Las dimensiones (in)morales de la historia de la investigación sobre Jesús (III)

Hoy escribe Fernando Bermejo

A raíz de algunos de mis últimos posts, alguno de nuestros más fieles lectores ha tenido la amabilidad de llamar la atención, por un lado, sobre el carácter reiterativo de ciertas afirmaciones vertidas por mí y, por otro, de señalar la supuesta “falsedad” (sic) de otras. Aunque intentar responder a comentarios patentemente maliciosos es sin duda una pérdida de tiempo, hoy –tal vez porque los Reyes Magos me han regalado incluso tiempo–, excepcionalmente, responderemos.

La persona que señala que a lo largo de años me he referido ya en varias ocasiones a lo escrito sobre Reimarus por Jeremias tiene toda la razón. Yo mismo, en algunas de esas ocasiones, he mencionado que repetía algo. Pues bien, la conveniencia de repetir de vez en cuando ciertas verdades que no todo el mundo conoce es obvia (también porque este blog tiene nuevos lectores). Máxime, cuando lo que se dice está destinado a limpiar la memoria de alguien que –como Reimarus– ha sido denigrado miles de veces a lo largo de dos siglos y medio. Poner de relieve de vez en cuando que personas como Joachim Jeremias acusan a otros de odio sin ninguna prueba y sin ningún fundamento ayuda no sólo a limpiar el buen nombre de Reimarus, sino también a poner en guardia a los lectores reflexivos acerca de lo que son capaces de hacer exegetas prestigiosos y piadosos. Por esta razón –elemental para cualquiera que tenga mínimamente acendrada su sensibilidad moral– seguiré trayendo a colación este asunto todas las veces que lo considere oportuno, aun sabiendo que todas las viles calumnias acumuladas por las almas pías sobre Reimarus –y sobre otros como él– no pueden ser contrarrestadas con alguna que otra alusión en un blog.

En artículos especializados he puesto algunos ejemplos extraídos del ámbito académico, pero hay otros muchos y más tristes. Hace algunos años, contacté con un sacerdote católico, jesuita si no me equivoco –y cuyo nombre no recuerdo, pues de lo contrario lo escribiría aquí con nombres y apellidos- que en un escrito difundido en Internet pontificaba, entre otras cosas, hablando también él del “odio” de Reimarus. Cuando le escribí pidiéndole explicaciones, pude constatar –como me temía- que el individuo en cuestión no había leído una sola línea del erudito de Hamburgo. Pero tal cosa no impidió a nuestro buen cura denigrarle y calumniarle (y cuando le pregunté si le parecía ético su comportamiento, optó por evitar la respuesta –¿les suena de algo…?–). Las calumnias a Reimarus –y a otros autores críticos– no se acabaron con la obra de Jeremias: se prosiguen hasta hoy, y cabe temer que tales rebuznos seguirán resonando a través de los siglos.

Respecto a la supuesta “falsedad” que yo habría cometido según el lector aludido, se refiere a mi siguiente afirmación: “Honra a estudiosos de trasfondo cristiano como G. F. Moore o E. P. Sanders el haber llevado a cabo un trabajo inmisericordemente lúcido [scil. en el desenmascaramiento de las tendencias antijudías de la historia de la exégesis confesiona] (lo cual, por supuesto, también ha hecho caer sobre ellos, en ocasiones, bien el silencio, bien intentos de desprestigio)”.

Hace no mucho tiempo pudimos comprobar en este blog que –a falta de uno– tres exegetas católicos no eran capaces de distinguir la diferencia entre “muchos” y “todos”. No es por tanto especialmente llamativo que ciertas personas sean incapaces de percibir la diferencia entre “en ocasiones”, “a menudo” o “sistemáticamente”.

Mi texto afirma “en ocasiones”, es decir, algunas veces. Resulta simpático –por no emplear otra esdrújula– el intento de la persona lectora en cuestión de mostrar la “falsedad” de mi afirmación de que en ocasiones autores como Sanders son silenciados o desprestigiados aduciendo algunos ejemplos en que tal cosa no ocurre. Por supuesto que Sanders es un autor que no se presta especialmente bien a ser desprestigiado, entre otras cosas porque es difícil encontrar entre los autores cristianos a mejores conocedores del judaísmo del Segundo Templo que él. No obstante, cualquiera que conozca bien la literatura exegética –lo cual ciertamente no parece el caso de quien nos acusa de falsedad– sabe de qué modos ciertos aspectos de la obra de Sanders (como su denuncia del antijudaísmo presente en la exégesis cristiana) son silenciados.

Pero dado que yo no me refería únicamente a la literatura académica, voy también a repetir aquí una elocuente anécdota que conté hace ya mucho tiempo en uno de mis artículos y también en este blog, pero
que merece ser contada nuevamente, pues da mucho qué pensar.

Del 14 al 16 de Septiembre de 2001 se celebró en Majadahonda (Madrid) el XXV “Foro sobre el Hecho Religioso”, dedicado a la figura histórica de Jesús. En el curso de la primera jornada, un asiduo conferenciante de dicho Foro, catedrático de Filosofía de la Religión, tomó la palabra para relativizar la investigación histórica sobre Jesús, afirmando que “incluso un autor como Ed Sanders ha escrito que ‘María Magdalena tenía ochenta y seis años, no tenía hijos y ansiaba hacer de madre con jóvenes desaliñados’”. Esta intervención provocó las carcajadas del auditorio, incluyendo las de los exegetas presentes, ninguno de los cuales cuestionó su fiabilidad. Por su parte, el autor de estas líneas, no pudiendo dar crédito a lo que estaba oyendo, preguntó a uno de los exegetas si recordaba haber leído en Sanders tal insensatez. La respuesta fue: “La verdad es que no lo recuerdo, pero no te extrañes [i.e., de que haya podido escribir algo así]”. Esta respuesta extrañó aún más al autor, que poco después pudo confirmar sus peores temores. La frase citada por el catedrático como si hubiera sido escrita seriamente se halla en un párrafo (cf. The historical figure of Jesus, p. 75; La figura histórica de Jesús, p. 98) en el que Sanders se refiere a la labor novelística que la tradición ha hecho sobre figuras mencionadas en los evangelios de las que apenas se sabe nada, y cita las de Judas y María Magdalena; Sanders escribe (cito traducción): “María Magdalena ha atraído enormemente a personas que han imaginado sobre ella toda clase de cosas románticas: había sido prostituta, era hermosa, estaba enamorada de Jesús, huyó a Francia llevando consigo a su hijo. Por lo que sabemos, basándonos en nuestras fuentes, tenía ochenta y seis años, no tenía hijos y ansiaba hacer de madre...”. Resulta obvio tanto por el contenido como por el contexto que en esta frase Sanders está utilizando la ironía para señalar la falta de fundamento de ciertas tradiciones. ¿Hay que concluir de esto que un catedrático de Filosofía de la Religión no sabe leer, o tiene el episodio alguna otra explicación? ¿Cómo es posible que un especialista pudiera afirmar con tanta confianza que no era extraño que Sanders, uno de los estudiosos más competentes y sensatos del Jesús histórico, hubiera escrito una sandez tan patente como la que el catedrático le atribuía? La única explicación plausible de este episodio es la de que la obra de E. P. Sanders representa una visión incompatible con la formación del catedrático –autor y editor de obras teológicas sobre el cristianismo– por lo cual su mente (en la que sin duda había buena conciencia, y en absoluto voluntad de engañar) le obligó a cometer un garrafal error de lectura con el objeto de hallar una coartada para poder ridiculizar una visión historiográfica que le resulta inasumible; lo mismo, mutatis mutandis, sirve para explicar la reacción del exegeta.

Podría poner más ejemplos, pero baste éste como muestra de que Sanders (y otros) son desprestigiados en ocasiones, aun cuando es apodícticamente demostrable que quienes los desprestigian se limitan a hacerlo, nuevamente, mediante sonidos indiscernibles de rebuznos. Y, como sabemos, hay incluso quien prefiere revelar sin ambages su verdadera identidad no sólo rebuznando sino también dando coces.

Saludos cordiales (y Feliz Año Nuevo) de Fernando Bermejo
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