Sobre la “conversión” de Pablo, con algunas precisiones sobre el "sesgo" (I) (109-54)

Hoy escribe Antonio Piñero


En primer lugar y antes de abordar brevemente el tema del título de esta postal, quisiera recordar a los lectores lo que escribí a principios de esta serie sobre la “tendencia” o “sesgo”, totalmente en sentido técnico de Lucas en los Hechos de los apóstoles”:

Corro el riesgo serio al emprender esta tarea de ser tachado por algunos de mis amables lectores precisamente de sesgado y de falta de imparcialidad. Por ello, se me ha ocurrido que voy a recurrir a un estudioso católico, varias citado en este blog y del que he comentado, y comentaré, algún libro, que es Senén Vidal.


Como es sabido, Senén Vidal es profesor de Nuevo Testamento en el Estudio teológico Agustiniano y la obra de la que voy a sacar casi todos los datos para este ejemplo –que, repito, deseo expresamente que no sea mío- es Pablo. De Tarso a Roma, publicada por Sal Terrae, Santander, 2ª edición, 2008, en su apéndice “La imagen de Pablo en Hechos”, pp. 21-27, con referencias abundantes a otras partes de su obra.


Voy a limitarme tan sólo a resumir y a la vez parafrasear levemente los datos ofrecidos por este investigador, a quien aprecio mucho. Reduciré un tanto las referencias para no cargar demasiado estas postales. Vidal comienza destacando…


Esta postal llevaba el título y número siguientes: “109-46 Un ejemplo de “tendencia”, la del evangelista Lucas en los Hechos de los apóstoles”, y fue publicada en el blog el día, si no me equivoco, el viernes 27 de noviembre del 2009.

Y en la postal siguiente, “109-47 Continuamos con el ejemplo de la ‘tendencia’, o ‘sesgo’, del autor de los Hechos de los apóstoles”, publicada el sábado 28/11/2009, me expresé así:


El texto de hoy sigue el tema de la postal anterior, basado -para procurar una objetividad en lo posible- en el libro de S. Vidal, Pablo. De Tarso a Roma, publicada por Sal Terrae, Santander, 2ª edición, 2008, en su apéndice “La imagen de Pablo en Hechos”, pp. 21-27.



Y en la postal “109-48 ¿Fue Pablo fariseo? ‘Tendencia’, o sesgo, del autor de los Hechos de los apóstoles", publicada el jueves 3/12/2009, escribía:


Decíamos en la postal anterior que la crítica pone en duda también algo que casi para algunos parece irrefutable el que Pablo fuera un fariseo estricto. Continuamos con el tema de la mano expresa de Senén Vidal
.

Y por último: la postal “109-49 ¿Pablo hacedor de milagros? La figura de Pablo: ‘tendencia’, o sesgo, del autor de los Hechos de los apóstoles”, toda ella está basada en las pp. 23-24 de la obra de Senén Vidal, Pablo. De Tarso a Roma, con cita expresa y amplia de la p. 23 y de las pp. 151-152.

He sido, pues, voluntaria y modestamente mero portavoz de Senén Vidal. He aducido opiniones de Hyam Maccoby, que concordaban totalmente con la de este profesor de Nuevo Testamento, sacerdote católico, del “Estudio Teológico Agustiniano” de Valladolid.

Y ahora lean, por favor, los comentarios escritos a las últimas postales sobre todo, realizados por lectores que muestran ciertamente interés por los temas, y sin duda con buena voluntad. No “soy profeta ni hijo de profeta”, pero desgraciadamente he acertado con mi pronóstico.

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Vayamos ahora a nuestro tema prinicpal, la “conversión” de Pablo. Mi tesis es: si entendemos por “conversión” lo que un hablante griego de la época del Apóstol, a saber, metánoia, sustantivo de metá-noéo, “cambiar de mente”, no cabe duda de que desde este punto de vista puede denominarse modernamente “conversión” al cambio de punto de vista teológico de Saulo/Pablo sobre Jesús, cuando se hizo creyente fervoroso en él.

El único problema es que Pablo no utiliza para sí mismo este vocablo y, sospecho, que no le gustaría en absoluto. Habla de este cambio en Gálatas 1,15-16. Él era ciertamente un judío observante, perseguidor encarnizado de los judeocristianos, y en muy poco tiempo se convirtió en ardoroso propagandista de la fe en Jesús. Pablo se expresa así:

"Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles…”


Pablo compara audazmente su “llamada” (la que provocó el cambio de mente) a la vocación de uno de los profetas más estimados del judaísmo, Jeremías (1,4-5):

“4 Entonces me fue dirigida la palabra de Yahvé en estos términos: 5 Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí…”


¡Pablo es bien atrevido! Semejante atrevimiento se debe a las circunstancias en las que se compuso la carta a los gálatas: el motivo para escribirla fue un hecho muy doloroso para el Apóstol: esta comunidad se había dejado seducir por otros predicadores del Evangelio y se había apartado de sus enseñanzas. De 4,13 se deduce que Pablo había sido el fundador de la comunidad, que ahora se siente traicionado.

Probablemente había establecido Pablo una serie de pequeñas comunidades domésticas en el llamado segundo viaje misionero cuando pasó por aquella región según Hch 16,6 (“Atravesaron Frigia y la región de Galacia…”).

Así pues, “falsos hermanos”, “falsos predicadores de otro evangelio” habían hehco que sus queridas comunidades se pasara a "otro evangelio", y, por si fuera poco, ¡le negaban el título de apóstol! Él no pertenecía a los Doce, no era seguidor inmediato de Jesús y por tanto no era “apóstol” en sentido estricto (por cierto: éste es también el punto de vista de Lucas en los Hechos de los apóstoles).

Esos adversarios eran muy probablemente misioneros itinerantes judíos, cristianos, procedentes de Palestina, quizá de Jerusalén. Aunque defendían una concepción diferente del cristianismo, sus ideas debían sonar muy plausibles, ya que obtuvieron un éxito rápido entre los gálatas (1,6).

Sostenían en primer lugar que el evangelio de Pablo no era de verdad “apostólico”, ya que no había conocido a Jesús. Seguramente procedería de alguna información humana, es decir, del contacto con otros cristianos que le hubieran adoctrinado erróneamente.

Según la imagen que hemos ofrecido en tantas ocasiones sobre el Jesús de la historia, hay que confesar que estos judeocristianos defendían una teología que se acercaba mucho más a la del Jesús histórico que a la de Pablo en el punto crucial del valor que tenía la ley de Moisés como camino de salvación.

Los recién llegados afirmaban en consecuencia que no había “justificación” completa si no se sumaba al bautismo cristiano el cumplimiento de la ley de Moisés. Eran predicadores consecuentes con la sentencia de Jesús de Mt 5,17:

“No penséis que he venido a abolir la ley y los Profetas. No he venido a abolirlos, sino a darles su cumplimiento. Os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes de que una i o un ápice de la Ley haya dejado de cumplirse”,


y con la idea, correcta a nuestro parecer, de que Jesús no había roto con, o se había salido del marco de lo que hoy llamamos el Antiguo Testamento.


Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

En el otro blog, “Cristianismo e historia” de la revista “Tendencias21” el tema es el siguiente:

“Según los Hechos de los apóstoles, la comunidad de Jerusalén no celebraba la eucaristía”

Saludos de nuevo
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