La creación de lo sagrado. A propósito de un libro de Walter Burkert

Hoy escribe Antonio Piñero

Ocupo hoy, con un poco de retraso, el hueco de Fernando Bermejo, a quien un pequeño percance no ha permitido escribir hoy. Comento un libro del que he hablado en otro lugar como la Revistadelibros, que dirige Álvaro Delgado Gal con la inestimable colaboración de Amalia Iglesias. Aprovecho esta ocasión para felicitarlos y agradecerles su encomiable labor en pro de la cultura, y en concreto la difusión y crítica de libros.

Hago aquí, hoy un resumen de mis comentarios

La creación de lo sagrado. La huella de la biología en las religiones antiguas (Acantilado, Barcelona, 2009) no es una indagación teórica del origen de la religión sino una investigación -a base de acumulación de paralelos y de ejemplos- que comience por dar razón de las formas más antiguas de religión que encontramos testimoniadas en el arco más cercano a nuestra cultura: desde Egipto a Mesopotamia. De Extremo Oriente o de África, apenas alguna mención. De Egipto prácticamente no presenta nada este libro (cosa extraña, pues hay tema abundante), concentrándose en la religión israelita y sus antecedentes mesopotámicos y cananeos –por un lado- más la parte principal de ejemplos y reflexiones ocupada por los casos de las religiones de Grecia y Roma, que conoce el autor maravillosamente.

Este conjunto de religiones no nos ha dejado testimonios o formas de reflexión u organización sistemática de sus orígenes, pero precisamente a partir de su aparente primitivismo se traslucen numerosas claves sobre la construcción original de las religiones y sobre sus primeras manifestaciones y desarrollos. Tales inferencias podrían luego ser extrapoladas a conclusiones generalistas sobre el origen inmediato de la religión.

Burkert no entra en discutir una definición de la religión, sino que actúa sobre la base de un consenso difuso entre los estudiosos acerca de ella, concentrándose en los elementos que caracterizan la religión en casi todos los casos: aquella se ocupa de lo no obvio, a saber la relación de los humanos con una realidad superior de supremo interés en la que se cree pero que no puede ser verificada empíricamente, en el sistema de símbolos utilizados para “manejarla” y en la interacción entre los humanos que reelaboran su propia realidad mundana por medio de tales símbolos.

Naturalmente, la estructura del libro de Burkert está gobernada subyacentemente por preguntas de ámbito general en torno a la religión: ¿surge ésta naturalmente entre lo seres humanos? ¿En qué sentido es posible considerar la religión como algo natural? ¿Hay quizás una theologia naturalis? ¿Por qué religiones tan diferentes comparten ritos y concepciones religiosas con una unanimidad sorprendente? Y como en todas las ciencias humanísticas, el autor expone una hipótesis previa, cuya prueba o contraste será el objeto de toda la investigación subsiguiente: es posible que haya un fundamento en la biología humana que explique la uniformidad de sorprendentes patrones, es decir, la base puede ser el “paisaje de la vida” –por emplear su metáfora del autor- que presenta unos senderos “naturales” por donde la religión transita. Aunque no pueda verificarse, la coevolución “genes-cultura-religión” es un planteamiento muy verosímil.

Me parece que es éste un punto de partida sólido: la religión debe mucho a la creación cultural –ciertamente-, que va pareja con el desarrollo de la capacidad humana del lenguaje y con la invención de la escritura, pero todo parece apuntar a que no podemos separar la cultura/religión de los condicionantes biológicos. Si es así la subestructura de la religión, como forma cultural que es, se habría ido formando en el curso de la evolución biológica del homo sapiens sapiens.

Estoy de acuerdo con Burkert que con la ayuda de la antropología, y sobre todo de la sociobiología sería posible responder a las cuestiones arriba planteadas, al menos en las religiones que conocemos más de cerca, y que las estructuras religiosas básicas son muy antiguas: se han desarrollado comúnmente entre los descendientes del hombre de Cromagnon bastante antes de que los humanos dieran el salto al continente americano en tiempos súper prehistóricos.

Burkert examina, como ejemplos, la serie de universales antropológicos que estima más importantes: los ritos de sacrificio de algo costoso a la divinidad responde a una suerte de programa genético básico de “peligro y huida” ante un depredador: al igual que una araña sacrifica uno de sus apéndices, un zorro salva su vida sacrificando una de sus patas (cortándola a mordiscos) o la lagartija, su cola, el ser humano ofrece al numen terrible en sacrificio de algo muy costoso (un dedo; su hijo primogénito; parte de su hacienda) con tal de granjearse la amistad benevolente de esa divinidad. El patrón del comportamiento del ser humano ante las desgracias y de la consecuente búsqueda de una causa divina de aquellas por la falta del ser humano es un universal típico de la mente humana que no puede achacarse a ningún logro explicativo tardío, sino que debe estar enraizado en el mismo esquema del comportamiento de un animal perseguido.

La reflexiones sobre la concomitancia entre mitos, ritos religiosos y concepciones teológicas que tienen la misma estructura que los cuentos y con sus mismas funciones (Burkert sigue aquí la conocida tesis de Vladimir Propp) ancladas en las peripecias biológicas del ser humano, son de lo más sugestivo. Igualmente los ritos de sumisión a la divinidad en poco se diferencian en su estructura básica de lo que puede observarse en lo comportamientos preverbales de los primates. Muchos de los ritos de iniciación son reducibles a una secuencia de búsqueda y provisión de alimentos. La cultura religiosa del “don a la divinidad” va unida a otro universal humano de “calcular, pesar y medir” es decir, a la construcción de un mundo mental. No es probablemente algo genético, pero tales estructuras sí corresponden a las profundas tendencias organizativas, neuronales, del cerebro: “el postulado de la reciprocidad encaja en el paisaje biológico”.

La obra de Burkert es riquísima en ejemplos que van apuntando hacia la misma conclusión: la inserción de la religión y del comportamiento religioso en los valles profundos del paisaje de la vida. En mi opinión se justifica la breve conclusión que, por la misma naturaleza del objeto estudiado, no puede más que ser general: el problema de la validación del más allá es variado por esencia; unas veces será cuestión de herencia, otras de actitudes parentales o sociales, y otras, mera transferencia de información. Cierto; pero en muchos casos el autor tiene razón en proponer la existencia de patrones biológicos de acciones, reacciones y sentimientos, provocados por diversas situaciones críticas de la vida. Y a la vez también es verdad que -aunque siga la huella de la biología-, la religión está relacionada con el lenguaje y la cultura, de modo que ante todo busca y pretende dar coherencia al mundo en el que vive.


En síntesis la obra de Burkert, me ha parecido original y me ha hecho pensar y asentir. A veces los árboles no me han dejado ver el bosque y el modo de la argumentación es un tanto críptico, al estilo de la “lógica confusa” tan bien asentada hoy día, pero el contenido es en verdad magnífico. Opino que su modesta propuesta de que la existencia de la religión se debe muchas veces a “patrones biológicos de acciones… con la ansiedad desempeñando un papel de primera magnitud”, sobre todo el miedo por la muerte (en esto de acuerdo con Tylor) está suficientemente probada.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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