Andrés de Betsaida en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Andrés en el resumen de Gregorio de Tours (VI)

Un nuevo capítulo (c. 13) lleva como epígrafe “El hijo enfermo de Carpiano”. El joven del capítulo anterior expresó al apóstol Andrés el deseo de ir con él a Tesalónica. Las gentes de la ciudad se alegraron de ver al joven, que se puso a predicarles la palabra de Dios en presencia de Andrés. El Apóstol callaba provocando la admiración de los presentes. Los ciudadanos tesalonicenses levantaron la voz diciendo: “Salva al hijo de Carpiano, nuestro conciudadano que está gravemente enfermo, y creeremos en el Jesús que predicas”.

Andrés pasó al frente de la escena y respondió a sus interpelantes proclamando que “para Dios nada es imposible”, pero que debían traer el enfermo a quien el Señor Jesucristo sanaría delante de ellos. Debemos observar en la mentalidad de la gente sencilla la habitual conexión entre milagro y fe. Lo que demuestra que ante la fuerza del poder de Dios, que se manifiesta en los prodigios, pierden su eficacia decisiva los argumentos dialécticos.

El padre del enfermo marchó a su casa y anunció a su hijo, Adimato de nombre, que en aquel día quedaría sano. El joven le comunicó que había tenido una visión, en la que Andrés lo libraba de sus pesadumbres. Como prueba, se levantó, se puso sus vestiduras y salió corriendo hacia el teatro a tal velocidad que sus padres no podían seguirle. Se arrojó a los pies de Andrés y le dio las gracias por la salud recobrada. Los presentes quedaron estupefactos al ver caminar al enfermo que había estado impedido durante veintitrés años. Glorificaban a Dios diciendo: “No hay nadie semejante al Dios de Andrés”. La taumaturgia de los apóstoles provocaba ineludiblemente la fe de los testigos del poder de Dios.

El capítulo 14 (c. 14) narra el caso de un “muerto resucitado”. Vivía en Tesalónica un hombre, cuyo hijo era gravemente atormentado por un espíritu inmundo. Suplicaba al Apóstol que sanara a su hijo de la posesión diabólica. El demonio, sabiendo que iba a ser arrojado de su poseso, llevó al joven a una habitación secreta y apartada, donde lo ahogó con una soga. Cuando el padre descubrió lo sucedido, lloró amargamente y pidió a sus amigos que llevaran el cadáver al teatro en la esperanza de que lo curaría el “huésped que predicaba al Dios verdadero”. El padre refirió a Andrés los detalles de la muerte de su hijo, a la vez que le expresaba el convencimiento de que su intervención podría resucitarlo.

Andrés inició el debate. Intimaba a los tesalonicenses diciendo que de nada serviría el que el muerto resucitara si ellos no creían. Los interpelados respondieron que creerían sin sombra de duda si el muerto resucitaba. Era la condición exigida por Jesús y por sus discípulos: “En el nombre de Jesucristo, joven, levántate”. Y al instante resucitó. El pueblo reaccionó sin demora diciendo: “Con eso nos basta; ahora todos creemos, siervo de Dios, en aquel Dios que tú predicas”. Condujeron al resucitado con cánticos y antorchas hasta su casa, donde Andrés los instruyó en las cosas de Dios durante tres días.
(Talla de apóstol Andrés en Tenerife).

Llegó a Tesalónica (c. 15) un hombre de Filipos, de nombre Midias, para rogar al Apóstol por un hijo que se encontraba enfermo de extrema gravedad. Suplicaba con abundantes lágrimas a Andrés que devolviera al joven una salud seriamente quebrantada. Como el hombre lloraba fuertemente, Andrés le enjugó las lágrimas y le acariciaba la cabeza animándole con suaves palabras. Es un detalle curioso ese aspecto de sensibilidad en el apóstol Andrés. Un detalle que hay que añadir al espectro de su carácter que se dibuja a lo largo de los relatos de sus actividades desde los principios de su llamada al apostolado.

El relato deja entender que Midias era en cierto modo responsable de sus propios males. Cuando entraba Andrés por las puertas de la ciudad de Filipos, le salió al encuentro un anciano, quien rogaba a su vez por sus propios hijos a los que Midias tenía encerrados sin motivo en una cárcel, en la que se encontraban “podridos de llagas”. Andrés inició un diálogo con Midias, en el que le echaba en cara que pedía la salud de su hijo cuando él retenía encarcelados a unos pobres cuyas carnes se les caían a pedazos. “Desata las cadenas de estos miserables si quieres que tu hijo quede libre de su enfermedad”, era la condición impuesta por Andrés. Su intervención salvífica se veía impedida por la conducta censurable de Midias. El argumento de Andrés ad hominem tuvo un efecto inmediato como no era para menos. “Pues que queden libres estos dos y los otros siete de que nada has oído. Solamente pido que se cure mi hijo”.

Andrés sanó las llagas de los encarcelados a quienes dio la libertad junto con la salud. Al día siguiente curó al hijo de Midias, que había pasado veintidós años impedido: “Levántate en nombre de mi Señor Jesucristo, que me ha enviado para curar tu enfermedad”. Los presentes, al ver tantos prodigios, pidieron al Apóstol que curara las enfermedades de todos. Andrés diputó al joven sanado para que fuera por las casas de los enfermos y curara a todos en el nombre de Jesucristo. La consecuencia fue que todo el pueblo se convirtió a la fe y ofreció dones abundantes, que Andrés, el predicador del Dios verdadero, no quiso aceptar por fidelidad a la recomendación de su Maestro: “Dad gratis” (Mt 10,8).

Saludos cordiales y felices fiestas. Gonzalo del Cerro
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