “Hijo del Hombre” en esos eventos, ni tampoco en qué grado era necesaria la participación humana violenta –al estilo celota- para coadyuvar con la acción divina, última responsable de ese final del mundo y de la implantación del reino de Dios. Pero estas ideas son sólo teología complementaria a la creencia general entre los judíos piadosos -en especial los esenios, y algunos fariseos- de la inminencia del fin del mundo.

En síntesis: como conclusión de esta serie de 19 entregas que hemos dedicado a comentar la proposición “¿Es la apocalíptica la matriz de la teología cristiana?”, debemos confesar que en parte sí: las concepciones apocalípticas forman una parte esencial de la teología de Jesús, del judaísmo piadoso de su tiempo (esenios, fariseos y gentes afines) y del primer cristianismo, Pablo incluido. Pero a la vez volvemos a sostener que el cristianismo, a pesar de la continuidad histórica con la tradición apocalíptica, no se reduce como fenómeno histórico a la apocalíptica, ni la teología cristiana es idéntica a la teología de la apocalíptica.

Por último, no me queda más que ponderar cuán importante es la aportación del volumen VI, “Apocalíptica”, de la colección “Apócrifos del Antiguo Testamento” (Cristiandad, Madrid, 2009) para entender el pensamiento judío al respecto en el que nace y se desenvuelve Jesús.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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