Las dimensiones (in)morales de la historia de la investigación sobre Jesús (I)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Es obvio que la investigación sobre la figura histórica de Jesús tiene ante todo relevancia especulativa: se trata, en ella, de conocer mejor el judaísmo del primer tercio del s. I, y de poder evaluar con fundamento la verosimilitud de las pretensiones cristianas. No obstante, y por importante que este aspecto sea, no puede ni debe ocultar otro: la dimensión ética de esa investigación.

Hoy queremos llamar la atención de los lectores sobre lo que es probablemente el aspecto más importante e innegable de esta cuestión. Ya hemos señalado en posts anteriores que existen muchas formas de antijudaísmo, algunas de ellas muy sutiles, en la historia de la exégesis. Aun sin utilizar el lenguaje denigratorio sobre el judaísmo, usado tan a menudo en los siglos anteriores y aun en las décadas más recientes, presentar el mensaje atribuible a Jesús como una singularidad aislada, inderivable o incomprensible en su contexto religioso es una de esas formas.

En efecto, Jesús es dibujado, por ejemplo, como incoador del universalismo (para lo cual no hay base textual fiable alguna) a costa de hacer de todos sus contemporáneos tipos de mentalidad estrecha y superficial; como proclamador de la igualdad (para lo cual no hay base textual fiable alguna) a costa de hacer de sus coetáneos individuos cómodamente instalados en la opresión y la injusticia; como anunciador del amor y la gracia a costa de hacer de cuantos le rodeaban tipos mezquinos e ignorantes de las realidades del amor y la gracia; como descubridor de una imagen cercana y liberadora de Dios a costa de hacer de sus contemporáneos sujetos atenazados por una atmósfera religiosa sombría y alienante; y así sucesivamente. A costa de. Siempre a costa de, en detrimento de... La hipervaloración de Jesús –el Jesús “inagotable”– se lleva a cabo, nada más y nada menos, que mediante la infravaloración de toda una religión (la misma, paradójicamente, a la que pertenecía el propio Jesús).

Dicho de otro modo: es posible sostener (de manera explícita o implícita) la idea del carácter espiritual y moralmente incomparable de la enseñanza y la persona de Jesús de Nazaret sólo a costa de emitir un juicio negativo (totalmente injustificado, pues para emitirlo falta toda base empírica y lógica) sobre la totalidad de sus correligionarios. Jesús incrementa su estatura moral y espiritual en la medida en que sus contemporáneos decrecen. Jesús es espiritualmente incomparable (in optimam partem) sólo porque los fariseos (todos) son concebidos (in pessimam partem) como legalistas estrechos de miras, los zelotas (todos) como nacionalistas fanáticos, los saduceos (todos) como una pandilla de cínicos sofisticados y colaboracionistas, los esenios (todos) como unos sectarios cuasimaniqueos, y así sucesivamente. Jesús es concebido como radicalmente distinto de (y superior a) el Bautista sólo acallando las apabullantes semejanzas entre ambos, y haciendo palidecer a éste frente a aquél. Jesús brilla sobre sus contemporáneos sólo después de que éstos han sido convenientemente oscurecidos.

Esta denuncia no supone en absoluto –como pretenden algunos de modo retórico– querer negar la especificidad del mensaje de Jesús, sino sólo mantener que la exageración indemostrada de esa especificidad es no sólo implausible a priori y refutable a posteriori, sino también funesta desde un punto de vista moral. A la luz de lo que sabemos de la historia de Occidente, esa exageración (jamás abandonada por la intelligentsia cristiana) sólo puede adquirir tonalidades ominosas.

P.D.: En el Día Universal de los Derechos Humanos, cabe recordar y deplorar un año más la bárbara persecución a que muchas personas son sometidas en diversos lugares del mundo en razón de sus creencias religiosas. A modo de ejemplo, en la República Popular China cristianos evangélicos, católicos, budistas tibetanos, musulmanes uigures, miembros del Falun Gong, la minoría bahai, etc. han sufrido en los últimos años prisión, malos tratos, torturas y aun muerte.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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