El Jesús judío, o los límites de un discurso políticamente correcto (II)

Hoy escribe Fernando Bermejo

La semana pasada expusimos algunos ejemplos, extraídos de obras procedentes de los ss. XIX, XX y XXI, en los que se hace visible que autores que parecen postular el carácter religiosamente judío de Jesús en realidad no dicen lo que parecen decir, y se contradicen con afirmaciones jamás justificadas. Hoy veremos que las vías de la desjudaización de Jesús son (casi) inescrutables, y que nunca parecen agotarse en la exégesis confesional.

En su momento contamos ya en este blog lo ocurrido con varios prestigiosos biblistas de la época del Tercer Reich (Walter Grundmann, Paul Althaus, Gerhard Kittel, Emanuel Hirsch...) que se alinearon con el nazismo, llegando algunos de ellos a negar el judaísmo de Jesús hasta el punto de postular su carácter “ario”. Dado que -comprensiblemente- una aberración de este estilo resulta difícil de creer para muchos lectores, ofrecí también bibliografía especializada para que los lectores incrédulos pudieran comprobar por sí mismos el alcance de este curioso fenómeno. (Queda pendiente que contemos en este blog la historia del “Instituto para la investigación y la erradicación del influjo judío en la vida eclesial alemana” –sic-).

Pero la desjudaización de Jesús no es siempre, ni mucho menos, tan burda y desvergonzada.

En los años 50, 60 y 70 (¡inmediatamente después del Holocausto de casi seis millones de judíos en los Lager!) todavía estaba de moda –como casi siempre en ciertos medios–, en Alemania y fuera de ella, distinguir a Jesús del judaísmo. Juicios obviamente teológicos como que el judaísmo postexílico está caracterizado por el “estrechamiento” y la “fosilización”, al que “se opone del modo más radical la predicación de Jesús”, cuya “inmediatez” “no tiene ningún paralelismo en el judaísmo contemporáneo”, etc. etc., caracterizan la obra de Günther Bornkamm, entre tantas otras. Que ello implicara vulnerar con toda desfachatez la verosimilitud histórica, rebajar la investigación al nivel de la cháchara, alimentar indirectamente los prejuicios antisemitas y decir los mayores disparates y aberraciones… no parecía importar a casi nadie en los piadosos y cultos ámbitos de la exégesis confesional y la teología. Era la moda, y muchos “intelectuales” cristianos, dentro y fuera de Alemania, repetían las mismas sandeces.

Más recientemente, la desjudaización se sofistica cada vez más. La imagen de Jesús como predicador cínico era tan poco plausible que sus deficiencias han sido rápidamente denunciadas, incluso desde las propias filas confesionales.

Habrá quienes quieran creer que la desjudaización de Jesús a la que la tradición cristiana ha sometido milenariamente a Jesús se ha terminado ahora ya, para siempre. Ojalá fuera así. Pero esto es más que dudoso. Por supuesto que todo el mundo en los medios intelectuales repite ahora que Jesús fue un judío (aunque ¿cuántos maestros, cuántos catequistas, cuántos obispos y sacerdotes en sus homilías hablan alguna vez a sus fieles del judaísmo de Jesús?), pero los modos de la desjudaización son hoy, nos tememos, mucho más sutiles.

Un modo de desjudaizar a Jesús es escribir libros sobre él de tal manera que la predicación y la praxis reconstruibles de Jesús no se presenten como respuesta a las cuestiones candentes planteadas en la religión judía, o como desarrollos interpretativos posibles insertos en una tradición (v. gr. la cuestión del amor a los “enemigos”), sino como discursos idiosincrásicos y del todo novedosos.

Otro es evitar exponer los numerosísimos paralelos entre esos dos predicadores palestinos que fueron Jesús y Juan Bautista, magnificando sus diferencias (y, a veces, incluso, inventándolas).

Otro es afirmar o crear la sensación en el lector de que Jesús de Nazaret es un individuo absolutamente incomparable e inescrutable (cuando lo cierto es que Jesús es una personalidad suficientemente comprensible, y desde luego mejor conocida que otros maestros religiosos de su tiempo), etc. etc.

Estos y otros aspectos (que, dicho sea de paso, caracterizan también al libro de los exegetas de Deusto que muchos lectores devorarán con avidez) constituyen modos sutiles de desjudaizar a Jesús.

De este modo, nuestros exegetas ya no necesitan afirmar explícitamente que el judaísmo es una religión “deficiente” o “fosilizada”, o que Jesús superó con creces el judaísmo. Les basta con hacerlo implícitamente. Eso sí, sin dejar de afirmar -recuérdese a Renan o a Wellhausen- que Jesús fue, sin duda, religiosamente un judío.

Lo terrible es que esta sutil desjudaización de Jesús no sólo resulta más difícil de captar para la inmensa mayoría, sino que responde a profundas necesidades emocionales de muchos lectores de la literatura exegética confesional, que necesitan –al igual que sus autores– compatibilizar sus aspiraciones de respetabilidad intelectual con las ideas sobre Jesús que su fe les ha alimentado desde niños.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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