Andrés de Betsaida en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Andrés en el resumen de Gregorio de Tours (VI)

El relato de la curación de una joven enferma (c. 16) presenta a su padre, de nombre Nicolás, como un hombre rico que viajaba en carroza de oro tirada por cuatro mulas blancas y otros tantos caballos del mismo color. Su hija se encontraba atormentada con dolores excesivos. Sabiendo que Andrés podía curarla y deseando captar su voluntad y benevolencia, ofreció al Apóstol carroza y arreos en la idea de que no poseía nada más amable y precioso. Armado Andrés con una leve sonrisa, expresó su disposición a aceptar los dones, pero no los visibles sino otros invisibles de mayor valor. Y argumentaba desde sus premisas habituales: “Si por tu hija ofreces bienes tan valiosos, ¿qué no serás capaz de ofrecer por tu alma?”

Andrés aclaró la disposición expresada. Lo que pretendía y aceptaba era que Nicolás reconociera al Dios verdadero, creador del universo. Y lo hizo recurriendo a las habituales antítesis perceptibles en la vida del hombre. Debía rechazar lo terreno para granjearse lo eterno, menospreciar lo caduco para conseguir lo permanente. Es decir, para conseguir la vida eterna, en la que podría disfrutar de la hija cuya salud procuraba. Realizada la curación, todos los testigos glorificaban a Dios mientras el predicamento de Andrés se extendía en aras de la fama por todos los rincones de Macedonia.

Un día después (c. 17) estaba predicando Andrés cuando un joven, poseído de un demonio, le increpó de una forma paralela al caso del poseso en la sinagoga de Cafarnaún. Allí era Jesús el que enseñaba. Un hombre que escuchaba sus palabras le interrumpió diciendo: “¿Qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos?” (Mc 1,24). Aquí el joven poseso empezó a decir a grandes voces: “¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, siervo de Dios, Andrés? ¿Has venido a arrojarnos de nuestras sedes?” Andrés se encaró con el demonio, “inventor del pecado“, y le obligó a explicar en público sus proyectos. El demonio contó que habitaba en el adolescente desde su niñez con intención de morar en él de por vida. Pero se temía lo peor cuando hacía unos días oyó decir al padre del niño que lo iba a llevar al siervo de Dios Andrés para que lo curara. Lo que el padre del joven denominaba curación, para el demonio significaba la ruina. El poseso quedaría libre y el que lo poseía perdería su morada y su tranquilidad. El demonio sabía que en ese contencioso tenía todas las de perder.

Se postró a continuación en tierra delante del Apóstol; y el demonio salió del joven, quien quedó sano y se levantó dando gloria a Dios. Con eso y el impulso de Dios acudieron todos espontáneamente para oír la “palabra de la salvación” de labios de Andrés. Le pedían con interés que les explicara quién y cómo era el Dios verdadero, en cuyo nombre realizaba el “hombre de Dios” tantos prodigios. Entre los interpelantes se encontraban algunos filósofos, que debatían con Andrés, pero “nadie podía resistir a su doctrina”.

La mención de los filósofos en el contexto del ministerio de los apóstoles de Jesús pone de manifiesto la idea de que la doctrina cristiana tenía la categoría de filosofía. Es decir, al margen de sus valores morales, poseía la fuerza de un conjunto de verdades teóricas y de normas de conducta aceptables hasta por las mentes más exigentes.

No es el único pasaje de la literatura apócrifa en el que se hace mención de los filósofos. Los Hechos de Felipe cuentan detalladamente de un debate mantenido por Felipe con los filósofos de Grecia. Se trata del suceso más importante de una unidad literaria considerada como el Hecho Segundo de los HchFlp, que va desde el cap. 6 hasta el 29 de los Hechos que recogen su leyenda. Cuando Felipe entró en Atenas, se reunieron nada menos que trescientos filósofos movidos por la fama que tenían los sabios de Asia, entre los que calificaban a Felipe. Desde los parámetros de una mentalidad de corte dialéctico, los filósofos de Atenas “pensaban que Felipe era un filósofo”, comenta el autor de los HchFlp. El enfrentamiento tenía todo el perfil de un debate entre iguales. Los atenienses recurrieron también a la ayuda del sumo sacerdote de Jerusalén, con quien mantenían unas relaciones positivamente amistosas.
(Vocación de san Andrés de Caravaggio)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Volver arriba